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Cultura

Música para un cuerpo en vida

Festival de la Guitarra de Sevilla. Dirección de escena: Royds Fuentes-Imbert. ,Dirección musical: Juan García Rodríguez. Intérprete: Eduardo Martínez. Música: José María Sánchez Verdú, interpretada por Zahir Ensemble (Francisco Bernier como guitarra solista). Escenografía: David Pérez Peco. Luces: Manu Madueño. Fecha: Miércoles, 29 de octubre. Lugar: Teatro Central. Aforo: Media entrada.

Con la pintura de El Greco planeando sobre el Festival, el cuadro del Martirio de San Sebastián ha sido el motivo elegido por Royds Fuentes-Imbert para afrontar, junto a la música de Sánchez Verdú, el mayor reto que puede existir en la escena: representar la muerte y la resurrección del hombre; la evanescencia y la trascendencia del ser humano. Una trascendencia que lo une al Greco, si bien el director cubano afincado en Canadá ha realizado una compleja composición marcada por el signo de la intensidad y donde las imágenes, hechas de claroscuros, resuenan también a barroco.

El San Sebastián de hoy es, para Imbert, un yuppie trajeado absorbido por el fútbol y preocupado por la moda que, tras enfrentarse a su propia muerte, deviene un monstruo o un gigante que lucha por encontrar una nueva manera de estar en el mundo, o un nuevo mundo al que escapar después de ser crucificado.

La metáfora, bastante improbable en apariencia, se hace carne -nunca mejor dicho- gracias a un actor impresionante, también cubano, llamado Eduardo Martínez. Performer absoluto, según la terminología de Grotowski, su maestro e inspirador, éste ofrece en sacrificio su cuerpo y con él, mediante una técnica extraordinaria, muy cercana también al teatro No japonés, cuya estructura rítmica es seguida por el director, toda la verdad que exige la escena. Una verdad oscura que aquí está hecha de músculos que a veces no nos hablan de la unidad a la que pertenecen, de una voz al límite que balbucea unos pocos textos y muchas manifestaciones extremas de algo que podría ser un lamento. Sobre esta verdad humana y artística que sigue su devenir, convirtiéndose incluso en un cristo que camina por las calles, como en un Jueves Santo cualquiera, sobre su monte de lirios morados -añadiendo así la iconografía andaluza a su particular imaginario-, se crea una atmósfera de intensa y sostenida opresión y se desarrolla una partitura paralela a la del foso que va componiendo imágenes en la mente del espectador: el cine al comienzo, con esa luz diagonal sobre el televisor, y la pintura: los cuerpos iluminados en posturas imposibles de Caravaggio, la evanescenacia de Francis Bacon, Goya incluso...

Y en el escenario abierto por completo del Central, una espectacular alegoría de la muerte pintada por David Pérez Peco con tiza blanca sobre el telón cortafuegos de fondo. El mismo que nuesro San Sebastián moderno logra evadir finalmente para volver -¿ciclo inevitable de la vida?- a su lugar frente al televisor.

Para una obra de extremos, la musica extremada de Sánchez Verdú se ajustó como un guante, aunque más ensayos conjuntos podrían haber favorecido una mayor integración entre el foso (demasiado estrecho e incómodo) y la escena.

Excelente trabajo de Zahir Ensemble con unas obras en las que no fueron raras las resonancias modales, en las que vibran las cuerdas, palpita la madera y sopla liberador el aire. La riqueza textural y rítmica de la música del algecireño fue exprimida hasta sus últimas consecuencias: Juan García Rodríguez realzó con notable sutileza los contrastes más leves de dinámicas, que a menudo rozaron el silencio, tanto como la fuerza expresiva de los graves (admirable el violonchelo de Ivo Cortés) logrando una atmósfera que por momentos resultó opresiva. Impecable Francisco Bernier, acoplado con precisión a las cuerdas y la madera de su guitarra, con la que sostuvo duro combate, fértil metáfora de cuanto sucedió en la escena.

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