Cultura

Como si hablaran ellas

  • Dazai recrea en estos cuentos un mundo íntimo y doméstico, pero también el ambiente de Japón ante la inminencia de la guerra y justo después de ella.

Colegiala. Osamu Dazai. Trad. Ryoko Shiba y Juan Fandiño. Impedimenta. Madrid, 2013. 272 páginas. 19,95 euros.

Antes de intentar suicidarse varias veces -a la quinta fue la vencida, el obstinado colofón, sabemos por sus escritos, a una vida inundada de una tristeza oceánica y absurda, definitiva-, una de las cosas que hizo Osamu Dazai fue hablar durante un tiempo como una mujer, varias mujeres. Colegiala, una de las tres únicas obras suyas disponibles en español actualmente (las otras dos, Indigno de ser humano y Ocho escenas de Tokio, están editadas en Sajalín), y última en llegar a nuestras manos, es un volumen de relatos que ofrece algunas de las raras ocasiones en las que el escritor japonés dejó de escribir con voz masculina para mirar y comentar el mundo como lo haría una mujer; una mujer tal como él entendía que son, una que en muchos de estos catorce relatos se encuentra en medio de esa travesía sin lógica que es la adolescencia.

Dazai ha sido y es comparado invariablemente con Dostoievski, y aunque resulta algo molesta por la sombra reduccionista que proyecta, motivos no faltan para entender esa etiqueta tópica que en algún momento se le adjudicó a sus libros, a los del japonés, supone uno que con la intención de mitigar con la fuerza del canon la lejanía emocional que algunos podrían sentir respecto a lo (figuradamente) exótico. El autor (1909-1948) fue, como explica la breve y clarificadora nota de los editores, uno de los más notables representantes del movimiento de las watakushi shoetsu o novelas del yo, que abordaban estampas cotidianas, "muchas veces vagamente intrascendentes o triviales", con esa invisible poesía naturalista que cineastas de su país como Yasujiro Ozu elevaron a la categoría de arte específico. Ese procedimiento narrativo introdujo un soplo de modernidad en la literatura japonesa de la primera mitad del siglo XX, en la medida en que propició, apuntan de nuevo los editores, "una mayor individualidad y una forma más relajada de escritura que la correspondiente a géneros más tradicionales".

En el caso de Dazai, ese grado mayor de libertad lo empleó para hablar de la hipocresía de sus semejantes, del pudor, del amor que se anhela y no se obtiene, de la tramposa ansiedad ante esa impresión, perfectamente reflejada por Kundera en su célebre título, de que la vida está en otra parte; para hablar también del miedo a los demás -a que nos hieran-, de la felicidad a veces -como violentos y fugaces ataques de vértigo-, de esos momentos de exaltación del espíritu que nos hacen intuir, por un instante, alguna clase de verdad profunda y sencilla, irrefutable a nuestros ojos y súbitamente reconfortante, para luego escaparse y recordarnos que la naturaleza de la vida es más así, el contorno cambiante de una duda inasible... Hay en la prosa de los textos de Colegiala una vibración de extraña belleza -extraña por fugitiva- que recorre un espectro desde lo muy veladamente oscuro y mezquino hasta una brisa de inocencia extrema y como tal lírica; una belleza despojada y serena que es como una forma de gracia.

Las mujeres que hablan en estos relatos suelen verse feas en el espejo aunque a veces sienten que están guapas, y confiesan con frecuencia que cuando piensan en algún pequeño detalle de sus vidas que jamás son interesantes para sí mismas, se ponen muy tristes y les entran unas ganas tremendas de llorar. En otras ocasiones rumian pensamientos negros porque sus corazones son tan puros que viven espantadas ante la posibilidad de corromperse al rozarse con el mundo, que es sucio, en Japón y aquí. Hasta llegan a avergonzarse de las cosas buenas que les pasan, si les pasan, y en tal caso también pueden sospechar que la cosa buena sólo puede ser el presagio cruel de algo doloroso y turbio, como el temor de que en el fondo no sean, por no ser, siquiera dignas de su efímera y diminuta alegría. Lejos de constituir una caricatura exagerada y condescendiente -torpe y patéticamente desorientada- de las (supuestas) leyes que gobernarían (hipotéticamente) la condición femenina, esta inseguridad radical, estos bruscos vaivenes de los estados de ánimo, la baja y volátil autoestima y la hipersensibilidad que a ratos se derraman sobre las páginas -como ocurre en el cuento que da título al conjunto, el más largo y cautivador- son mucho antes, en su ser más profundo, manifestaciones estilizadas pero honestas del forcejeo con la realidad de un alma humana, de cualquiera que se angustie al sentir que a veces el mundo sólo está dispuesto a conceder enseñanzas a cambio de decepciones. Al triste y exaltado Dazau lo imaginamos como se imagina la narradora de Colegiala (el cuento) al escritor de la novela que lee en un pasaje: "Supongo que le gustará parecer malvado en cierto modo. Suele ocurrirle a la gente que es demasiado amorosa".

Amorosas también, y bondadosas, son las mujeres que cuentan sus historias en el libro, como la joven caída en desgracia entre sus vecinos porque tiempo atrás cometió un hurto ridículo e insignificante con la intención de ayudar a un hombre al que amaba (y que no se merecía tal entrega), o la que para consolar a su hermana inciertamente enferma se inventa unas cartas de un viejo amor de ésta, o la que en una ocasión, muchos años atrás, sintió que lo habría dejado todo -todo- si aquel hombre prácticamente desconocido para ella hubiera querido acompañarla... Mientras, de fondo, hombres egoístas y ensimismados, como esos escritores lamentables en los que es difícil no ver cierto ajuste de cuentas sarcástico de Dazai consigo mismo, y por encima, en lo alto del todo, de los hombres y de las demás mujeres, esa colegiala que una tarde, durante un paseo por el campo, se acordó de su padre, que había muerto, y lo llamó bajito, y un rato después, mirando el cielo del atardecer, sintió que quería amar a todo el mundo, que lo necesitaba de una manera incendiada, tanto que hasta le dieron ganas de desnudarse allí mismo.

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