"No las maté, pero pago por mi mala vida"

El estanco de Menéndez y pelayo, nº 24 fue escenario del célebre asesinato de las estanqueras, las hermanas Matilde y Encarnación Silva Montero. Por este crimen tres delincuentes comunes fueron condenados al garrote vil.

"No las maté, pero pago por mi mala vida"
"No las maté, pero pago por mi mala vida"
Fernando Pérez Ávila

10 de julio 2016 - 05:03

Menéndez y pelayo, nº 24. El estanco donde fueron asesinadas las hermanas Matilde y Encarnación Silva Montero todavía conserva un viejo cartel de Nobel. Fue éste el escenario de uno de los crímenes más famosos de la historia negra de Sevilla, el de las estanqueras, por el que fueron condenados al garrote vil tres delincuentes comunes

EN la estrecha puerta del número 24 de la calle Menéndez y Pelayo todavía permanece un cartel de Nobel. Es un anuncio antiguo, casi despintado ya por el paso de los años. La publicidad muestra a un escritor guaperas con un lápiz rojo en la mano. Junto a él, de una cajetilla de Nobel salen más lápices. Debajo, en letras blancas muy finas, el lema del anuncio: "¿Tienes fuego?". Este pequeño cartel es la única pista de que en el inmueble hubo una vez un estanco. La puerta está cubierta de grafitis y en toda la manzana apenas hay vida. Salvo un bar que hace esquina, que sigue abierto, el resto son locales y viviendas que llevan años sin uso.

Este edificio, situado a medio centenar de metros de la puerta de la Diputación Provincial y frente a los Jardines de Murillo, fue el escenario del crimen de las estanqueras, el que posiblemente fuera el más famoso de la historia negra de Sevilla durante décadas, hasta que el de Los Galindos le quitó el puesto.

Mañana se cumplen 63 años. La mañana del 11 de julio de 1952, las hermanas Matilde y Encarnación Silva Montero fueron encontradas sin vida en el interior del estanco. Una había recibido 16 puñaladas y la otra 13. Aparentemente no había un móvil claro para el doble crimen, puesto que no faltaba dinero. Bajo el mostrador quedaron 600 pesetas y un fajo de billetes que contenía 7.000 pesetas más y que estaba oculto en una caja de puros.

El Caso, el semanario de sucesos que fue fundado precisamente aquel año, lo contó así en una edición especial publicada no hace mucho: "El suceso produjo honda conmoción, dada la saña con que había sido cometido. Corrían tiempos difíciles y la autoridad, ante el hondo clamor popular, necesitaba que se esclareciera de inmediato el asalto. La Policía, con la eficacia forzada que imperaba en aquellos años, no tardó en trincar a los posibles culpables: tres manguis. Algún soplo no muy fiable propició el envío a prisión de unos rateros". Eran Juan Vázquez Pérez, Antonio Pérez Gómez y Lorenzo Castro Bueno, conocido como el Tarta por su tartamudez.

Los tres quinquis, que solían parar en los Jardines de Murillo, muy cerca del estanco, terminaron confesando. "Después de una serie de duros interrogatorios, en los que siempre negaron su participación, terminaron por firmar lo que les pusieran por delante", añade el semanario. "El juicio fue disparatado. La confesión de los hechos que se aportó parecía elaborada más por los propios agentes que por los acusados, dado el escrupuloso léxico utilizado, totalmente inapropiado para gente casi analfabeta". Tampoco coincidían las huellas dactilares encontradas en el negocio con la de ninguno de los acusados. Aun así, fueron condenados a muerte.

En el bar Casa Galán, situado a escasos metros del edificio semiabandonado que albergó el estanco, todavía lo recuerdan. "Yo era un niño, me acuerdo que volvía a casa y vi a un montón de policías y a un montón de gente en la puerta del estanco", dice un hombre que prefiere no dar su nombre, pero que conocía incluso a uno de los acusados. "A Pérez Gómez lo había tenido mi tío de ordenanza. Ése era incapaz de matar ni a una mosca".

María, camarera del bar y vecina de la zona, no había nacido todavía pero sí recuerda que, años después, el estanco seguía teniendo una especie de aura maldita. "Después del crimen, el estanco lo cogió otra mujer y siguió muchos años. Me mandaba mi padre a comprar tabaco y a mí me daba yuyu. No sé, pero me daba cosa entrar ahí". En Casa Galán se genera una tertulia. "Luego, años después, alguien dijo que fue un familiar quien las mató", dice otra empleada. "Pagaron unos que no fueron. Dicen que el verdadero asesino era de la Policía Armada, y en aquellos tiempos se tapaba todo en España", añade otro parroquiano.

Otra teoría que circuló por la Sevilla de los años cincuenta es que fue una venganza porque las hermanas, en Estepa, su pueblo natal, habrían delatado durante la Guerra Civil a varios rojos que terminaron en el paredón. El hijo de uno de los fusilados habría vuelto del extranjero para vengar la muerte de su padre.

En cualquier caso, los únicos que pagaron con sus vidas fueron los tres delincuentes detenidos al principio. La ciudad se movilizó para intentar suspender la ejecución, la primera que tenía lugar en Sevilla en tres décadas. El alcalde y el obispo solicitaron el indulto. De nada sirvió. Ante el garrote vil, el Tarta aceptó su destino: "No he matado a las estanqueras, pero pago por mi mala vida", cuentan que fueron sus últimas palabras.

stats