El derbi sevillano

Parabienes a los héroes del silencio

  • Lucas Ocampos, de casi descartado a jugador decisivo bajo el nuevo sonido del fútbol.

  • Fekir, casi única referencia bética, pisaba campos de minas ante la contundencia de los defensas locales

Ocampos se dirige a las cámaras, ante un graderío vacío, para hacer un gesto habitual en sus celebraciones de gol.

Ocampos se dirige a las cámaras, ante un graderío vacío, para hacer un gesto habitual en sus celebraciones de gol. / Antonio Pizarro

Nuevo fútbol, viejas mentiras. Lucas Ocampos demostró que no hace falta entrenar para ser el hombre del partido. Jugara al despiste o fuese un acto de sinceridad, a Lopetegui le cayó un full de reyes y ases con el argentino para ganarle la mano a Rubi. Al filo del horario permitido para el juego y las apuestas, el entrenador vasco supo moverse en el tapete y engañar a todos.

El de Quilmes, que en Argentina lo mismo es una marca de cerveza que una ciudad, fue el hombre del partido, uno de los héroes del silencio, una de las primeras sensaciones que inspira este nuevo fútbol sin la pasión de las aficiones. Un trallazo a la cruceta que sonó como el cerrojazo en la plaza de San Lorenzo que anuncia la salida de la Cruz de Guía del Gran Poder fue su primer aviso. El derbi del coronavirus pasará también a la historia por estar fijado el tercer domingo de Cuaresma y disputarse el jueves de Corpus.Después, Ocampos fue poco a poco agrandándose sobre la hierba del Sánchez-Pizjuán y convirtiéndose en la pesadilla de Álex Moreno. Otro derechazo al filo del descanso fue el segundo repelido con dificultad por Joel Robles. Tras el paso por la caseta, se guardaba lo mejor. Ya antes demostró estar bien compenetrado con De Jong, otro cirial que, como en la ida, emergió para decidir un derbi, y no tardó en aprovechar el penalti que le dejó en bandeja el holandés.

Por entonces Fekir casi había tirado la toalla. Y de veras que lo intentó. Durante el primer tiempo fue el faro de su equipo. No le quemaba la pelota ni las duras entradas a ras de suelo de los sevillistas. Ya lo avisó Diego Carlos en el confinamiento. “Si en el fútbol prohíben las entradas a ras de césped, estamos convirtiéndolo en otra cosa”. El brasileño le regaló alguna que otra al francés, al que si no le quemaba la pelota a esas alturas ya le quemaban las espinilleras.

Huérfano de acompañamiento, Fekir se perdió en enredos en los que entendió que la superioridad –también física– de sus oponentes era una realidad. No cabía otra que plegarse al que se estaba erigiendo en el héroe de este fútbol silencioso. El galo debía pensar que era una broma de mal gusto cuando Rubi les decía a los suyos “¡sin falta, sin falta!”, cuando él las recibía de todos los colores. Ciertos manotazos a Reguilón y su discusión con el asistente eran ya antes del descanso los últimos coletazos de la impotencia.

Y aún quedaba la sutileza del héroe invisible. Invisible porque logró convencer a gran parte de la prensa y del rival de que el derbi no iba a contar con su presencia. Un taconazo genial en un córner para envolver con papel couché el segundo gol de su equipo, obra de Fernando de un gran cabezazo y que hacía estallar con la resonancia de un estadio vacío los gritos de euforia por lo que ya parecía un triunfo difícil de dejar escapar.

Una espera de tres meses que se hizo feliz con el triunfo, la reafirmación de la tercera plaza y la firma de un jugador que añade más literatura a su espectacular relanzamiento internacional con la varita mágica de Monchi. Ocampos, el primer héroe del fútbol del silencio.

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