The rider | Crítica

El cowboy melancólico

Hombres errantes, de Ray, Junior Bonner, de Peckinpah, El jinete eléctrico, de Pollack, u 8 Segundos, de Avildsen, son algunos de los filmes más recordados ambientados en el mundo del rodeo, vestigio de valores, gestos y esencias del viejo Oeste norteamericano convertidos hoy en espectáculo deportivo de masas en los ámbitos rurales más conservadores.

The rider, el segundo largo de Chloé Zhao (el primero, Songs my brother taught me), también estaba ambientado en ese mundo), viene a poner una gran dosis de modernidad, realismo y melancolía (parece inherente al subgénero) en su retrato pseudocumental (los personajes de ficción son un trasunto de sus propios personajes reales y están interpretados por ellos mismos) de los avatares de un joven jinete (Brady Jandreau) de la reserva india de Pine Ridge (Dakota del Sur), suerte de héroe trágico caído en desgracia después de un grave accidente en plena competición.

La película se despliega así como una cadenciosa, atmosférica y elegíaca despedida de un universo también en vías de extinción, como periplo doloroso y solitario de un hombre sin otro horizonte vital que el rodeo y la competición, como diálogo silencioso con los propios fantasmas en un cuerpo que no puede esconder sus secuelas físicas.

Podría objetársele tal vez al filme una cierta inclinación por la acumulación de circunstancias dramáticas (la ausencia de la madre, la hermana con Asperger, los encuentros con otro jinete que ha quedado parapléjico, el accidente y posterior sacrificio del caballo redentor), pero sería totalmente injusto hacerlo ante la evidencia de lo real detrás de la historia y su transparente y respetuosa traducción fílmica, ante el poderoso aliento poético y mítico de su relato y el trazado fiel de un universo eminentemente masculino y algo primitivo donde aún queda espacio (un espacio dictado por la fe) para la honestidad, la solidaridad y la compasión sinceras.