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Cultura

Seducciones libertarias

  • El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo muestra 'Identidades', trabajo del veterano fotógrafo Miguel Trillo centrado en las distintas tendencias juveniles

La sociedad moderna nunca fue generosa a la hora de conceder identidad. No es casual que surgieran en ella el artista bohemio y el anarquista. Es cierto que dio a todos la condición de ciudadano, un logro de la libertad, pero bajo esa identidad, los moldes sociales actúan eficazmente exigiendo a cada quien encuadrarse en trabajos y quehaceres diseñados de antemano que poco tienen que ver con los deseos y ambiciones de los hombres y mujeres de carne y hueso. De ahí que abunden quienes no se resignan a encerrarse en esos moldes y buscan algo que vaya más allá de la prosa de cada día. El déficit de identidad de la sociedad moderna no es, pues, un fenómeno nuevo. Sí lo fue, en la segunda mitad del siglo pasado, que los jóvenes respondieran a este déficit adoptando actitudes propias, al margen de surcos prefabricados. A los rebeldes sin causa de los cincuenta sucedieron pronto los blousons noirs, beatniks, hippies y un amplio abanico de tribus urbanas, empeñadas en buscar una identidad propia a través del vestido, el peinado, la música, el ocio, el arte y en ciertos casos, un modo de vida alternativo. Una forma de libertad -autoafirmación, opción por otros valores y otra solidaridad- que ha ido pasando de generación en generación porque los logros de la globalización sólo han servido para agravar el problema.

Miguel Trillo (Jimena de la Frontera, Cádiz, 1953) es un testigo de excepción de este fenómeno. Sus fotografías recogen a raperos de La Habana, break-dancers de Bombay, b-boys madrileños o skaters de Abu Dhabi. Son fotos sencillas, sin efectos. Casi siempre con la misma estructura: los jóvenes aparecen generalmente de frente sobre un fondo muchas veces neutro. Pero esta sencillez tiene, en primer lugar, la virtud de la transparencia y enfatiza además la presencia del fotografiado. Los jóvenes de estas fotos no son personajes exóticos ni objetos de alguna indagación sociológica o etnográfica, ni forman un muestrario de tribus urbanas. Son simplemente individuos. Trillo los recoge en la singularidad que cada uno da a la identidad que ha elegido. Tal vez por ello, a través del atavío o el peinado (hoy también globalizados) brotan señas de la cultura, a la que cada uno pertenece, o de la intersección cultural en la que vive, sea en las grandes megalópolis de Asia, en las comunidades étnicas de Estados Unidos.

Los comienzos de Trillo no fueron fáciles. Mientras cursaba Filología hizo sus primeros ensayos fotográficos que intensifica cuando, acabada la licenciatura, empieza los estudios de Imagen y Sonido. Trabaja en una dirección heredera del surrealismo que abandona cuando, tras el fin de la dictadura, comienza a despuntar en España una cultura joven que se ejercita, más que en la protesta, en las identidades urbanas alternativas. Tal diversidad, que sorprende aun a las generaciones inmediatamente anteriores, se manifiesta de modo especial en los conciertos de rock. Trillo empezó fotografiando a los grupos rockeros pero pronto le interesan mucho más quienes frecuentan asiduamente los conciertos.

Su trayectoria es, en cierto sentido, paralela a los autores de la Nueva Figuración Madrileña, pero su trabajo fue menos conocido y sobre todo menos comprendido. Trabaja en el anonimato: anónimo es su fancine, Rockocó, del que edita seis números entre 1981 y 1985. Aparte de la novedad que significaba en España una publicación elaborada con fotocopias, aquellas revistas son un punto de encuentro entre la música, la fotografía y los jóvenes que pululaban por el Madrid de la movida. Pero la dificultad seguía porque sus fotos escapaban de las clasificaciones al uso. Algunos las consideraban meros reportajes y otros las veían como informes sociológicos. La penetración en España de la fotografía de inspiración conceptual, el interés despertado por sus fancines y por sus diseños, igualmente sencillos, de carátulas de discos sirvieron para valorar su trabajo, fortalecido además por algunos medios de comunicación que, a principios de los años 90, se interesaron por los grupos juveniles que ya poblaban la geografía del Estado español.

Tal reconocimiento no ha apartado a Miguel Trillo de su línea de trabajo. El antiguo profesor de instituto, que dedicaba su tiempo libre y buena parte del sueldo a la indagación fotográfica, es ahora un viajero impenitente que sigue buscando las facciones libertarias que se transparentan en las actitudes de jóvenes más o menos inconformistas, en lugares del mundo muy diferentes.

Miguel Trillo Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, Avda. de Américo Vespucio, s/n, Isla de la Cartuja. Sevilla. Hasta el 30 de agosto.

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