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Síndrome expresivo 68

Quevedo contra Quevedo

El cantante español Quevedo y el escritor Francisco de Quevedo

El cantante español Quevedo y el escritor Francisco de Quevedo

La defensa de los valores y principios filológicos se está convirtiendo en una profesión de riesgo en estos tiempos planos y ruidosos. Sí, asumo mi culpa y confieso mis pecados en esta tribuna pública: nunca más torturaré a mis alumnos con lecturas y reflexiones sobre poemas de la cultura hispánica, escritos por autores caducos y trasnochados. Mentes perversas alejadas del horizonte existencial de unas generaciones ungidas por el buen gusto y la armonía en las costumbres. Sí, sabios lectores. Por fin, he roto con las cadenas de la tradición literaria.

Mi giro existencial tiene un origen inesperado y un final apasionante. Hace unas semanas, acudí como alumno a un curso de formación para el profesorado titulado La enseñanza de la literatura en el siglo XXI: carcas o modernos. Allí, el ponente clamaba contra la didáctica de muchos profesores anacrónicos, obsesionados con la transmisión de las características de las escuelas literarias y los temas que han marcado la evolución cultural de los seres humanos: “¡Os alejáis de los intereses de vuestros alumnos! ¡Ya no importan a nadie vuestras viejas obsesiones propias de los mundos de ficción! ¡Reformaos o callad para siempre!”.

Reconozco que el silencio impasible en la sala me resultaba molesto y un tanto extraño. ¿Seré un carca amargado por explicar en clase la autoridad de los poetas del Siglo de Oro? ¿Soy un pobre fracasado que monologa cada día ante sus alumnos sonámbulos? ¿Estaré arruinando el presente y futuro de las nuevas generaciones con las historias mentirosas de unos narradores sobredimensionados? Esa era la retahíla de preguntas sin respuesta que asfixiaba mi mente de profesor acabado, hasta que levanté la mano para interrumpir la verborrea del telepredicador protagonista: “En mi humilde opinión, creo que en el ámbito de la didáctica hay muchos grises. Por ejemplo, mi enfoque de la figura de Quevedo es…”. De pronto, el gesto del ponente cambió por completo y exclamó casi poseído por el ritmo ragatanga: “¡Gracias a Dios! ¡Un profesor moderno que valora la genialidad de Quevedo y su obra maestra Quédate!”. Mi gesto perplejo, patidifuso, petrificado. Confieso que tuve ganas de acabar con todo rastro humano sobre la faz de la tierra, a excepción de Monica Bellucci.

Pero, claro, a mi edad la vida me ha hecho entender varias lecciones. Una de ellas es que, si no puedes con tu enemigo, lo más sensato es claudicar y aliarse con él. Bajo esta premisa, asumí mi derrota pública en silencio y me puse a investigar día y noche sobre la pericia y habilidad de los nuevos iconos de la rima reguetonera y la creación artística. Quería comprender mi ceguera estilística durante las más de dos décadas como profesor de Lengua y Literatura. ¡Fuera de mi vista los clásicos! ¡Fuera, malditos antiguos! Soy un profesor moderno. Soy molón e hipermotivador. No quiero ser un carca amargado.

Por lo tanto, a partir de ahora voy a trabajar en clase la lírica con un estilo flow. Por ejemplo, arrancaré de cuajo las páginas de Garcilaso de la Vega dedicadas al amor platónico y a sus escleróticos sonetos. En su lugar, recitaré embargado de emoción estos versos de don Omar: “La vecinita tiene un jiky / pa tapar lo que no triki / como tenga el cuello / celosa suelta el peliky / pero weke, weke, corre al gavete”. ¡Al diablo Garcilaso y toda su banda de tristes imitadores! ¡A sus pies, don Omar! Comentaremos y paladearemos los textos de Daddy Yankee, ese cangri que enloquece a las yales: “La pasamos de prestige / Si quiere sex on the beach / cuidado que al perro ya se le soltó el dish”. ¡Qué maravilla de rima consonante! Elevaremos nuestros espíritus con la sensibilidad de la frikitona Becky G: “La pasamos romantic, sin piloto automatic / botamos el manual, tamos viajando en cannabis / Siempre he sido una dama / pero soy una perra en la cama”. ¡Insuperable! ¡Divino! ¡Soberbio!

¿Se puede superar?

Claro que se puede. En mi caso, y gracias a este curso rejuvenecedor, he superado mis ideas anquilosadas y alejadas del horizonte de expectativas de mis alumnos. Soy otro profesor de Literatura. ¡A la hoguera del olvido los Lope, los Jiménez y toda esa banda de lunáticos del 27! Ahora, todos mis alumnos se divierten en clase y cantamos a capela las experiencias sensoriales de Peso Pluma: “No soy fresón / pero en Egipto shishas fumo yo / Para mariscos frescos, en Japón / tira jodido, lira jodidón”; sufrimos y empatizamos con las dudas existenciales de Bad Bunny: “Si tengo muchas novias/ ey, ey, muchas novias / Hoy tengo a una, mañana otra / Muchas quieren mi baby gravy / quieren tener mi primogénito, ey”; emprendemos nuevos caminos bajo la protección de la literatura sapiencial del verdadero y único Quevedo: “Bebé, solo avisa / El sábado teteo, el domingo misa / Estoy a ver si me garantiza / que te me pegas como quien graba con Biza”.

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