A modo de reflexión final...
Pepe Moral hizo de la fe en sí mismo el secreto de su macizo triunfo en el cierre de la Feria a la vez que llega el tiempo de balances, premios y resúmenes
Pepe Moral corta dos orejas y redondea una gran tarde
Evocando al Niño de la Palma

Sevilla/EL emocionante y largo clarinazo que saludaba la muerte del sexto toro de Miura volvía a advertir que había pasado una Feria más que ya es una menos. Quedaban atrás dos semanas largas de toros y toreros, triunfos, fracasos, alegrías, decepciones, concesión al gozo y al aburrimiento y una nutrida lista de llenazos que deben tintinear en las cuentas de la empresa Pagés en una año crucial para su propia historia en el coso del Baratillo. Pero la suerte y la vida quisieron que este postrer festejo se convirtiera en una oportunidad vital para un torero recuperable como Pepe Moral, último triunfador del ciclo. Ramón Valencia había acertado al incluirlo en esta terna de especialistas, sacándolo de varios años de olvido y exilio personal que deben dar paso a su mejor versión taurina.
El secreto de Pepe Moral fue creer en sí mismo, aplicar su propia capacidad, tener paciencia de alquimista para extraer el mejor fondo de sus dos enemigos y, sobre todo, tener siempre presente que podía ser el último tren que pasara en su vida profesional. Las dos orejas -la Puerta del Príncipe que demandaban los más noveleros era lo de menos- resumían por sí mismas la solidez de su labor en una tarde de entrega coral de la terna en la que, como en botica, hubo de todo. A Pepe, renacido de su propios naufragios personales y profesionales, le ha venido bien el banquillo. El diestro palaciego ha encontrado en las esquinas de la América taurina más profunda, en el sótano de la profesión, el trampolín para volver a sus mejores fueros. Su triunfo también es el del propio toreo en estos tiempos de componendas articiales y toreros amparados por un sistema cerrado. Enhorabuena.
Pero con la conclusión de la Feria llega también el tiempo de balances, resúmenes, conclusiones y deliberaciones de premios. Este mismo lunes se reúnen los jurados más encopetados para premiar a los mejores del serial primaveral. No será fácil si se pretende ir más allá del conteo de trofeos para fijar la verdadera trascendencia de las respectivas actuaciones. Pero el final de la Feria también invita a la reflexión después de tantos días de toros que, en alguna ocasión, también se han puesto cuesta arriba.
El desarrollo del ciclo ha demostrado que el negocio camina por un lado y la realidad del ruedo va por otro. No hace falta señalar más de lo necesario a esa tríada de toreros que ha mostrado en la plaza de la Maestranza su amortización definitiva con lotes a favor. El triunfo ha llegado por otras vías alejadas de los planes de los fontaneros del toreo aunque esto suponga predicar en el desierto. Basta contemplar los carteles de todas las ferias para comprobar que el que se mueve no sale en la foto.
Pero estas reflexiones pueden ir más allá al constatar que la plaza de la Maestranza, definitivamente, ha perdido ese carácter senatorial que no hace tanto imponía tanto a los toreros, bastante más que los insufribles reventadores del Foro. Los finos silencios despectivos destrozaban más que cualquier bronca pero ese público conocedor ha dado paso a una legión de espectadores de aluvión -que benditos sean- que mudan la piel de la plaza tarde a tarde con sed atrasada.
¿Mejor?¿Peor? Es lo que hay en estos tiempos que no se escapan de una constante: la plaza de toros actúa como espejo de la sociedad de cada época. La gente quiere sumar experiencias, ver a los toreros por la Puerta del Príncipe, que corten las orejas que ese palco babélico regala o niega sin criterio fijo... Pero la memoria, siempre la memoria, es la mejor juez del toreo. Pongan a prueba sus propios recuerdos, calibren sus emociones, echen cuentas de lo que les tocó el corazón en estas dos semanas que quedaron atrás y a lo mejor recalan en las orillas de La Puebla del Río.
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