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Carlos solchaga. ex ministro de industria y economía

"La reconversión industrial fue ineludible para entrar en la UE"

  • El ex responsable de Industria y Economía entre 1982 y 1993 reivindica el cierre del aparato industrial heredado del franquismo por ser insostenible.

Carlos Solchaga (Tafalla, 1944) ocupó sucesivamente las carteras de Industria y Economía entre 1982 y 1993 en los gobiernos de Felipe González y fue uno de los arquitectos de la reconversión del conglomerado industrial heredado del franquismo. Retirado de la vida pública, fue una de las estrellas del último congreso de la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD), centrado en la necesidad de reindustrializar la economía española. Paradójicamente, el evento se celebró en el Palacio Euskalduna de Bilbao, donde se situaba el astillero homónimo que cerró víctima de sus políticas.

- Treinta años después, ¿la reconversión fue una decisión correcta?

-La reconversión fue en gran medida una obligación ineludible. El sector público no podía absorber las deudas de esas compañías medio quebradas y seguir sufragando sus pérdidas indefinidamente. Por otro lado, estábamos negociando al mismo tiempo la entrada en la Unión Europea, que significaba eliminar la barrera arancelaria dentro de la cual se había desarrollado la industria española.

-Los astilleros siguen siendo un punto de fricción entre Bruselas y España. ¿La reconversión industrial está cerrada?

-Estos dos problemas que he mencionado se cerraron por fortuna en la última parte de los años ochenta. Pero hay actividades de carácter residual que siempre van a ser supervivientes. Usted ha citado uno de esos sectores. El problema es difícil de salvar. El Gobierno tiene que decidir cuánto puede seguir apoyando una actividad o cuándo es una tarea inútil porque no va a sobrevivir.

-Cuando se habla de reindustrialización, ¿no parece que es nostalgia de ese tiempo?

-Es posible que algunos al pensar en reindustrialización estén pensando en el apoyo poco discriminado a sectores productivos o actividades concretas. Si es así, están equivocados. Ningún país puede permitirse el lujo de una política industria de carácter vertical que elija entre unos y otros y sobre todo que trate de dar supervivencia a aquellas actividades que no tienen un futuro muy claro. Sin embargo, hay otro aspecto que es muy interesante, como es todo lo que tiene que ver con el apoyo a la mejora de la competitividad de las empresa y la investigación.

-La principal aspiración de su generación política fue colocar a España en el corazón de Europa. A la vista de la crisis y el desencanto ciudadano con el sueño europeo, ¿mereció la pena tanto esfuerzo?

-Sin ninguna duda. El esfuerzo fue importante pero el beneficio fue mucho mayor. Mi generación vivió en una España periférica y despreciada por el resto de los europeos. La entrada en la UE ha contribuido de manera muy positiva al desarrollo de nuestro país. Y aunque es verdad que ahora parece haber una cierta desilusión, creo que son las crisis habituales por las que pasa el proyecto de la integración europea. Al final se superan y acaban reforzando nuestra creencia en Europa.

-Hace unos días fue el aniversario de la victoria electoral de 1982. ¿Hay paralelismo entre el deseo de cambio de entonces y el vuelco de noviembre de 2011?

-No. En 1982 estaba en juego si el país se ratificaba en la democracia después del golpe frustrado de 1981 y si se le daba una oportunidad a un partido que históricamente nunca había gobernado solo. En ese sentido, las condiciones del 82 y el periodo que allí se inicia es mucho más iniciático, y perdón por la redundancia. Yo entiendo que ahora ha habido un rechazo a lo que la gente juzgó como un mal gobierno del PSOE en 2011, relacionado con la forma que tuvo de enfrentarse a la crisis económica y también con otras cosas que ya venían de antes y que habían sido criticadas. A pesar de que las condiciones parezcan un tanto dramáticas, es más el juego normal de gobierno-oposición.

-Igual que en 1982, el gobierno actual se dio un baño de realismo, ya que se percató de que el programa electoral era imposible de llevarlo a la práctica.

-Es verdad que ni en aquel caso ni en éste pudieron cumplirse los programas. Anguita siempre decía "programa, programa, programa". Pero el problema es que desde la oposición no se conocen tan bien los datos como desde el gobierno. Quizás nosotros fracasamos en el compromiso de los 800.000 puestos de trabajo, pero sí cumplimos las ideas fuerza de modernizar el país y de prepararlo para entrar en la Unión Europea. La prueba es que nos salió bien con otra mayoría absoluta en 1986.

-Ese Gobierno sufrió grandes tensiones internas como se vio con la salida de Miguel Boyer.

-Tuvo tensiones internas como las tienen todos. Lo más interesante de aquel Gobierno es que el carisma y la capacidad de liderazgo de Felipe González era muy superior a la que he visto en cualquier otro presidente español. Pero es verdad que están dentro de las características del partido socialista el debate interno y la oposición entre unos y otros. Al final había una ley que se cumplía: una vez acabado el debate y se tomaba una decisión, todos la seguían tanto los que la habían propuesto y les gustaba como los que no les gustaba y se veían obligados cumplirla.

-Usted ha lamentado la soledad en la que se encontró el gobierno socialista a la hora de emprender la reformas, la misma queja del gobierno actual.

-No puedes pedir a quien no tiene la responsabilidad de gobierno que la comparta contigo, porque si sale bien, el que lo va a capitalizar políticamente es el Gobierno. Y si sale mal, la oposición no tiene por qué aceptarlo. Hay que ser realistas. En aquel momento, me sentí decepcionado ante lo que yo creía una falta de solidez en su análisis de la derecha. Pero con los años, me doy cuenta de que si estás en la oposición, no hay ninguna razón para apoyarlo. Lo importante es que si el gobierno sigue adelante con lo que tiene que hacer como hicimos nosotros, que la oposición no sea un obstáculo permanente.

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