sevilla - eibar | el otro partido

'Red wine' para un brindis por el Nico Olivera

Olivera, de forma muy diferente a como llevaba el traje oficial cuando era futbolista, ayer en el palco.

Olivera, de forma muy diferente a como llevaba el traje oficial cuando era futbolista, ayer en el palco. / fotos: antonio pizarro

Cuando el Sevilla era un equipo de uruguayos y no de argentinos en el vestuario se escuchaba Bob Marley. Pero eran otros tiempos, un pequeñito delantero, mulatoncillo y con cara de diablo, viajaba con un radiocedé en la mano, las mangas del traje por fuera de la chaqueta, la camisa por fuera del pantalón y el nudo de la corbata a la altura del pecho. Ahora, la música se escucha en casquitos, individualmente. Futbolistas autómatas enganchados cada uno a su iPhone.

Nicolás Olivera, una institución en Defensor como en el Sánchez-Pizjuán, hizo recordar a los romáticos aquel Sevilla guerrero de Caparrós y más tarde, en Primera, de Marcos Alonso. Aquel Sevilla que se fue a Segunda con seis charrúas, que hizo una pretemporada en Holanda y que tenía a un delegado de equipo de lujo, un tal Ramón Rodríguez Verdejo. El Nico, Zalayeta, el Marujo Otero, Inti Podestá, Tabaré, Rabajda y el Profe Ortega. Lo de hoy es otra cosa, siete contra siete: Mercado, Pareja, Franco Vázquez, Pizarro, Correa, Banega y Montoya. Como el último duelo por las eliminatorias sudamericanas, aburridísimo a más no poder con Sampaoli como testigo, empate que favorece a Uruguay y que le coloca la soga al cuello a Argentina.

Olivera, que fue llevado a hombros hasta la puerta 5 del estadio tras un derbi matutino en Heliópolis, presenció la victoria de su equipo en el palco, donde el protocolo le pedía llevar el nudo de la corbata en su sitio, la camisa por dentro y las mangas recogidas y abrochadas. Pero eran tiempos de una rebeldía distinta, de camaradería sana y fresca, con los colores verde, amarillo y rojo de la bandera rasta y el ritmo caribeño de Marley, tan importante en su vida como el mismísimo Sevilla y los innumerables amigos que dejó.

En el Sánchez-Pizjuán, imaginariamente, sonó Red wine, como el color de la mitad de la camiseta del Eibar, en honor de Olivera, que pudo verse reflejado en el juego de ese dorsal 17 que cambia todos los esquemas. El uruguayo era un delantero que jugaba de centrocampista. Se retrasaba para pedirla como un interior y acabar apareciendo, cuando nadie lo esperaba, en el área como un goleador. Sarabia merece un reconocimiento que sí han tenido otros sin ser tan decisivo. De lateral, de extremo por un lado, por otro... ayer rizó el rizo demostrando que jugando de medio centro puede ser el mejor del partido. Un himno para el madrileño. Que suene, por ejemplo, Red wine para un brindis por el Nico.

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