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Rubén el justiciero

  • Un gol del ídolo en el minuto 93 hace despegar al Betis y legitima el plan de Poyet, discutido de salida pero certero. El Valencia era una banda con diez, pero igualó un 0-2 en tres minutos.

El tiempo dirá si el providencial gol de Rubén Castro en Mestalla fue el inicio de una feliz aventura. Por lo pronto, ese suave golpeo de la pelota a la red de Diego Alves tuvo un valor incalculable para el presente del Real Betis Balompié. Supuso la primera victoria del Betis en esta Liga y así puso en órbita a los heliopolitanos; además, legitimó el plan que había dispuesto Poyet, que tanto debate generó de salida pero tan certero se mostró hasta el primer gol del Valencia; y como premio añadido, regaló a los béticos más jóvenes -y no tan jóvenes ya- una victoria en un feudo que parecía maldito.

Todo ese botín, ese desenlace con visos de enderezar la singladura, se lo trajo el Betis de nuevo -y van...- gracias a la aparición mágica de Rubén Castro cuando ya no había tiempo para más. Rubén volvió a ser el abrefácil cuando en el minuto 38 lo puso todo de cara con su golpeo con efecto al palo izquierdo de Diego Alves. Y Rubén volvió a ser el justiciero cuando cualquier bético se mordía la camiseta de rabia por esos dos puntos que parecían escaparse por una inexplicable espantá con todo a favor.

Tener a Rubén Castro es un plus. Energía plus. Cuando el canario plasme definitivamente su firma como bético por dos temporadas más, las acciones heliopolitanas se van a disparar en el mercado de valores. Él es el dueño del destino verdiblanco. A él se encomienda la marejada que puebla el Villamarín y a él se fían los ruidosos destacamentos que dan colorido a cada éxodo.

Parecía que no estaba. En esa fase de aturdimiento bético, cuando el Valencia creyó en el pequeño milagro de remontar un 0-2 con un jugador menos, no había noticias del Rubén agudo que tanto daño había hecho en su sociedad con Durmisi por la izquierda. El Betis quedó groggy con esos dos goles de Rodrigo y Garay en apenas tres minutos, los que van del 75 al 78. Pero Rubén siempre está. La parroquia bética se aprestaba a reclamar el penalti a Zozulya en esa pelota corrida y envenenada de Piccini al segundo palo. Si el árbitro, González González, se inhibía de la jugada, más doloroso aún iba a resultar el empate en Valencia. Pero ahí emergió Rubén para templar las aguas y hacer felices a los suyos por enésima vez.

Gustavo Poyet debió estallar de gozo, también de alivio, con ese gol que tanta justicia trajo consigo. Su planteamiento por fin había fraguado un Betis sólido, agresivo y profundo. Un Betis que, hasta ese gol de Rodrigo que tan aturdido lo dejó, agarró al Valencia por sus grietas hasta despedazarlo y provocar algo habitual, un fuego en la grada de Mestalla.

La estrategia del entrenador uruguayo, de salida, tenía ciertos tintes impopulares. Musonda en el banquillo, Dani Ceballos y Donk en Sevilla. Rubén Castro pegado a la banda izquierda. Decisiones que al bético de a pie le podían chirriar. Pero la puesta en escena y su desarrollo armaron de razones sus decisiones tácticas.

Poyet, en espera de ver a Donk apto para debutar, considera que Fabián se puede anclar y dar solidez al bloque con su planta y su empuje. Lo situó por delante de la zaga y, unos metros más adelante, mandó a Petros y Brasanac a presionar como lobos la salida de balón de Parejo o Enzo Pérez. Con la ayuda de Joaquín y Rubén desde los costados y de la punta de lanza, Álex Alegría. Así fue ahormando el Betis el partido según sus intereses. Las recuperaciones en posiciones adelantadas, con Brasanac como agradable sorpresa -la tuvo el serbio a los dos minutos, luego Rubén al cuarto de hora en otro robo muy arriba-, pusieron al Valencia ante el espejo para recordarle que hoy está más verde aún que este Betis de Poyet.

El riesgo de la valiente actitud de los verdiblancos afloraba en cuanto los valencianistas salvaban esa línea de presión: la posibilidad de chutar desde la media distancia se les abría. Pero Adán siempre respondió.

Cuando al Betis le tocaba golpear, provocaba más sangre. Brasanac irrumpía hasta el área, Durmisi era una daga por la izquierda. Joaquín y Rubén partían de la cal pero con su intuición y experiencia maniobraban por dentro para afilar los ataques. Y Piccini se fue sumando a la fiesta. Así llegó la contra del 0-1. Rubén lo tuvo clarísimo. Era gol sí o sí.

Al descanso, el Betis se fue satisfecho de su vigoroso juego, de su franco peligro, pero convencido de que pudo ponerlo todo muy de cara. A la vuelta de las duchas, ese lamento se disipó pronto: Enzo Pérez vio la roja directa en el minuto 50 y cuatro después, Joaquín aprovechaba un primoroso pase en profundidad de Durmisi para hacer el 0-2.

Mestalla era ya una pira encendida, Ayestarán no tuvo otra que jugar a la ruleta rusa y recurrió a Munir. El debutante, que tan buenas sensaciones ha dado en el Barça y la sub 21 las últimas semanas, activó al Valencia. Por supuesto que con la permisividad del Betis, que adoleció de reciedumbre, de oficio en la zona ancha ante un enemigo despatarrado y desorganizado. Una banda sin plan.

Esa pared de Parejo con Nani, que Durmisi hizo buena al habilitar a Rodrigo, sembró de dudas, en un chispazo, a un Betis al que le urgía una buena noticia para su autoestima. No sabe encajar aún los golpes. Por eso resucitó a un muerto. Y si la película no acabó en tragedia, fue por los de siempre: Adán repelió un zurdazo de Munir que pudo suponer el 3-2 (84') y con el partido convertido en un caótico fuego a discreción, cuando ya no había tiempo para nada, cuando el bético rabiaba por esos dos puntos tan vitales para el despegue, volvió a aparecer el de siempre. Como Clint Eastwood, Rubén puso la sangre fría entre el ardor. Disparó. Y el justiciero no falló.

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