El guardia civil atropellado por el ultra Herrera: "No me quedó otra opción que disparar"

El agente sufrió una grave lesión en la columna que le ha obligado a retirarse del servicio activo

Llegó a pensar que moriría atropellado, después de que el pie derecho se le enganchara en la moto y no pudiera escapar

Después de la agresión vino un calvario de más de cinco años de médicos y tribunales

El guardia civil recibirá una indemnización de más de 47.000 euros

El secuestro liderado por Herrera: "Te pego un chispazo y te dejo frito"

El agente M. G. J., fotografiado esta semana en Sevilla.
El agente M. G. J., fotografiado esta semana en Sevilla. / Antonio Pizarro

Detrás de las iniciales M. G. J. hay un guardia civil con 37 años de servicio en el cuerpo y que ahora está a la espera de formalizar su retirada por unas lesiones sufridas en acto de servicio. Fue atropellado por el ultra Manuel Herrera Perejón, ex líder de los Supporters Gol Sur, el 2 de marzo de 2017, después de una persecución desde Sevilla hasta Benacazón. El ultra dio marcha atrás para tratar de matar al guardia civil que lo perseguía con su moto, que se vio obligado a efectuar un disparo con su arma reglamentaria para salvar la vida. Herrera aceptó tres años de cárcel por estos hechos.

El guardia civil atiende a este periódico, en la primera entrevista que concede. Prefiere mantener oculto su rostro y su identidad. Ingresó en el instituto armado en 1987 y en 1995 pasó a la Agrupación de Tráfico, estando siempre destinado desde entonces en el destacamento de San Juan de Aznalfarache. Durante sus casi 30 años de experiencia en esta especialidad asistió a numerosos accidentes de tráfico, auxilió a heridos y presenció también muchas muertes. Se autoexigía llegar siempre antes que las ambulancias y que el equipo de atestados.

También le tocó la labor ingrata de denunciar y alguna que otra misión con final feliz, como asistir al parto de una mujer que no llegaba a tiempo al hospital y dio a luz en la A-49, precisamente a la altura de la salida de Benacazón. En esos años participó en más de una persecución y tenía mucha experiencia con la moto, como para manejarla a la altísima velocidad con la que tuvo que perseguir aquella mañana de 2017 a Herrera Perejón.

"Ahora lo piensa uno y parece que fue una película. Nos avisan de que hay un vehículo que viene perseguido por la Policía Nacional, al que se le ha dado el alto en Sevilla, que no para, que pasa por la SE-30 a la altura del Centenario con todos los radares saltando, que va de derecha a izquierda haciendo zigzag, que desplaza a varios vehículos para evitar la colisión", narra el guardia, que tiene los hechos muy frescos en su memoria a pesar de que han transcurrido seis años y medio.

Los agentes que estaban en la carretera pidieron a la central de la Guardia Civil que indicara quién era el conductor a la fuga. "Nos dicen que es un vehículo de alquiler sin conductor que no se ha entregado, y que la persona que lo lleva es Manuel Herrera Perejón. Ya nos avisan de que extrememos las precauciones porque puede ir armado, porque puede llevar casi con toda seguridad estupefacientes, y que no se va a parar. Puede llevarse a quien se lleve, que no va a parar".

Manuel Herrera sale del juzgado de Guardia, en una imagen de archivo.
Manuel Herrera sale del juzgado de Guardia, en una imagen de archivo. / José Ángel García

Los guardias se fueron colocando en distintos puntos para unirse a la persecución. A M. G. J. le tocó esperarlo en la entrada de la A-49, la autovía de Huelva, carretera hacia la que se dirigió el sospechoso. "Empezamos a seguirlo mi compañero y yo, dos indicativos más y un coche. Íbamos a velocidades fuera de lo normal, adelantando por la derecha, por el arcén, por el carril izquierdo casi pegando con la mediana. Era una locura". En ese momento, el agente pensaba tanto en la posibilidad de detener al sospechoso como en la de salvar las vidas de los demás usuarios de la vía, pues el riesgo de accidente múltiple era grande.

