¿Se ha convertido Jordi Cruz en un problema para 'MasterChef' y RTVE?
Opinión
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Jordi Cruz no es mal tipo en las distancias cortas y en la vida real. Bien remunerado, con el ego compacto que le dan su éxito en los negocios y en la vida social, con tres estrellas Michelin para ABAC, feliz padre de familia, asume su rol en MasterChef por el que cobra 10.000 euros por entrega: es el jurado exigente y más implacable (cuando comenzó daba todavía un aspecto juvenil, por lo que debía imponerse con carácter a su apariencia) y saca la mala cara con facilidad, aunque no sea necesariamente su cara más real.
En esta pasada semana ha surgido la polémica, que ya venía con carga pasada, de despedir con cajas destempladas a una participante, Tamara, empresaria e influencer con ciertas ganas de notoriedad, tras anunciar ella que se marchaba, que no se sentía cómoda. Jordi le señaló la puerta y lamentó la marcha no por el estado anímico de esa aspirante sino por desaprovechar la oportunidad de aprender cuando tantos miles de aspirantes se habían quedado atrás en el casting. No es la primera vez que los jueces lanzan ese reproche ante sus decepciones, ya lo hicieron con el pobre Alberto Sempere, el del león come gamba. Se pasaron. Y el jurado, que también desarrolla producción ejecutiva del programa (pruebas, participantes, invitados, giros de guion), lo admitió y lo sabe. Pero el conflicto ha terminado siendo la salsa de este guiso, como bien saben los celebrities.
Lo de esta semana no ha sido un ataque contra la salud mental en sí de una participante, aunque la respuesta de la ministra de Sanidad, Mónica García, llevara a esta débil RTVE a quitar el programa de este enfrentamiento. Jordi ha podido dar un ejemplo expeditivo, pero no ha atacado a una enferma mental, vista además la reconciliación en redes con la aludida. Los participantes de MasterChef saben a lo que se atienen y encarar el dictamen cruel del jurado es una de las consecuencias de querer salir en televisión, aprender y, de paso, conseguir popularidad, lo cual vienen bien a los aspirantes, ya sean anónimos con ganas de salir adelante en la cocina, como famosos con ganas de ampliar su perfil. Ojo, pero esto no se ve: los concursantes han de convivir, y soportarse, en un piso, entre grabación y grabación, días muy largos, bajo los focos o a la espera. No ven a sus familias, sus pocas llamadas por teléfono están tuteladas, por lo que la fama ganada en unas pocas semanas realmente tiene un sobreprecio de fortaleza mental. Esta trastienda del programa es la que sería aconsejable replantear aunque desde la productora Shine se ha insistido siempre en que cada participante está atendido y cuidado.
Está muy presente el trágico caso de Verónica Forqué, que precisamente había dado muestra de necesitar una atención especial, de un problema de años atrás, de la que el programa de La 1 no hizo el caso que hubiera merecido y, más bien al contrario, sacó rendimiento. MasterChef y RTVE jugaron ahí con fuego.
Al cabo de once años de su estreno el programa de cocina se merece una revisión para que de una vez las galas sean más breves y haya algo más de margen para la sorpresa y el interés sin caer en el conflicto, la confrontación o el morbo. El formato no pasa por un buen momento audiencia pero el problema principal de saber qué ofrecer y a qué público dirigirse lo tiene la propia RTVE que está en desorientación de contenidos y de destino. MasterChef es uno de sus formatos más caros (400.000 euros por noche) pero a la vez es de los que reúne una mayor fidelidad en el desastre del prime time de La 1. Es decir, la presencia del formato de Shine en la parrilla se justifica por sus propios datos y el tirón que sigue teniendo, como soporte además de otras promociones añadidas (productos, lugares, nombres de la cocina) para una cadena que dejó de sufragarse con ingresos publicitarios. Sin MasterChef La 1 no tendría otro programa de prime time con enganche garantizado en estos momentos.
A lo largo de estos años un formato así, con un jurado que lleva años en el pedestal, revalorizados, se ha ido también generando sus detractores y sus haters. Detractores con y sin cariz político. Los profundos enfrentamientos en la cúpula de RTVE también se llevan por delante los contenidos de entretenimiento, como se ha demostrado con la polémica e innecesaria contratación de David Broncano.
Jordi Cruz sólo hace un papel. Los concursantes de MasterChef son también conscientes de que hacen otro papel. Todo con miras a un lucrativo show cuya audiencia, eso sí, se diluye poco a poco por hastío, por reiteración.Y si MasterChef necesita más audiencia tendrá a sus jurados con toda la disposición. Si no con el conflicto frontal, que ha de ser esporádico, sí con la pimienta de forzar paisajes donde los concursantes, que son más personajes que concursantes, fabriquen momentos.
Si eso ahora parece molestar en el seno de RTVE, retirando programas que se consideran incómodos, los propios responsables de MasterChef son los primeros sorprendidos.
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