Perros de paja | Crítica

Un mundo poshumano

  • Sexto Piso publica la edición revisada de 'Perros de paja', sugestivo ensayo de John Gray donde se combate la idea ilustrada de Progreso, de raíz religiosa, y se defiende la animalidad sustancial y la naturaleza mecánica del ser humano.

El ensayista británico John Gray (South Shields, 1948)

El ensayista británico John Gray (South Shields, 1948)

Este ensayo -revisado- de John Gray aborda una cuestión ya en desuso: la fe en el progreso de las sociedades, como continuación o sustituto de la fe religiosa. Según Gray, el humanismo liberal ha sustituido a la antigua fe en la divinidad por una arbitraria credulidad en la ciencia, cuyo paso decisivo se da durante la Ilustración, donde adquiere cuerpo la idea de un progreso inagotable, extraída del venero judeo-cristiano. Hay que decir, no obstante, que a primeros del XIX ya se publica una robusta impugnación de tal prejuicio, convertido en cifra del mundo contemporáneo, como es la novela Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) de Mary Shelley. Y que un siglo después, exactamente, es el poeta Valéry quien declara, tras la Gran Guerra, que: “Nosotras, las civilizaciones, ahora sabemos que somos mortales”. A manos de la técnica, cabría añadir. Cuando se conozca el alcance de los crímenes cometidos por las tiranías comunistas y nacional-socialista, tiranías fundamentadas en una idea científica de Progreso, esta sustitución de la que habla Gray será una cuestión residual, llena de sombras.

Gray quiere refutar la idea convencional, neta, ilustrada, del ser humano, como distinta de otros animales

Da la impresión de que Gray trae a la actualidad este viejo debate (véase Bury y La idea del progreso, de 1920) para fijar su mirada una zona aledaña: el futuro del planeta y la animalidad del hombre, asuntos que pudiéramos llamar, “antihumanistas”, en tanto que refutan la idea convencional, neta, ilustrada, del ser humano. Lo cierto es que, como recordaba Todorov, después de las distopías comunista y nacional-socialista, la idea de progreso, fuente de una sociedad ideal, se hace imposible. Y en mayor modo, execrable. También niega Grey la idea misma de Humanidad, atribuyendo su refutación a Schopenhauer (quien sentirá una profunda atracción por el orientalismo, que ahora veremos), siendo así que en esta negación de la Humanidad se le adelantó Herder, al eviscerar el pensamiento de Montesquieu. De igual forma, pone Gray en cuestión conceptos como el de individualidad, libertad, verdad, voluntad, libre albedrío, historia..., todo ello destinado a subrayar dos cuestiones hoy bastante aceptadas: la probable caducidad de la “plaga” humana y su naturaleza animal -los perros de paja a los que alude Lao-Tse-, indistinta, según Gray, del resto de sus compañeros de planeta.

Resulta extraño, no obstante, que Gray se resista a conceptuar sobre términos como Humanidad, contraponiéndole un término igualmente “artificioso”, como la Gaia de Lovelock, que opera como una Naturaleza autógena y armoniosa; y que remite, en todo caso, a la Naturaleza alegorizada y benéfica de la Ilustración. También, en el capítulo de las extrañezas, debe consignarse que un libro destinado a revelar el origen “religioso” del Progreso, y la inexistencia del libre albedrío en el hombre biológico e instintivo de Gray, se olvide de señalar la radical importancia religiosa de dicho término, que se halla en la base del cisma religioso del XVI, que negaba el albedrío humano y la salvación por los actos. Por otra parte, este hombre desindividuado y animalizado que postula Gray, como conjuro al espejismo del progreso, está en estrecha relación con la filosofía oriental, a la que Schopenhauer presta suma atención, y que penetra el pensamiento y la ciencia europea de primeros del XX, desde Jung a Lévi-Strauss, y que en Gray encuentra un último exponente, heredero de aquel irracionalismo que nutrió, en buena medida, a las vanguardias de entreguerra, pero también de la filosofía antiilustrada de la segunda mitad del XX, que desplaza su foco desde la búsqueda de la verdad a la conservación del poder, como función última del conocimiento humano. Todo lo cual cabe vincular con el pirronismo y el escepticismo que repunta en el Renacimiento y que se halla en la base, paradójicamente, del conocimiento científico.

El concepto entre darwinista y malthusiano de la humanidad que presenta Gray abunda, no obstante, en una evidencia postrera: la existencia marginal del hombre en un universo infinito. A ello se añade otra probabilidad, ciertamente no desdeñable: la posibilidad de que la vida y el hombre carezcan de sentido. Asunto este que ya resumió Heráclito hace dos milenios y medio: “El más bello universo no es más que un montón de escombros reunidos al azar”.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios