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Bienal de flamenco

Linares encuentra otra obra mayor

No estoy de acuerdo con la declaración de uno de los responsables del espectáculo, creo que del propio Juan Carlos Romero, de que Juan Ramón no es un poeta afín al flamenco. Por dos razones. La primera es que el autor de Espacio y Diario de un poeta reciencasado es también uno de los más grandes poetas neopopulares del siglo XX, tanto en los temas como en la métrica. Es verdad que sigue siendo el más moderno, pero conocía bien la tradición popular. Por otra parte, el flamenco ha demostrado hace tiempo capacidad para adaptar la prosa agonizante de Cervantes o el verso libre de los surrealistas.

Raíces y alas es, hasta ahora, la obra mayor de Juan Carlos Romero. Esa que buscaba desde hace años. Es algo que comparten los dos onubenses de la noche: considerar el arte como una tarea, una encomienda divina, una religión. Y esa religión le exigió anoche a Romero una renuncia, la de su condición de poeta. Cedió la palabra a Juan Ramón y el acierto ha sido completo. Demostró lo gran músico que es, la capacidad para crear melodías para la guitarra y, lo que es más raro en estos tiempos, para el cante. Anoche Romero se reivindicó como creador, más allá de la Tierra de calma o de la Calle perdía, porque la lírica no lastraba la melodía sino todo lo contrario. Juan Carlos Romero es más Romero que nunca al buscar la melodía oculta en los poemas populares (un adjetivo que no gustaba a Juan Ramón) del de Moguer. Melodías contenidas, muy intimistas, y falsetas lánguidas. También un gusto enorme en los arreglos instrumentales, con unas cuerdas sencillas pero contundentes, como la música de capilla del oboe y el fagot para El adiós definitivo casi plañidero para cerrar la noche.

Ayer Romero inventó melodías por alegrías, fandangos, bulerías, tangos, etcétera, jamás antes escuchadas en el repertorio flamenco. No cantes nuevos, porque ese canon del cante ya está cerrado. Sino canto flamenco nuevo. Y eso es una gran noticia. Un verdadero estreno.

Emocionado con la grata nueva, casi no tengo espacio para hablarle de la interpretación de Carmen Linares. La gran dama del cante flamenco ha encontrado otro compositor a la altura de su buen hacer. Ningún otro intérprete podría haber acometido y logrado la empresa con tanto éxito. La jiennense demostró su versatilidad para comprender y expresar a compositores tan distintos como Falla o Sanlúcar, en el pasado, o Romero ayer. A Borges, Ortiz Nuevo y, anoche, Juan Ramón. En los primeros momentos del recital la vocalización no estuvo a la altura. Pero pronto la voz entró en calor y Carmen estuvo inmensa en las tonás, en los fandangos de Huelva, en el número final. Sin romperse, contenida, fiel a la música y a la letra. Íntima, dulce, elegante. A ello debemos sumar su enorme capacidad para llenar un escenario de sencillez y elegancia.

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