'Los desnudos' | Crítica de libro

Primicias de vivir

  • Antonio Lucas publica 'Los desnudos', libro con el que obtuvo el Premio Generación del 27 y cuyos versos, llenos de trascendencia, ayudan a entender la difícil argamasa de nuestros días

El poeta y periodista Antonio Lucas (Madrid, 1975).

El poeta y periodista Antonio Lucas (Madrid, 1975).

Vivo frente a Costa Natura, la playa nudista de Estepona. Bajo poco. No suelo nadar en sus aguas. Me da reparo. Mi hermana pasa muchas tardes tumbada en esa arena, y de pequeños nuestros padres nunca nos bañaron juntos, como hacen las familias escandinavas. Desde mi ventana se puede sentir esa brisa de libertad y confianza que desprenden los cuerpos al sol, ese don de escaramuza y alegría que regala quien no se esconde y acepta la extrañeza de estar vivo y esperar tumbado. Allí, en Costa Natura, no suele haber ingleses ahogados víctimas del sandevid ni reyertas por colocar la toalla, ni en sus faldas construyen hoteles todo incluido porque es un espacio para lo natural y para lo sencillo, para lo que vive el ritmo lento de lo humano y esquiva lo predecible.

Decimos que alguien se desnuda si al hablar va a la esencia, a lo que concierne, a lo íntimo, a lo básico, que no es lo mínimo sino lo elemental. El que da la cara, esa parte vulnerable de nuestra piel, ofrece su esplendor en los combates difíciles, no evita los zarpazos de la vida ni las ofrendas ocultas de esos avatares. Desde esta ventana, frente al Alborán, leo Los desnudos (Visor), el último libro de Antonio Lucas (Madrid, 1975), un ramillete de poemas desde los que el autor nos señala las formas adecuadas de lo bueno, donde convoca a esas personas que no se enorgullecen de nada de lo que son o hacen, sino que simplemente atienden a la manifestación cercana y encienden a su alrededor las hogueras de la vida. Lumbres que en estas páginas se inician con lo más inmediato (unos tabiques que van tomando forma de hogar o el miedo necesario del que duda y crece), hasta expandirse por todo lo demás, por otros nombres que nos amplían, como la abundancia de Federico García Lorca o el "fango de jazmines" que arrastraba Leopoldo María Panero, y así avanza con la honda dignidad del que reconoce el fulgor de existir en cosas muy concretas: un bosque, un abrazo, un faro, un grupo de amigos que coronan las terrazas de cerveza, un país, España, su "Historia de inculparnos mutuamente / repitiendo la indigencia de la Historia". Y el amor como base de todo, como motor suficiente para volver al principio, al hogar, a "esa casa sin retorno que es tu nombre".

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Esa es la sangre que el poeta, después de vivir, nos entrega en estos textos que se comportan como capítulos del entendimiento para que nosotros, los desnudos, por fin pertenezcamos a algo. Su escritura ampara la función última de la poesía que tanto necesitamos en nuestro tiempo maleante, avanzar por lo desconocido para acabar desenterrando lo necesario, lo más real, como esos tesoros que los niños encuentran en la orilla y que justifican un verano. Ahí reside el vínculo con la trascendencia que domina estas páginas y que las convierte en un medio fundamental para entender la difícil argamasa de nuestros días.

Auden recordaba que el único proceder honesto para hablar de un libro decisivo sería ofrecer una serie de citas sin comentar mucho más. Eso es lo más justo en el caso de Antonio Lucas, uno de los poetas contemporáneos más capacitados para levantar aforismos: "Nosotros a favor de no aceptarlo todo", "recordar es un caballo que escapa de las crines", "amar siempre es quedarse", "el amor es pan temprano", "toda isla es un pájaro apretado contra el agua", "el hombre sobre todo es su miseria", "la clave es no apostar la fe solo al destino", "nada más humano que dejarse andar descalzo por los otros", y de esta manera podría continuar hasta terminar esta página con los versos de un libro que lleva las palabras a sitios que el lenguaje desconocía, a emociones inesperadas que completan nuestra existencia y llenan al lector de una esperanza alcanzable.

En su anterior trabajo, Los desengaños (Visor, 2014), con el que obtuvo el Premio Loewe, ya mostraba esta poesía atenta, disponible, que enraizaba nuestras almas con las necesidades más urgentes, donde el amor, eso que "vive al fondo de las cosas" es el destino que se decide. Y, después de veinticinco años de poesía desde su estreno con Antes del mundo, por ahí sigue, por esos espacios precisos que permiten que el deseo crezca del lado de los justos, que lo traduzca todo sin perder su estructura de bibelot volcado o de manos abiertas.

La obra de Lucas puede verse como testimonio clave de nuestra poesía y nuestro tiempo

Antonio Lucas, como los poetas de verdad, es más náufrago que viajero. Hace ahora un año que dejó escrita su travesía a bordo del Nuevo Confurco para faenar en el caladero de Gran Sol, y así intimar con la conquista de muerte que dicen que flota sobre aquellas aguas, para entender de verdad todas las dimensiones del mundo que las mareas esconden. Fue otra forma distinta de recoger estos desnudos de ahora, de reclamarles su dosis de ternura y su milagro humilde. Todo pertenece a un mismo entusiasmo: ganarse el mar.

Abruma comprobar cómo Antonio Lucas, un poeta que no hace muchos años que dejó de ser chaval, ha desarrollado una obra que puede ser estudiada como una totalidad, como un testimonio clave de nuestra poesía y nuestro tiempo. Y todo sin estridencias, sin hacer demasiado ruido, yendo a lo suyo que es lo que cada cierto tiempo en forma de libro nos alivia: "Quisiera despedirme con mi camisa buena", escribe. Para entonces le hará falta un buen traje.

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