Copa del rey: sevilla - espanyol · la crónica

Otro borrón en la Copa (1-0)

  • El Sevilla, descentrado por el planteamiento extremadamente ofensivo de Emery, sólo se emocionó con el gol postrero. El Espanyol domina el juego y no sufrió ni siquiera con el 1-0.

No tiene nada que ver con el ridículo de la pasada temporada, cuando fue eliminado por el Racing, pero Unai Emery le echó el segundo borrón a su espectacular trayectoria como entrenador del Sevilla con la eliminación de su equipo en los cuartos de final contra el Espanyol. Ni siquiera ese postrero gol de Figueiras puede evitar la sensación de impotencia generada en las gradas del Ramón Sánchez-Pizjuán con el juego de los suyos en el intento de remontar el 3-1 de la ida. Se obvia incluso aquel resultado, por mucho que fuera decisivo en el balance final, y se analiza exclusivamente el encuentro de este jueves en Nervión y la sensación no puede ser más decepcionante por el planteamiento ordenado por el técnico vasco.

Conste que no se trata de centrar las culpas sólo en el entrenador, ni muchísimo menos, también el rendimiento individual de algunos futbolistas teóricamente estrellas, léase Bacca, Gameiro, Denis Suárez o Deulofeu, no se acercó ni de lejos al nivel que éstos han ofrecido en otras ocasiones. Pero hubo un factor fundamental para que el Sevilla ni siquiera fuera capaz de poner en aprietos a un Espanyol infinitamente superior a lo largo de toda la eliminatoria y éste no es otro que la apuesta por el desequilibrio. Emery ideó un equipo con la intención de arrollar al adversario y consiguió justo lo contrario, es decir, que el cuadro catalán se sintiera tremendamente a gusto en su defensa y que jamás se viera expuesto al peligro.

Lejos de las peticiones que se puedan realizar a través de Twitter, por ser ahora mismo la barra del bar con mejor altavoz, el fútbol moderno establece que atacar con muchos delanteros es contraproducente, que ellos mismos le cierran los espacios a los compañeros y que facilitan la tarea a quienes sólo deben proteger a su guardameta. Emery metió a Bacca y Gameiro, algo que, salvo alguna excepción por muy gloriosa que fuese para los suyos, no le dio muchos réditos en el anterior curso. Hasta ahí, de cualquier manera, se le podría aceptar esa propuesta en su obligación de recuperar dos goles en contra, pero menos lógica tuvieron las elecciones en los extremos, pues Deulofeu se quedaba anclado arriba cada vez que el Sevilla perdía el balón y eso provocaba que el planteamiento se convirtiera en un 1-4-3-3. Por ahí se fueron al traste todas las intenciones que pudiera tener el técnico vasco a la hora de poner las fichas en la pizarra.

Porque esa ruptura del Sevilla fue magníficamente aprovechada por Sergio García para acudir a recibir. Las combinaciones del Espanyol eran sencillas y siempre encontraban a los dos delanteros y también a Lucas Vázquez y Víctor Álvarez en los costados. Consecuencia: la línea de cuatro defensas locales retrocede una decena de metros para sentirse más protegida cada vez que venían venir a los espanyolistas en aluvión. Además, Bacca y Gameiro, que pisan terrenos demasiado parecidos, se comienzan a desesperar cuando siempre tienen que luchar en desventaja y se hartan de correr sin posibilidades de tocar el balón, por lo que cada vez están más arriba. Y esas distancias entre los de atrás y los de arriba provocan que exista un verdadero latifundio para Iborra y Carriço a la hora de tratar de recuperar la pelota. 

El Sevilla fue un verdadero desastre en ese tramo inicial. Ya no se trataba de meterle miedo al Espanyol a la hora de transmitirle que la eliminatoria estaba abierta, entre otras cosas porque dos goles se pueden meter en el fútbol en un par de minutos e incluso eso pudo verse cuando Figueiras hizo el primero ya en la recta final, la cuestión era imponerse en el juego, algo que se convirtió en un imposible con la elección de piezas.

El Sevilla sufrió el primer aviso en el minuto dos, cuando Arbilla estrelló un lanzamiento en la misma cruceta. Sin embargo, ahí pudo sacar la conclusión de que la diosa Fortuna podía estar de su lado, aunque también invitaba a reflexionar la jugada sobre por qué Coke cometía la infracción sintiéndose tan desprotegido en ese primer ataque del Espanyol. El fútbol, de cualquier manera, continuó y lo hizo con un discurrir muy pernicioso para que la enfervorecida grada del Sánchez-Pizjuán pudiera seguir manteniendo la fe en los suyos.

Sólo perduró porque en torno al cuarto de hora, casi en la única ocasión en la que Deulofeu fue capaz de retar a su defensor con éxito por la banda, un pase de éste atrás no fue rematado por Bacca en condiciones porque Arbilla tuvo la habilidad de desequilibrarlo con anterioridad. Además, el colombiano no vio la llegada de un Denis Suárez que hubiera tenido todo a favor para rematar a gol.

Pero eso fue un espejismo, el Sevilla cada vez se mostró más inseguro, roto, con dos partes bien definidas dentro del campo y ninguna de ellas cohesionada por las piezas que dominan el juego, es decir, por los centrocampistas. La desazón en el intermedio era ya absoluta, aunque siempre reinaba en las gradas la esperanza de que dos goles se consiguen en un plis plas. Y Emery ahí trata de equilibrar algo la relación defensa-ataque. Hace un cambio obligado de lateral por lateral y trata de recomponer las cosas con Banega en el sitio de Pareja para que Carriço retrocediera al centro de la zaga.

El Sevilla estuvo ya más tiempo en el campo del rival, aunque no quede muy claro si fue por mérito suyo o porque el Espanyol dio un paso atrás para no sufrir mucho. No lo hizo, el primer ataque combinativo de verdad de los blancos no llegó hasta el minuto 59, lo demás fue un quiero y no puedo hasta la rosca de Figueiras. Pero ni siquiera los cinco minutos posteriores al 1-0 los jugó con inteligencia un Sevilla desconocido que ni disparó de nuevo ni casi mete el balón en el área rival. Emery no fue fiel a sus ideas, fue a un cuerpo a cuerpo sin sentido e innecesario y le echó otro borrón copero a su gran currículum. 

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