Las Aguas

Un extraño invitado a las tardes del Arenal

  • El capataz de la Virgen de Guadalupe sufrió un desmayo al salir la cofradía

En una Semana Santa cada vez más pegada a los auriculares del transistor tiene fácil explicación que diez minutos después de que se anunciara que la cofradía del Arenal se pondría en la calle, pese al riesgo de lluvia, la calle Dos de Mayo estuviera repleta de público. Es lo que tiene la era de la información, donde los oyentes se enteran antes de las decisiones de las juntas de gobierno que los propios nazarenos.

La tarde abría por fin en el Arenal en un Lunes Santo de bajas temperaturas. El mercurio por los suelos y los ánimos por las nubes. Se ponía el paso de misterio de las Aguas a la hora acostumbrada en el dintel de su capilla, situada en un enjambre de edificios que representan las tres edades arquitectónicas de la ciudad: La Era del Descubrimiento en las Atarazanas, donde se forma el cortejo de nazarenos; el Barroco en la Iglesia de San Jorge (La Caridad); y la herencia vanguardista de la Expo del 92 reflejada en el Teatro de la Maestranza.

A esta suma de artes añadía la cofradía una pincelada de pictorismo étnico con la presencia de un nazareno que asombró a los presentes. Su indumentaria bien parecía sacada de una representación fantasmagórica del Bosco. Se trataba de un penitente de la cofradía de la Virgen de los Dolores de la ciudad italiana de Taranto. Su estación de penitencia en aquellas tierras es de 12 horas y vino aquí a realizar otra de más corta duración en esta especie de Alianza de Civilizaciones cofradieras en la que se han convertido este tipo de representaciones, muy habitales en los últimos tiempos dentro de los cortejos.

No faltó la saeta del Sacri, todo un clásico cuando la tarde del Lunes Santo expira. Cerraba la cofradía el palio azul de la Virgen de Guadalupe. Su capataz, Salvador Perales, sufrió un desvanecimiento, por lo que tuvo que ser suplido por su hijo. La cofradía se vio sorprendida por la lluvia en la Avenida de la Constitución. Buscó refugio en la Catedral, de la que salió por la Puerta de San Miguel para regresar rápidamente a su capilla.

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