Mallorca-Sevilla | Crónica

El control de las emociones según el fútbol moderno (1-1)

  • El Sevilla se repone a un inicio discreto en Son Moix, donde empata y hasta celebra un triunfo en el descuento que el VAR se encarga de cercenar

  • Un ligerísimo toque en la mano de Fernando tras controlar con el pecho lo aborta

Los jugadores del Sevilla, con Fernando explicando que el balón le da en el pecho, protestan ante Jaime Latre la anulación del 1-2.

Los jugadores del Sevilla, con Fernando explicando que el balón le da en el pecho, protestan ante Jaime Latre la anulación del 1-2. / Cati Cladera / Efe

El nuevo fútbol, tanto para el aficionado que disfrutaba en la montaña rusa de una victoria como la sumada ante el Levante como para el entrenador que sufre en silencio en el banquillo con cada fallo de uno de los suyos, nos va a acabar enseñando –a todos– a controlar las emociones. Jaime Latre, y su asistente de VAR, Iglesias Villanueva, le dieron una lección de ello a todo ese sevillismo que saltó como un resorte cuando, pasado ya incluso el tiempo marcado de descuento, Ocampos anotaba a placer un centro de Fernando para establecer el 1-2 en la que iba a ser la enésima alegría de los de Lopetegui en los minutos finales de un duelo oficial y otro tanto parecido, pero al contrario, para el Mallorca.

El VAR, mientras unos celebraban y otros maldecían,detectaba entre repeticiones y tomas algo raro en ese balón que Fernando bajaba con el pecho. Había sacado un centro de lujo Jesús Navas cuando todo parecía que iba abocado el 1-1 y se la había comido un defensa balear en el salto. La primera imagen no arrojaba nada ilegal: el balón había dado claramente en el pecho del brasileño y Ocampos, que venía desde atrás, estaba en posición legal. Pero una de las tomas, como decimos, encendía un pilotito naranja en la sala de monitores y, después de muchas vueltas, el equipo arbitral estimaba que la trayectoria del balón tras dar en el pecho de Fernando se había desviado levemente con un toque casi inapreciable en la mano izquierda del experimentado futbolista.

Las emociones, por tanto, volvían a jugarle una mala pasada a los que no pueden controlarlas en una fase del partido en la que ya Jaime Latre se había vuelto loco entre tarjetas amarillas y rojas, como la de Jaume Costa o la que vio un miembro del banquillo sevillista.

Al final, las emociones –y los puntos que volaron– se las llevan el VAR y en la tabla se queda el único que dejó en el acta, ese empate que sirve al Sevilla para seguir arriba pero que impide un paso más, por ejemplo, haber salido como líder de un estadio en el que una vez, rozó un título de Liga, también arrebatado, no por el VAR, pero sí por el estamento que lo controla.

Futbolísticamente, el Sevilla ofreció dos caras, como otras veces, sin que ello pueda achacarse a una actitud determinada u otra opuesta. Como los rivales tienen la costumbre de intentar jugar y contrarrestar las fortalezas del oponente al que se enfrentan, al equipo de Lopetegui le costó imponer su ritmo en la primera mitad. Sí lo hizo en la segunda durante muchos minutos, en los que acumuló ocasiones y méritos para llevarse los tres puntos. Nada hubiera pasado si no hubiera llegado ese gol al final de Ocampos, pero el problema es que el balón entró en la portería de Reina, pero no subió al marcador.

Por eso, el vértigo parece predestinado a quedarse en el que siente en blanco y rojo. No gustaba nada la primera parte que se marcaba el equipo de Lopetegui, que al descanso, a eso de las ocho de la tarde, ya había provocado el primer disgusto al aficionado.

Mala primera parte

Juraba en arameo el técnico vasco mientras los suyos iban, cabeza abajo, camino de los vestuarios. El Mallorca, si acaso con un poquito de orden defensivo, había desmontado en 45 minutos todo el plan expuesto en la previa. Sin posibilidad de ejecutar acción combinativa alguna, el Sevilla sólo tenía tres vías para acercar el balón al área de Reina. Las tres las intentó, pero, al ser simples recursos, no son fiables. Disparo exterior (el que intentó Jesús Navas al cuarto de hora), un balón a la espalda de la defensa rival adelantada (el de Koundé a Rafa Mir que intentó picar sin éxito) y a balón parado (el córner rematado por Diego Carlos). Los réditos por acciones colectivas no comparecían, pues la circulación, las veces que circuló el Sevilla, no fueron lo suficientemente rápidas.

Pero los problemas venían más por la salida de balón desde atrás con Bono, esa suerte que este se equipo se empeña a veces en protagonizar pese a que no se den las condiciones. En Son Moix no se daban. Una vez más un rival con dos puntas en el inicio defensivo atoraba a los blancos –por simple equilibrio numérico–, que ya tuvieron un par de pérdidas peligrosas en fase de iniciación antes de verse por detrás en el marcador. Eso y la permisividad con las conducciones acabaron por ir metiendo al Sevilla atrás. La primera ya llegó en la jugada inicial del partido y la segunda acabó en gol. Angel dividió y creó confusión entre Joan Jordán, que no se atrevió a salirle, y Diego Carlos, que se quedó en tierra de nadie, para que el balón llegara a un penetrante Amath a la espalda de Acuña. El resto ya era echarla a suertes. Y salió cruz: el centro al área chica, parecido al del primer minuto, rebotó en alguien y le cayó a Antonio Sánchez. Bono estaba en el paredón de fusilamiento.

Lopetegui, en arameo no porque no lo entenderían sus futbolistas, dio otras instrucciones en el vestuario. Dejó a Acuña en la ducha y buscó esa superioridad numérica sobre los dos puntas locales con tres centrales, metiendo a Fernando atrás y sacando a Ocampos en busca de más punch, aunque éste no llegaría hasta la entrada de Augustinsson y la vuelta a la defensa de cuatro. Ya por entonces se había salvado Bono otra vez con un balón al palo y algo no le terminaba de gustar a Lopetegui. El Sevilla adelantó la primera línea de presión y se dispuso a echar el resto para empezar a embotellar a un Mallorca que –las estadísticas lo decían– se desfonda en los minutos finales. Rafa Mir rozó el empate con un remate que repelió Reina con el pie y se estrelló en el poste, y Lamela fue el que puso la seda con un zurdazo a la escuadra.

Con la botella medio llena estaba a punto de coger el Sevilla los bártulos para irse cuando llegó ese gol celebrado y luego cercenado. Emociones y nuevo fútbol. Aprendan a entenderlo y a convivir con él. Es lo que hay.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios