El fin resultó ser la salvación

Waterpolo

Pedro García salió del mundo de las drogas tras abandonar el deporte de élite

Pedro García, durante una conferencia a jóvenes estudiantes ayer.
Pepe González / Sevilla

22 de noviembre 2008 - 05:02

En ocasiones se da la circunstancia de que éxito deportivo no va acompañado al personal, sino todo lo contrario. Grandes, muy grandes deportistas se fueron sin despedirse de este mundo, dejando para el recuerdo momentos inolvidables. Aquel Chava Jiménez que ascendía puertos a una velocidad endiablada, o su compañero de carreteras, ese calvo que todos los españoles deseamos en algún instante de las etapas de montaña del Tour o el Giro que se apellidara Pantoja y no Pantani. Y como ellos, otros muchos, a los que la noche, las malas influencias y las drogas lo apartaron de agrandar, aún más, su figura.

El gran aficionado conservará en su mente equipos como el imparable Dream Team de Cruyff o el Milan de Capello de inicios de la década de los 90. Unos años después, comenzó a despuntar un grupo de jóvenes que lucían el escudo nacional, pero no en el fútbol, sino en la piscina. Manel Estiarte, Iván Moro o Sergio Pedrerol formaban parte de aquel equipo de waterpolo que, dirigidos por Joan Jané, obtuvo el oro en los Juegos de Atlanta de 1996.

Pedro García Aguado era uno de los elegidos para la cita y uno de los grandes referentes de un grupo "tan excepcional dentro del agua como minusválido fuera de ella", comenta. Gozando del éxito allá por donde pasaba -también fue campeón del mundo en Perth y (98) y Fukuoka (01) y designado mejor jugador de la liga española ese año- su currículum deportivo se vio truncado en el momento en que en 2003 la selección decidió prescindir de él por su presunta relación con las drogas. Parecía que su vida, sin la gloria deportiva, se acababa, aunque lo que realmente hacía era comenzar.

Más que truncada llevaba muchos años, pero siempre de puertas para adentro, sólo a la vista de los más allegados: sus familiares y sus amigos. La realidad marcaba una vida muy distinta.

Adicto a las drogas se pasó la mayor parte de su carrera deportiva. "Comencé a ingerir alcohol a los 12 años. Era autocomplaciente, sólo pensaba en lo bueno que era y en lo bien que lo hacía. Eso me llevó a la relajación y a comenzar a dar pasos hacia atrás. Sentía miedos, y los estupefacientes me liberaban de ellos. Sabía lo que hacía, pero ya era tarde; mi cuerpo no era capaz de continuar viviendo sin drogarme", reconoce con la emoción presente en sus ojos.

Fuera de la selección española, y sin margen para poder mentirse más, Pedro acudió a un centro de desintoxicación. Estaba arruinado. Todo lo obtenido hasta entonces se había evaporado en cenas, fiestas y éxtasis. Un décimo de lotería de Navidad premiado de su abuelo condujo al waterpolista directo a la terapia.

Una vez allí, Pedro se sintió desprotegido. "Lo primero que me llamaron fue politoxicómano. Pensaba que ese tipo de gente eran los menos afortunados que vivían en los suburbios. Yo simplemente era Pedro García: medalla de oro olímpica".

El primer paso fue perdonarse. "Los médicos me aconsejaron que el primer paso para curarme era perdonarme a mí mismo, y eso es lo que hice. Sólo de esa forma conseguiría no volver a caer en la tentación de las drogas". La fuerza de voluntad y la noción de haber desperdiciado su vida sentaron los pilares de su excelente recuperación.

Puede contarlo y, además, plasmarlo en papel en su libro Mañana lo dejo. En él relata su historia, una historia que llega a quitar el hipo a los lectores. "He sido capaz de ganar a alemanes, serbios, italianos o húngaros, pero caía derrotado ante una copa de vino o una raya de cocaína. He aprendido que me está costando mucho tiempo llegar a ser la persona que quiero ser", sentencia con frialdad.

Es la cruda verdad de la vida de Pedro García Aguado, un waterpolista que descendió desde el cielo hasta el infierno, pero que, afortunadamente, se rehízo gracias a esa fuerza que sólo los deportistas poseen.

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