En el nombre de una vieja amistad
Exposición. Benito Moreno expone 28 dibujos y óleos en la librería de Padilla, con el que mantiene una amistad romana de puro neorrealismo que iniciaron con el actor Juan Diego
BENITO Moreno y José Manuel Padilla son de la quinta de la riada del Tamarguillo. La fecha del siniestro de 1961 contextualiza en el calendario la época en la que se conocieron estos dos sevillanos de la heterodoxia, que es la mejor ortodoxia de la ciudad. La que sobrevivirá a los clichés. Cultivan una hermosa amistad de paseantes que antes regaban junto a San Juan de la Palma y ahora mantienen en la nueva sede de la librería en calle Trajano.
El sábado, en la librería Padilla se inauguró una exposición de Benito Moreno. Entre Libros y Cuadernos acoge un total de 28 dibujos y óleos donde están algunas de las referencias afectivas, cotidianas y culturales del autor. A Benito le acompañaron sus hermanos Amelia (Meli), Josele y Máximo Moreno. Los cuatro hijos de José Moreno, sevillano de El Castillo de las Guardas, y Beatriz Hurtado, de Paradas. Los tres varones nacieron en Sevilla, bautizados en San Juan de la Palma. Meli, la mayor, nació en Madrid, donde a sus padres les cogió la Guerra Civil.
Padilla y Benito coincidieron como alumnos de Arte Dramático en un curso del que también formaban parte el actor Juan Diego y la librera Carmen Reina, que compartió con Alfonso Guerra la aventura de la librería Antonio Machado. También recuerda Padilla a Félix Martín Vázquez, apellidos de torero y de futbolista de un alumno que destacaba por sus Misterios. Juan Diego los invitó a irse a Madrid. Padilla se quedó en Sevilla, "feliz en mi rincón", y Benito Moreno sí cruzó Despeñaperros, pero fue una escala para su marcha a la Bretaña, donde conoció a Christianne Decaillet, su cómplice vital, la madre de su hija Beatriz, a la que retrata en dos de los cuadros de esta exposición.
Los Moreno vinieron al mundo y a Sevilla en la plaza de Menjíbar, muy cerca de la anterior ubicación de la librería Padilla. La familia se mudó a la calle González Cuadrado hasta que deciden cruzar el río al nuevo viejo Los Remedios. Vecinos de la calle Virgen de Setefilla, un barrio que estaba en sus cimientos, el Soho transversal de Silvio, Luzbel, Manolo Ferrand y Gonzalo García Pelayo, que abrió la sala Don Gonzalo, germen de las primeras inquietudes musicales.
Limpia, pule y da esplendor. Benito Moreno es un académico de la sensibilidad. Canta, pinta y recuerda. Desde hace más de 25 años su canción Ra, ra, ra, que incluyó en el disco Romance del Lute y otras canciones, es la sintonía de El Larguero, en la cadena Ser. Poco después de que su hermano Josele haga su incursión radiofónica en El Pelotazo, de Canal Sur. El benjamín, Máximo, es un sevillista de la calle Betis, un artista de la fotografía, autor de algunas de las mejores portadas de la discografía del rock nacional.
Padilla ya le editó a Benito Moreno su libro Poemas de amor. Su particular epitafio sentimental por la pérdida de Christianne Decaillet, poemas traducidos al francés por su hija Beatriz. Igual que Máximo, Benito también tiene entre sus iconos artísticos el cante de Camarón y la guitarra de Paco de Lucía. Dos de los personajes de esta exposición en la que también están reflejados La Margara, la Sayago y el Niño Gero. Hay dos copias del Apóstol Santiago y del retrato que Velázquez hizo del Papa Inocencio. Se atisba la presencia de Murillo en la estatua de la plaza del Museo a la que el pintor y cantante se asoma desde su estudio en una casa que rehabilitó su vecino Guillermo Vázquez Consuegra.
Cuadros y dibujos entre libros. Hermano del Silencio y de sus hermanos, un parentesco que tiene en el surtido de los libros de Padilla algunos curiosos ejemplos: El Romanticismo Sevillano de Valeriano Bécquer, hermano de Gustavo Adolfo; o la Guía de Dulces de conventos de María Luisa Fraga Iribarne, hermana del don Manuel que fue ministro de Información y Turismo, embajador en Inglaterra y presidente de la Xunta de Galicia. Hay un guiño a su tierra adoptiva, el cuadro titulado Pequeño bretón. La gran Bretaña de Benito Moreno no es la que llegó hasta la India y las Malvinas, sino esos bretones de Balzac de una tierra en la que él vivió y Cunqueiro se inventó.
Los cuatro hermanos Moreno en Padilla. Una librería muy familiar. Ayer, sin ir más lejos, convivían tres generaciones. José Manuel, el padre, retocaba textos en el ordenador, al tiempo que recordaba vivencias de aquella quinta de la riada. "La vi desde la Campana, cuando trabajaba en la compañía de Seguros Andalucía y el Fénix Agrícola. Abrieron un husillo junto al quiosco de Curro y vimos cómo salía un barbo". Manuel Padilla, el hijo, ordenaba materiales. Pablo, el nieto, vástago de su hija María, dormía plácidamente a sus seis meses. Sueño custodiado por su abuela Pilar.
La colección de obras de Benito Moreno se abre con el cuadro titulado Equilibristas, un alarde de simetría, y acaba con Biombo, tríptico de óleo y madera. Las visitas se quedan sorprendidas por el verismo de la ventana pintada, que parece real. Un trampantojo en forma de bodegón. Una pila de libros pintados en esta librería que abre sus puertas al pintor amigo. Que no desaprovechó el tiempo en el magisterio de Sebastián Blanch en la Escuela de Arte Dramático. "También teníamos de profesores", recuerda Padilla, "a José María de Mena y la locutora Mariló Noval".
El librero llevaba una doble vida muy propia de esa década en la que la ciudad, otra vez Nova Roma, jugó al neorrealismo sevillano. Con el buen tiempo, coincidía en la Alberca Hierro con los luchadores, cuando la lucha tenía unas connotaciones más reivindicativas que deportivas; por la tarde, se iba a la Universidad para ensayar con Alfonso Guerra, Amparo Rubiales y otros componentes del elenco teatral del que surgieron Esperpento y Mediodía. Un viaje equinoccial desde El ladrón de bicicletas a El Gatopardo. Una ciudad en la que el único marinero en tierra era un barbo saliendo del quiosco de Curro.
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