La maleta del bandido

Córdoba sin Ángel

Ángel González en una imagen tomada en El Churrasco

Ángel González en una imagen tomada en El Churrasco

La magia de una ciudad como el califato está tan cantada que Lorca, Gala, o cualquier poeta, no hacen otra cosa que alimentar las leyendas evidentes. Vagabundear por la Judería no exige ni maleta ni apenas cartera, pues nos susurran las voces de los siglos que se han cosido por el laberinto emocional cordobés. En esa encrucijada enorme de los caminos de hierro que bajan o suben al sur, los titiriteros de la manduca nos sentimos huérfanos. Pues en cualquiera de los desatinos de nuestra vida, que nos arroja a la ciudad de las mil lejanías y embrujos, siempre ha tenido punto y seguido en El Churrasco.

Gobernara Anguita, cualquiera de los alcaldes del bipartidismo o se mantuviera la leyenda de los plateros del barrio del Diamante, había un embajador sin título llamado Ángel González. Para los que no gustamos de las reservas de los restaurantes, porque la vida es una portagayola de improvisaciones y miedos, teníamos la certeza de que Angelito nos haría sitio y nos dejaría un hueco dentro para un masajito sólido y líquido. El tópico del senequismo cordobés, que es algo parecido a lo de la belleza distante de las habitantes de la ciudad, al final, es todo cálida introspección que no necesita haber leído a Marco Aurelio, ni al propio filósofo que fue predecesor del plan de los suicidios que ahora nos van contando, para saber que en barra o mesa uno se gana el derecho por categoría, respeto y no por jurdós.

Entrada del conocido restaurante cordobés El Churrasco Entrada del conocido restaurante cordobés El Churrasco

Entrada del conocido restaurante cordobés El Churrasco / M.G.

Ese auténtico icono de la sala, desde los 17 abriles en ese rincón de esencias cordobesas, que bien merecería como título de homenaje los premios de las academias y todos los cónclaves de la cosa culinaria, ha sido el ejemplo de cómo meterse en el canasto al comensal, que antes de que le sirvieran ya tenía ganas de darle un abrazo porque estaba en casa. Sin roneos ni alharacas, perfilado y con gracejo, este Ángel de las guardas coquinarias, reina como verdadero califa de nuestra memoria. La cultura es del pueblo o no es. Parar en Córdoba es un homenaje a su recuerdo. Sumiller de primera y cátedro de la sala. Un salmorejo y una copa de Montilla, por favor. Grande, tan grande como el camarero eterno que sigue siendo.

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