Matías Almeyda, el anclaje del sevillismo para el incierto 2026

La afición sevillista, huérfana de referentes en el equipo y en la entidad mientras escucha informaciones de venta, se agarra a la gestión y el compromiso del argentino, único líder visible

El CTA no incluyó ninguna polémica del Madrid-Sevilla en su 'Tiempo de revisión'

Almeyda sigue el Real Madrid-Sevilla en una de sus posiciones habituales.
Almeyda sigue el Real Madrid-Sevilla en una de sus posiciones habituales. / Javier Lizón / efe

En este inquietante paso del año 2025 al año 2026, el sevillismo es presa de un cúmulo de sensaciones atravesadas todas por la incertidumbre. Hay inquietud en lo deportivo, hay inquietud en lo económico y hay inquietud en lo institucional. Alejada toda posibilidad de que la afición se sienta identificada con la directiva por el descrédito acumulado de años en declive y sin ningún futbolista con el que identificarse como abanderado del equipo, el único anclaje en medio de rumores sobre la venta del club es su entrenador, Matías Almeyda. El argentino porta el ancla de la esperanza para el incierto año entrante.

Desde su llegada en junio, el club lo presentó como el líder que necesitaba el proyecto de la reconstrucción, como el mejor fichaje de un mercado en el que apenas había efectivo en las depauperadas arcas para ilusionar a la gente. Y al menos José María del Nido Carrasco y Antonio Cordón han conseguido que esa idea cale en la afición, gracias a la gestión y al verbo franco de un técnico que mira a las cámaras y a los árbitros de frente y sin dobleces. Su última puesta en escena, en el Santiago Bernabéu, fue un fiel reflejo de lo que está significando este hombre convertido en la forja del edificio que debe reconstruir casi de la nada el comité de dirección. Fue capaz de poner boca abajo, ante la prensa madrileña, todo el sistema mediático y arbitral del fútbol español después de cuajar un buen partido que terminó como casi siempre en Chamartín.

La dignidad de esta se acrecentó con las declaraciones de Almeyda, que puso en solfa la relación entre profesionales y árbitros y el trato a unos y otros según el club que representen. Ya que no pudo llevarse a la talega de la satisfacción ni un punto frente al Real Madrid, hablando de respeto Almeyda volvió a ganarse el respeto de su hinchada. El próximo 4 de enero lo pagará sin poder sentarse en el banquillo del Ramón Sánchez-Pizjuán tras su expulsión por defender a los suyos frente al colectivo arbitral, siempre tan arbitrario e irregular en el trato a grandes, medianos y chicos.

Ahora mismo el Sevilla es un chico pese a que esté en una aparente cómoda décima posición. Un puesto ficticio porque, con 20 puntos después de seis triunfos, sólo dos empates y nueve derrotas, está situado a ocho de los puestos europeos y a cinco de los de descenso.

En 17 jornadas ligueras, Almeyda apenas lleva una ratio de 1,18 puntos por partido, escaso bagaje en un Sevilla normal. Pero es que el actual no es un Sevilla normal y el argentino cuenta con la ventaja de que el sevillismo ya se ha hecho a la idea de que 2026 será otro año de sangre, sudor y lágrimas. Y para ese empeño sí encaja un técnico aguerrido que se ha erigido en el único líder de un club sin una cabeza visible que soporte la mirada descarnada y ácida del sevillismo.

Almeyda, pese a haber perdido su primer derbi como técnico sevillista y haber sido eliminado de la Copa en el único duelo de Primera en dieciseisavos de final, y a domicilio, se ha ganado el beneficio de la duda de un sevillismo harto de ver pasar caras por el banquillo de Nervión.

El tractorcito al que se fió Cordón para la reconstrucción del equipo con el límite salarial más bajo del fútbol profesional al inicio del verano -algo corregido posteriormente- sigue tirando del enorme tonelaje que significan un club en almoneda, entre rumores de ofertas, due dilingences y cartas de intenciones de inversores yanquis, y la actual plantilla. No hay más que ver cómo uno de sus capitanes, Marcao, se tiró al callejón en el Bernabéu presa de varios ataques de ira, desde la entrada a Rodrygo hasta la que hizo a Bellingham ya con amarilla o su agarre con Muñiz Ruiz. Con esos bueyes debe arar Almeyda, un hombre con la piel aspera de sus vivencias personales. El sevillista sólo espera que esté tan curtido como para seguir soportando la cimentación de un edificio a medio construir o medio derruido, según la visión de cada cual...

Un aspecto a corregir: 55 amarillas, líder destacado

Quizá como reflejo del carácter aguerrido y gallardo de Matías Almeyda, el Sevilla llegó al parón navideño como líder de una fea estadística. Es el primero de la clasificación de amonestaciones de LaLiga con 55 amarillas, más una roja. Queda muy detrás del equipo sevillista el Rayo Vallecano, con 43, doce tarjetas menos. El sistema de juego con muchos duelos hombre a hombre y la presión tras pérdida de la pelota influyen. Y también, cómo no, la condición de equipo venido a menos que tiene actualmente un Sevilla poco respetado por árbitros y comités disciplinarios. Precisamente la vara de medir que condiciona esta estadística ha sido una de las quejas recurrentes de Almeyda en su estreno en el fútbol español.

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