Sevilla-Barcelona | La previa

El agudo síndrome del éxito precoz

Soumaré, que vuelve tras sanción, camina entre Nianzou, Agoumé y Badé; al fondo, Oltra y Acuña.

Soumaré, que vuelve tras sanción, camina entre Nianzou, Agoumé y Badé; al fondo, Oltra y Acuña. / Juan Carlos Muñoz

Un Sevilla-Barcelona siempre ha sido motivo de ilusión. Pero no es eso lo que invade al sevillismo. La foto de Quique Sánchez Flores dando un patadón al balón con el escudo del Sevilla de fondo del compañero Juan Carlos Muñoz ilustra la sensación del club y su afición cuando ante el fin de una temporada nefasta: es la primera vez que se queda fuera de Europa antes de diciembre en lustros y la peor puntuación de la Liga en este prolífico y argénteo siglo XXI. Eso en lo deportivo, que en lo económico o institucional es peor: la guerra judicial no cesa y el club se ha visto obligado a partir de cero gracias a un plan financiero que lo hipoteca por una década. El sevillismo se va a manifestar con protestas en este cierre de la Liga frente al Barcelona. Es lógico.

José María del Nido Carrasco, con cinco meses en el cargo, afrontará el primer plebiscito de su mandato y lo hará habiendo salvado un par de set balls justo antes de que el sevillismo le demuestre su tremendo descontento con una protesta organizada por significados colectivos. En la previa del Athletic-Sevilla tuvo reflejos para reconducir el esperpento al que habían llevado a Jesús Navas –entorno del jugador forzándolo a adoptar una decisión que no respondía a su voluntad– y el viernes anunció con una sonrisa la renovación de Isaac. Alfa y omega del nuevo proyecto: la referencia del mito y la energía de la nueva cantera. A eso se agarrará el Sevilla de la grave rescisión económica ante un ciclo que parte de cero.

Quique golpea el balón con el escudo del Sevilla al fondo. Quique golpea el balón con el escudo del Sevilla al fondo.

Quique golpea el balón con el escudo del Sevilla al fondo. / Juan Carlos Muñoz

¿Pero cómo ha llegado a esto el Sevilla de las cuatro clasificaciones consecutivas para la Champions y los dos últimos títulos europeos de su serie de ocho en este siglo? ¿El equipo de los 11 títulos y las 19 clasificaciones europeas, 9 de UEFA Europa League y 10 de Champions, en los 20 años precedentes, de 2004 a 2023? Pues entre todos la mataron y ella sola se murió. En el centro de la diana están clarísimamente señalados los dos consejeros delegados que han regido el club en el último lustro, desde que se firmara el controvertido pacto de gobernabilidad en 2019: José Castro y José María del Nido Carrasco. En este contexto hasta resulta ridícula la medida revanchista de no dejar símbolos azulgranas fuera de la zona visitante. Un tirachinas infantil en medio de una guerra para hombres.

Pero a la actual situación han contribuido muchos más sevillistas. Entre ellos José María del Nido Benavente anunciando en el verano de 2020 –recién iniciado con éxito el nuevo ciclo de Monchi y Lopetegui, Champions y título europeo– que de lo prometido nada y que volvería a ser presidente. Aquello dinamitó una paz firmada meses antes con el fin de zanjar la guerra por el frenesí de compraventa de acciones –quien esté libre de pecado que tire la primera piedra–; una paz que a la postre resultó una falacia. Y también contribuyó a esa deriva autodestructiva –seis entrenadores en dos años, dos de ellos ganando títulos europeos– el constante descontento de una afición que se acostumbró a perder la calma conforme cada nuevo entrenador iba teniendo un éxito precoz.

Onces probables. Onces probables.

Onces probables. / Infografía / E.F.

Hete aquí un factor clave que ha anidado en el subconsciente colectivo del Sevilla y el sevillismo y que se ha acentuado cuando Monchi, cuya última gestión contribuyó de forma decisiva al entuerto -el creciente desequilibrio entre elevados sueldos y bajo rendimiento-, no ha estado al frente. Juande Ramos ganó el primer título de cinco en su primer año; Unai Emery concatenó tres seguidos casi igual; Julen Lopetegui se coronó ayudado por la pandemia en su primer ejercicio; y José Luis Mendilibar llegó como salvador de un barco que se hundía y obró el milagro de Budapest en una eclosión futbolística que procuró algo que hacía tiempo que no se daba, la identificación total de equipo y grada. El esoterismo, dicen algunos.

Pero el milagro de Mendilibar no bastó para que evitar que también fuera engullido por esta dinámica que deglute ilusiones de forma pantagruélica. El resultado de aquella decisión irreflexiva y desalmada es que Mendi vuelve a estar en una final europea y el Sevilla vuelve a estar perdido en la tempestad. De aquel polvo estos lodos, ¿o ya estaba todo enfangado como ha comprobado Quique y ha dejado caer en su adiós?

El ejemplo de cómo ha logrado el Atalanta su primer título, con Gian Piero Gasperini cumpliendo su ¡octava temporada en Bérgamo! pone el contrapunto perfecto para este análisis. En unos días el Sevilla cumple un año de su último título europeo, que ya es obvio que cerrará toda una era. Ahora toca partir de cero y la sensación es de lógica incertidumbre... y de mucho pesimismo.

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