Ventura y Ponce protagonizan la apertura de la Feria de Guadalajara

Ambos toreros salen a hombros y Morante corta una oreja y pierde la puerta grande por la espada

F. Notario (Efe) Guadalajara

14 de septiembre 2013 - 01:00

El rejoneador Diego Ventura, que cortó una oreja de cada toro de su lote, y el diestro Enrique Ponce, que paseó tres, abrieron de forma triunfal la Feria de la Virgen de la Antigua de Guadalajara.

Se lidiaron dos toros -primero y cuarto- de Fernando Sampedro para rejones, descastado y parado el primero, y más colaborador el segundo; y cuatro en lidia ordinaria de Zalduendo, bien presentados y, salvo el descastado segundo, en general, de buen juego. Destacó sobremanera el quinto. El rejoneador Diego Ventura, oreja y oreja. Enrique Ponce, oreja y dos orejas. Morante de la Puebla, oreja y palmas en la despedida tras aviso. La plaza tuvo más de tres cuartos en tarde calurosa.

Ventura sorteó en primer lugar un toro muy descastado y parado con el que tuvo que poner todo de su parte para lograr cortar una meritoria oreja. Labor muy dificultosa y laboriosa de Ventura, que tuvo que echarse muy encima del animal para clavar banderillas a lomos de Nazarí dentro de un conjunto técnicamente perfecto. Otra oreja paseó, esta vez del cuarto, Ventura por una labor más vibrante y efectista, no exenta de algunas desigualdades.

Ponce no tuvo rival en su primero, toro manso y sin fondo, que obligó al valenciano a hacer un derroche de técnica para torearlo a media altura por el derecho, acompasando las medias embestidas del animal, en una labor sin emoción por lo poco que aportó el toro. La rápida muerte del astado le permitió pasear un apéndice. Lo mejor estaba por llegar. Y llegó. Fue en el quinto, un gran toro de Zalduendo al que Ponce cuajó de principio a fin. Elegancia, suavidad y limpieza fueron las bases de una gran faena del maestro, trufada con adornos y remates también de especial sabor. Gran estocada y dos orejas al canto.

Morante, que con su primero apenas se le vio de capote, sin embargo, brilló con la franela en una labor de mucho temple y torería. Dos tandas al natural abrieron faena. Por el derecho surgieron los mejores momentos, con muletazos cadenciosos y profundos, enroscándose con un toro de dulce que, no obstante, acabaría rajándose. En el sexto, grandioso toreo a la verónica. El toro, que nunca humilló, no fue el compañero de viaje ideal. Pero el de la Puebla no se arrugó. Logró muletazos aislados de muy buena compostura. Cuando tenía la oreja, se lió a pinchar y perdió así el trofeo que le hubiera permitido salir a hombros con sus compañeros.

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