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Ignacio Martínez

Toros en Euskadi

HACE dos años el Parlamento catalán, en su infinita sabiduría, sensibilidad y prudencia, prohibió las corridas de toros en el territorio de su comunidad autónoma. Una prohibición alentada por los nacionalistas que se aplica desde el pasado enero, pero no afecta a los correbous, unos encierros populares de toros, vacas o vaquillas, muy arraigados en las tierras del Ebro. La prudencia, sensibilidad y sabiduría del Parlament no dio para proteger a los toros embolados con antorchas en los cuernos o arrastrados con sogas por las calles, para divertimento de los paisanos. Una sana costumbre popular, como puede deducirse, en la que el animal ni sufre ni padece, dada la tradición genuinamente catalana de la fiesta en cuestión.

La vida se ha puesto tan difícil que los pueblos se agarran a sus tradiciones y repudian las de los demás. En los tiempos modernos hay una gran tentación al egoísmo, al nacionalismo de vía estrecha, que se nota muchísimo en los asuntos económicos, pero que trasciende a muchos otros campos.

En el País Vasco se acaba de producir un episodio parecido, aunque de menos significación. En Cestona, municipio guipuzcoano próximo a San Sebastián, famoso por su cercana cueva rupestre, sus famosos pelotaris y ser la patria de José Manuel Ibar Urtain, un gran levantador de piedras, cortador de troncos y arrastrador de piedras en los años 60, convertido en juguete roto del boxeo. La actual alcaldesa de Bildu convocó un referéndum para abolir las novilladas de sus fiestas patronales de septiembre. La mayoría absoluta batasuna es muy amplia: siete de los 11 concejales. Pero no se ha reflejado en la consulta popular, en la que dos de cada tres votantes se ha pronunciado a favor de la fiesta taurina.

Hay una importante afición a la fiesta de los toros en el País Vasco. Tanta, que supera con creces al sentimiento independentista. Sin ir más lejos, Jon Idígoras, dirigente y portavoz de Herri Batasuna en los 80 y 90 fue subalterno y novillero en su juventud, época en la que fue conocido con al menos tres apodos muy castizos: Chiquito de Amorebieta, Chiquito de Éibar o Morenito del Alto. Una cosa es la ideología y otra la afición, que no sabe de territorios. Precisamente las dos comarcas francesas más taurinas son la Camarga y el País Vasco: entre Burdeos y la frontera francesa proliferan los festejos en verano.

Y para los taurinos andaluces, ganaderos o toreros son un destino estival obligado; una oportunidad de espectáculo y negocio. Total, que Bildu ha pinchado en hueso en su intento de darle una larga cambiada a las corridas en los pueblos que controla. Los vascos siguen apreciando la fiesta nacional. Qué le vamos a hacer.

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