El derbi sevillano· La crónica

Del duelo a la guasa (4-0)

  • El Sevilla ridiculiza a su eterno rival en medio de la algarabía de su gente. El once de Emery, con suplentes, pasa a cuartos con un global de 6-0 y la sensación de estar en otra galaxia.

Nervión vivió ayer un capítulo jamás -o muy pocas veces- conocido de la historia de la rivalidad sevillana. El último duelo del atracón de derbis que deparó el destino con el sorteo de octavos de final de la Copa del Rey acabó de manera macabra para los verdiblancos y con la versión más fiestera para la parroquia sevillista, que disfrutó hasta el éxtasis viendo cómo su equipo se subía encima del Betis y lo pisoteaba sin apenas tener que apretar el acelerador. En una noche que acabó con mucha guasa en las gradas haciendo escarnio y mofa de las penas del enemigo, el equipo de Unai Emery cerró con un 4-0 una eliminatoria que pasa a los anales con un 6-0 global en uno de los momentos en los que la distancia entre uno y otro equipo, entre una plantilla y la contraria y entre una institución y la de enfrente... es sideral.

Y es que, encima, el Sevilla lo hizo fogueando a algunos de sus suplentes y a un ritmo de pachanga playera. No precisaba más cuando su enemigo no era más que un muñeco de trapo justo en la fase en la que más desconcertado podía estar. Puesto que los que mandan en el Betis le hicieron un favor a Mel privándolo de pasar tal vergüenza, los jugadores del equipo verdiblanco se presentaron en el Sánchez-Pizjuán casi cerrando los ojos y sin atender ni creer en lo que pudiera decirles Juan Merino. El Betis fue un dolor en terreno nervionense. Incapaz y tremendamente inferior en todos los planos que engloba el fútbol. Es infinitamente pequeño en cuanto a calidad técnica al lado de su eterno rival, es también físicamente un tractor al lado de un bólido en el aspecto físico y, con un día de entrenamiento con el técnico que se sentaba en el banquillo, también era un bebé a gatas en el plano táctico.

Todo ello, conforme iban cayendo los goles, iba siendo percibido por una afición con ganas de hacer sangre y esa guasa inherente a lo que es un derbi en Sevilla y hacía aparición mientras el fútbol de competición tal como lo entendemos le da la espalda, por todas las circunstancias que se han rodeado, a la rivalidad que siempre protagonizaron de forma apasionante estos dos equipos.

Sólo puede acercarse a lo vivido anoche aquel derbi del 5-1 en el que también Reyes iba a dar la primera campanada cuando los protagonistas no habían roto a sudar. Si entonces fue Adrián, ayer fue Adán (que también empieza por A y termina por N) quien recibió el primer zarpazo con el público aún ocupando sus asientos. Y a raíz de ahí, el chaparrón fue intenso y continuo, sólo frenado por los altibajos de ritmo con que los propios jugadores locales interpretaban la sesión, un espectáculo que a medida que pasaban los minutos se iba trasladando a la grada. Cánticos tan hirientes como "queremos un tiro a puerta", recordando que en los tres partidos disputados el equipo verdiblanco apenas inquietó a Sergio Rico, o la especial interpretación del himno del eterno rival a coro con las luces de los móviles como ingeniosa respuesta a la repetitiva reproducción a altísimo volumen al finalizar cada uno de los encuentros disputados en el Benito Villamarín.

Porque el Betis de verdad que fue un dolor a su paso por la avenida de Eduardo Dato. Descompasado, débil en las disputas, con miedo en las reuniones, desordenado... Merino presentó su primer Betis con muchos complejos. Con un repliegue intensivo casi enfermizo, una presión más arriba se encargó de demostrar que quizá era la mejor opción, porque el Sevilla se sacudía estas incomodidades saliendo con muchos más espacios por los huecos que dejaba esa presión descompasada. Desde el primer minuto supo que no tenía nada que hacer ante unos futbolistas muchísimo mejores en todo pese a que algunos no tienen el rol de titular en el equipo de Emery. Entre ellos, un Reyes que se siente como pez en el agua en estos duelos y que fue el encargado de poner al Sevilla en el carril. Con la maestría de N'Zonzi, ya sea jugando desde atrás en la salida de balón o dando el último o penúltimo pase, el utrerano se bastaba para sacar de quicio el desastre en el que se convertía el sistema defensivo verdiblanco. Porque un Sevilla que no jugaba ni con once porque ni Konoplyanka ni Llorente estaban metidos en la película le hacía mucha sangre en cada acción, ya fuera en ataque combinativo como a balón parado, como llegó el segundo gol.

Merino -quizá ya era bastante- logró que su equipo compitiera algo al inicio de la segunda mitad con Fabián como mascarón de proa y también porque el Sevilla levantó el pie, pero eran tantas y tan grandes las olas en contra que de la muerte por ahogamiento no lo salvaba nadie. Un duelo en mitad de una fiesta... y lo peor para esta afición es que aún queda otro derbi. Y mucha guasa en la rival.

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