Durante la persecución, el agente M. G. J. se colocó con su moto al lado del coche del fugitivo, para cerciorarse de que era él y tratar de ver si había alguna persona más a bordo. Herrera iba solo. "Lo identifiqué perfectamente, iba con una gorra y riéndose". En esas maniobras, el ex supporter intentó echarlo de la carretera varias veces. Al llegar a la salida de Benacazón, su localidad natal, hizo el amago de continuar adelantando por el carril izquierdo para luego dar un volantazo y salirse de la autovía. Eso despistó a la mayoría de los motoristas que le seguían y al coche, que se pasaron y continuaron hacia Huelva. Sólo M. G. J. y un compañero lo siguieron por la salida. En la primera rotonda, el otro motorista no pudo trazarla bien y se quedó atascado en una zona de grava.

Sólo quedaba un agente. La persecución continuó por la vía de servicio, un camino de tierra paralelo a la A-49 que tiene muchas subidas y bajadas. En uno de los saltos de la moto se desconectó la emisora. El guardia civil se quedó incomunicado. "Miro para atrás y no veo a nadie. Toca seguir y seguir, hasta que él cometa un error y tenga un accidente, procurando no tenerlo yo, o hasta que alguien me pudiera auxiliar". Durante la persecución se alcanzaron los 190 kilómetros por hora.

Por esos caminos llegaron hasta el casco urbano de Benacazón, con el guardia activando la sirena, los rotativos y haciendo uso del claxon para alertar a otros conductores y peatones. "Ahí había riesgo inminente para cualquiera. Y tienes que valorar, quieres detenerlo pero no puedes atropellar a nadie". Durante la persecución, Herrera estuvo a punto de chocar contra el coche de un señor mayor que estaba saliendo marcha atrás. Luego llegaron a un cruce y se detuvo, lo que desconcertó al guardia.

"O estaba pensando qué dirección tomar o algo no cuadraba. Pensé a ver si me ha metido en la boca del lobo, en una zona conflictiva y el que no va a salir de aquí voy a ser yo. La sorpresa fue que se conectan las luces blancas de la marcha atrás y empieza a quemar neumáticos... Yo intento girarme pero no puedo, pues tengo coches aparcados en el lado izquierdo. No me da tiempo. Suelto el manillar y me quedo con los pies en el suelo". Hizo esto porque está demostrado que las lesiones en accidentes de moto son menores si el conductor está suelto que agarrado a la motocicleta.

Un guardia civil de Tráfico.
Un guardia civil de Tráfico. / M. G.

"Todo esto fue muy rápido, dos o tres segundos. Me va a doler, me va a hacer daño. Eso pensaba yo. Y el miedo... El golpeo fue tan fuerte que la moto se movió pero yo salté hacia arriba con tan mala suerte que me quedé con el pie derecho enganchado en la defensa", una parte de la moto que protege los pies del motorista. "La moto se cayó y me cogió la pierna. Y ahí empezó la maniobra suya. Acelerando, acelerando... y empiezas a escuchar cómo se parte la pasta de la protección de la rueda delantera, se van rompiendo todas las piezas... lo escuchas todo y piensas ya no salgo. Yo con las manos en el suelo enganchado en la moto y gritándole para, para, para... desde el miedo más profundo. Aquí se acaba todo".

Todo eso le pasó por la imaginación en esos escasos segundos. "Te pasa por la mente que vas a dejar a tu mujer y a tus hijos. Que no hay nadie que me venga a socorrer y esto es muy rápido". Sólo le quedaba una posibilidad. "No tuve otra opción, saqué el arma e hice un disparo lateral derecho en la parte de abajo. La luna trasera saltó, él metió primera, se fue y al acelerar todavía seguía enganchada la moto, que reventó el paragolpes suyo. Y se fue, huyó como un cobarde. Me imagino que fue por el disparo". El coche apareció calcinado después en un descampado de Sanlúcar la Mayor.

