reliquias de la provincia

El gallo canta en Estepa

  • La Semana Santa de esta localidad incluye entre sus representaciones más características las Lágrimas de San Pedro y el Niño Perdido

  • Las figuras de los pachones y los demandantes son habituales en sus cofradías

Un San Pedro y el Niño Perdido en el templo. Por extraño que resulten, ambas advocaciones son propias de la Semana Santa de Estepa, localidad que presume de tener una de las celebraciones religiosas más ricas y peculiares de la provincia. Hoy nos detenemos en dos cofradías que llaman la atención por su antigüedad y, especialmente, por los pasajes evangélicos que representan: la de Las Lágrimas de San Pedro, que realiza estación de penitencia la tarde del Martes Santo, y la del Dulce Nombre de Jesús, que sale a la calle el día después. Dos cortejos dignos de ver y que bien merecen una escapada a esta ciudad señera de la Sierra Sur.

Envuelta por olivares. Entre montes. Famosa por su aceite y por los mantecados. Estepa no es sólo una localidad de la que nos acordamos cuando llegan las vísperas navideñas. Este municipio alberga uno de los patrimonios artísticos más importantes de la provincia de Sevilla. Visitar sus iglesias es embriagarse de una arquitectura -con predominancia barroca- en la que se mezclan distintas influencias. Su cercanía con Málaga y Córdoba explican esta mezcolanza que se percibe, también, en su Semana Santa. Nueve son las cofradías que hacen estación de penitencia, desde el Domingo de Ramos al Sábado Santo. Un número bastante elevado para una ciudad -declarada con tal rango en 1886- que no alcanza los 13.000 habitantes, reflejo también de su prosperidad económica, lograda a partir de un importante desarrollo industrial.

En este capítulo vamos a centrarnos, especialmente, en dos cofradías. La primera es la de San Pedro, que sale de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, patrona de Estepa. Esta hermandad posee tres titulares: el Cristo de las Penas (representa a Jesucristo sentado y paciente, a la espera de la crucifixión), el llamado Príncipe de los Apóstoles (San Pedro) y la Virgen de los Dolores. De ellos, sólo San Pedro y la Dolorosa salen a la calle la tarde del Martes Santo, por lo que la cofradía realiza estación de penitencia sin imagen de Cristo.

El primer paso, de estilo barroco, tallado en madera dorada, representa el llanto amargo del primer Papa de la Iglesia tras negar tres veces a Cristo. Lo acompaña el famoso gallo. Se cumple, así, lo dicho por Jesús: "Antes de que cante el gallo, me negaras tres veces". Un pasaje evangélico que se contempla por las calles de la capital hispalense cada Miércoles Santo, con la cofradía del Carmen Doloroso. La corporación estepeña recoge el instante posterior: la amargura de Simón Pedro al comprobar que no ha tenido suficiente valentía para reconocer que es discípulo de Cristo.

Demandantes de la cofradía de San Pedro Demandantes de la cofradía de San Pedro

Demandantes de la cofradía de San Pedro / Quino Castro

El origen de esta hermandad es fruto de la fusión de dos corporaciones, al unirse la Hermandad de San Pedro de Lágrimas (creada en 1674), y otra anterior, la Hermandad de San Pedro de Venerables Sacerdotes de la vicaría estepeña, instituida en el siglo XVI a semejanza de las homónimas que ya existían en Andalucía, como la de San Pedro ad Víncula, de Sevilla.

La imagen de San Pedro que sale en procesión el Martes Santo está atribuida al escultor granadino, afincado en Málaga, Pedro de Mena, según la investigación realizada por el historiador del Arte Manuel García Luque. Por tanto, se trata de una talla del último tercio del siglo XVII, en pleno auge del barroco.

Si en la imaginería se percibe la influencia de la escuela granadina, la cercanía con Córdoba se evidencia en una de las peculiaridades de la Semana Santa estepeña: los pachones. Se trata de niños vestidos con el hábito nazareno pero sin capirote. Sus cabezas las envuelve un tocado de estilo egipcio (cubriendo cabeza y cuello hasta llegar a los codos), con los colores corporativos. Se encargan de anunciar, por la mañana, la salida de la cofradía al son de una campanita. Dicho instrumento vuelven a utilizarlo por la tarde, abriendo el cortejo penitencial junto a la cruz de guía.

Otra figura propia de los cortejos de Estepa son los demandantes. Van en pareja de tres y se encargan de pedir limosna a los vecinos para costear la cofradía. Para ello, visten una túnica corta (hasta la rodilla), sin capirote ni antifaz. Portan una taza o jarillo de plata en la que se depositan los donativos.

Del martes pasamos al miércoles con otra representación cuya inclusión, a simple vista, puede resultar anacrónica en la semana de pasión. Se trata de la cofradía del Dulce Nombre de Jesús, una devoción muy extendida en Sevilla, especialmente, a partir de 1572, cuando el arzobispo Cristóbal de Rojas y Sandoval ordenó la implantación de esta advocación en todas las parroquias donde no las hubiera. Con este edicto se luchaba contra quienes usaban el Santo Nombre de Dios para blasfemar.

La disposición dio origen, en 1590, a la corporación estepeña, que en 1667 se fusiona con la Hermandad de la Esclavitud de Nuestra Señora de la Paz. La cofradía es conocida como la del Niño Perdío por representar cuando Jesús, con 12 años, se pierde en Jerusalén y su Madre lo encuentra en el templo, hablando con los doctores de la ley. Un pasaje que no es pasionista y cuya inclusión está ligada al transcurrir de la historia. Conviene recordar que antaño era habitual que las imágenes del Dulce Nombre de Jesús salieran en Semana Santa, como así ocurría en Sevilla con la Hermandad de la Quinta Angustia o como sigue sucediendo cada Jueves Santo en Marchena. El triunfo que supondrá en la catequesis plástica del barroco el sagrado icono del Nazareno provocará que esta devoción vaya reduciéndose y su carácter pasionista sólo sobrevive como reliquia histórica en determinados pueblos.

Curiosa es la circunstancia de la cofradía estepeña, que a lo largo de los siglos ha contado con diversas imágenes del Divino Infante a las que se le rendía culto en función del periodo litúrgico. La del Niño Perdido es la que más devoción ha alcanzado, de ahí que haya permanecido en la Semana Santa, junto a la Virgen de la Paz, que sale bajo palio. La autoría sobre la imagen del Dulce Nombre se encuentra en fase de estudio, aunque con toda probabilidad -a falta de que se haga oficial- puede atribuirse como obra del vallisoletano Luis Salvador Carmona (siglo XVIII). El próximo Miércoles Santo se estrenarán las tres nuevas figuras, de vestir, de los doctores del templo, que ha realizado Darío Fernández.

Una leyenda que se le ha transmitido a los niños de este municipio es la creencia de que si al Dulce Nombre de Jesús -que luce cabellera natural- se le cayera el orbe terráqueo que sostiene en la mano izquierda, se acabaría el mundo, de ahí que se genere gran expectación cada vez que el paso es levantado.

Para acabar esta incursión en la peculiar Semana Santa de Estepa, apunten también la cofradía de los Estudiantes, que sale en absoluto silencio la madrugada del martes al Miércoles Santo, a las 2:00, y desde la Iglesia de San Sebastián. Sus nazarenos, que acompañan al Cristo del Amor -un crucificado de la segunda mitad del XVIII-, van rezando, de rodillas, cada una de las 14 estaciones del vía crucis. Digno de ver.

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