Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
CONTRACRÓNICA: QUINTA DE ABONO
David Galván es uno de esos toreros recuperables que cuenta con algo que no se compra ni se vende: la personalidad, el acento propio. El matador de San Fernando, de alguna manera, había sido redescubierto para el gran público a raíz de la original faena -fuera de cualquier norma- que instrumentó en la última isidrada. El poder amplificador de la televisión -tan ausente de Sevilla más allá de las tres perlas de Canal Sur que prometen ser collar en años venideros- revalorizó el papel del torero, renacido de su propio destierro profesional sin perder la fe en sí mismo. Ahí estaba el reto: Galván supo manejar bien la escena, acoplándose a las posibilidades de sus dos enemigos a pesar de la frialdad ambiental de este festejo de transición que se libró del agua por los pelos.
Tuvo dos toros de distinta condición, incluyendo ese segundo mansito, tan en Núñez, que acabó dejándose mucho y bien en la muleta del cañaílla que usa -y hasta abusa- de ciertos recursos técnicos en la colocación que suma a su particular codilleo y una armónica forma de ir y venir del toro, de expresarse en cada lance o muletazo. ¿Qué más le podemos contar?Que volvió a caer de pie en la plaza de la Maestranza,
¿Merece repetir en Sevilla?Por supuesto. Y en cualquier caso bastante más que ese Fandi que dejó escapar entero el mejor toro del envío de Alcurrucén, el vivero más actual de una sangre, la de Carlos Núñez, fundamental para entender la geneaología del toro bravo contemporáneo. No merece la pena entrar en los resortes de esa faena zarrapastrosa por más que el veterano diestro mantenga su facilidad lidiadora y el sentido del espectáculo en banderillas. Pero el tiempo no pasa en balde. Para qué vamos a darle más vueltas. Su encaje en el abono abrileño obedece única y exclusivamente a los vericuetos de esa fontanería taurina que controla el negocio y marca el signo de unas ferias que repiten nombres y carteles que podrían haberse celebrado, idénticos, hace más de dos décadas.Así está el patio y así se lo contamos en vísperas del mayor contraste.
Los dos carteles de circunstancias del martes y el miércoles -la novillada del lunes sí gozaba de sentido y oportunidad- van a preceder al auténtico festejo estrella de un ciclo que carece de la redondez global de otras ediciones. Pero si hay una terna verdaderamente maciza, si hay un cartel redondo en este abono que consagra la gerontocracia del toreo, es el de este jueves, primero de mayo, que ya tiene todas las localidades agotadas. Morante, Juan Ortega y Pablo Aguado estarán acompañados de la ganadería de los últimos grandes acontecimientos, la divisa charra de Domingo Hernández.
En el caso de Morante será su segundo bolo tras el motete incomprendido del domingo de Resurrección. Para Ortega y Aguado -que el pasado año dejó un gran sabor de boca- son las primeras comparecencias en una Feria en la que despiertan verdaderas ilusiones. Ya se ha hablado hasta la saciedad de aquella faena de Ortega al toro Florentino -marcado con el hierrode Domingo Hernández- que mereció todos los premios puestos en lid menos el honor de verse anunciado en la corrida del Domingo de Resurrección. Cosas veredes...
De Domingo Hernández era también Ligerito, el completísimo animal que se marchó para el desolladero sin el rabo que le había cortado Morante en la cumbre taurina de su vida. Paradojas del destino, en aquella tarde feliz ya se había iniciado su vuelta a los infiernos que convertiría las campañas de 2023 y 2024 en un ir y venir marcado por el su estado anímico y mental. Ya lo escribimos en Resurrección: Morante ha vuelto para torear y lo hará con cámaras emitiendo en abierto el acontecimiento. Como en los viejos tiempos.
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