Joaquín / De La Peña

Donde cabe el mundo

Sebka

22 de febrero 2010 - 01:00

SIEMPRE me llamó la atención contemplar tus brazos abiertos, absolutamente abiertos. Los miraba absorto en aquellas mañanas de función; los corazones apretados de los hermanos en el salón escueto de la capilla, la fila avanzando para posar la mano en el viejo libro que guarda las ilusiones y esperanzas, los compromisos y las promesas de tantas generaciones. Jurabas, subías los escalones, pasabas por la sacristía, salías a la calle por la sumisa puerta y volvías a colocarte en el mismo rincón, a los pies de Dimas y Gestas, los permanentes centinelas del templo, con sus cruces ancladas en el etéreo vacío del ambiente cargado de incienso, esperando durante el año la cíclica llegada de un Gólgota de caoba cubierto de miedo, muerte y misterio.

Luego, en la tarde azul de azules sombras, veía llegar despacio los dos cabos tensos, fuertes, poderosos, lianas que tomaban sin dudar la calle; protagonistas del espacio, sujetando la vela delgada de tu cuerpo al mástil de la cruz para que aquel galeón de tiempos antiguos avanzara entre el faro metálico de cúpulas de hierro negro y cierros transparentes. Delante, las conocidas siluetas señoriales de los toneleros se dejaban abrazar por ti.

Hace mucho que, abriendo el camino de la cruz de planchas de plata u oculto tras el Mayor Dolor de un llanto, sólo intuyo en la tarde triste del Viernes de tu ausencia el calor de esos brazos abiertos que todo lo abarcan, que a todos acogen.

Hoy, el rumor de los pasos centenarios de miles de hermanos de la Carretería certificarán de nuevo ante la ciudad que existe una garantía que supera la esperanza, que hay una luz que rompe radicalmente las tinieblas, que entre una y otra mano del crucificado hay un camino en el que todos podemos encontrarnos.

Ahora, mientras recuperamos el intenso olor a especias del quiebro de tu calle, los miles de hermanos atados a tu nombre a través de los siglos, clamaremos bajo las palmeras de la montaña hueca que entre la cuna inmensa de tus brazos se encuentra la única Salud que, eterna, completa y sin condiciones, es la definitiva superación de todas las necesidades.

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