M. G. J. intenta pasar página, seis años y medio después. Eran entre las once y media y las doce menos cuarto de la mañana. Varias personas lo ayudaron a levantarse, le dieron agua y él pudo conectar la emisora y pedir ayuda. Cuando empezó a ver compañeros llegar se sintió mejor. Lo que no sabía es que le quedaba aún un calvario médico y judicial que vivir. Para empezar, solicitó asistencia jurídica y le dijeron que el bien jurídico protegido era la motocicleta. Él tendría que buscarse abogado para sus daños físicos.

No se dio de baja en un primer momento. Estuvo casi cuatro meses trabajando, con molestias y gastando días de asuntos propios y vacaciones para emplearlos en sesiones de fisioterapia. Ese tiempo trabajó en un coche y no en la moto, algo más tranquilo aunque no fuera con su forma de ser. "Estuve dando el do de pecho igual, con molestias y con dolor, que entendía que eran producto de la caída. Pero vas notando que hay ciertas posturas y movimientos que no aguantas. Te tienes que levantar cada poco tiempo. Hay mucha tensión en las vértebras lumbares... hasta que ya un neurocirujano vio que había algo más".

Una resonancia magnética reflejó una grave lesión en la columna. Ha pasado por un sinfín de médicos, cuatro operaciones, con sus consiguientes corsés y rehabilitaciones muy duras. Ahora trata de mitigar el dolor con anestesia epidural. "Paso periodos de dos o tres meses muy bien pero luego vuelve el dolor. A partir de la tercera intervención la tensión lumbar era tan fuerte que tocaba el nervio de la pierna derecha y no la podía controlar". No puede pasar demasiado tiempo sentado y durante la entrevista se ve obligado a levantarse. Practicaba atletismo y natación y hoy apenas puede caminar un rato.

El coche que llevaba el ultra, quemado tras la fuga.
El coche que llevaba el ultra, quemado tras la fuga. / M. G.

Un episodio que vivió en el hospital militar Gómez Ulla le provocó una gran indignación. El coronel médico que lo reconoció le achacó que era una "irresponsabilidad" no haber ido antes. "No fui antes porque no me citaron. Aquello me tocó el orgullo. Le dije a aquel coronel que no me podía tratar como a un soldado de reemplazo, sino como a un guardia civil con más de treinta años en el cuerpo". El tribunal le reconoció únicamente una limitación del 25% y decía que estaba apto para trabajar en un despacho. Le dieron el alta. Un médico del IFAS (Instituto de las Fuerzas Armadas, del que depende el personal de la Guardia Civil) le dio inmediatamente la baja.

Finalmente ha conseguido la incapacidad total permanente, después de que recurriera de la mano de José Luis Ganfornina, abogado de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC). También logró una indemnización de más de 47.000 euros, que aún no ha cobrado y que posiblemente tardará en hacerlo porque probablemente su agresor se declare insolvente. Tras más de seis años se le ha reconocido que las lesiones fueron en acto de servicio. La AUGC denunció el pasado lunes que el agente estuvo "mal aconsejado por la cadena de mando" y criticó la tardanza hasta lograr este justo reconocimiento.

"Mentalmente duele más, porque para el dolor físico hay medicación. No lo llegas a dominar pero sube y baja, tiene etapas. El dolor mental de girar la cabeza y mirar hacia atrás, de ver que he estado en numerosos accidentes, asistido a un parto, incautado droga... He cumplido fielmente con mi trabajo. Y ahora sientes que lo has perdido todo, aunque seré guardia civil hasta que me muera, y el día que lo haga quiero irme con la bandera de España por encima". El apoyo de su familia, "el cariño y ánimo que me han dado a diario", ha sido fundamental para no caer en estadios emocionales depresivos. Hoy, a sus 53 años y a punto de que se publique definitivamente su baja, espera poder aportar a la sociedad de alguna otra forma.

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