Los caminos de Sevilla

Rocío 2022: Villamanrique, fortín del arte campestre

  • Coria desata los sentimientos cuando los bueyes del simpecado suben los siete escalones más famosos del universo rociero

  • La hermandad manriqueña tiene candidatos a carreteros de promesa hasta 2058

  • El intento de Hacienda por controlar este antiguo oficio causa indignación

  • El Aljarafe, el puerto de montaña para las hermandades de Sevilla

Las hermandades de Lebrija, La Algaba y Coria se presentan ante la de Villamanrique.

Tiembla el suelo y hasta el alma. Perdónenme un arranque tan intenso. Es lo que graba la memoria en este jueves de Rocío en Villamanrique de la Condesa, pueblo fronterizo entre el Aljarafe y la marisma, que presume de tener la primera y más antigua hermandad que le rinde culto a la Blanca Paloma. Decía que temblaba el suelo y es que cuando la carreta del simpecado de Coria sube los siete peldaños que separan la plaza del porche de la parroquia parece que se viene el mundo encima, que aquello no hay quien lo resista.

La mole de plata es alzada por los brazos de hombres rudos en un arrebato donde fuerza y pericia cogen el compás hasta el punto de pellizcar los adentros de los presentes. Resulta complicado permanecer indiferente a la emoción colectiva que se adueña por largos instantes de uno de los puntos clave en el peregrinar de las hermandades sevillanas. Coria y Villamanrique forman un binomio que requiere de una intensa mañana previa. Hay que calentar el cuerpo y el espíritu desde bien temprano para digerir tal combinación.

Aún no son las once cuando el mulo que tira de la carreta de Lebrija traspasa la puerta de la parroquia y pisa el suelo del templo. El pueblo del Bajo Guadalquivir trae abundante séquito de jinetes. Hay críos, con pocos meses de vida, en el regazo de flamencas montadas a caballo, que forman un redondel casi perfecto. Le siguen La Algaba y Morón.

La carreta del simpecado de Lebrija, tirada por un mulo, antes de subir la escalera manriqueña. La carreta del simpecado de Lebrija, tirada por un mulo, antes de subir la escalera manriqueña.

La carreta del simpecado de Lebrija, tirada por un mulo, antes de subir la escalera manriqueña. / José Ángel García

En el bar situado frente a la parroquia no queda hueco libre en los veladores. Su terraza se cotiza alto como palco privilegiado para contemplar escenas que guardan un aire campestre, antiguo, en peligro de extinción. Son artes que dejaron de practicarse cuando la maquinaria invadió el mundo rural. El Ayuntamiento manriqueño vuelve a lucir los gallardetes con los nombres de todas las hermandades que transitan por sus calles, los que fueron entregados a las corporaciones en años de pandemia y sin romería. Son 75 en total, o lo que es lo mismo, más de la mitad de las filiales que recorren los caminos que conducen a la aldea almonteña. Medio Rocío pasa por la patria chica de Goro Medina, que, según cuenta la leyenda y reza en una placa cerámica de la plaza, era oriundo de estos lares. 

El cielo juega con las nubes y claros. De vez en cuando la brisa hace soportable estar a pie parado, bajo el sol, en el porche de la parroquia. Por allí se encuentra Charo Jiménez, reportera de Canal Sur Radio que lleva varios días retransmitiendo las salidas de las hermandades. Le piden que vaya al Quema para contar lo que allí ocurre. Algo más de tres kilómetros separan el núcleo urbano del vado más cantado por estas tierras. Charo acude con su micrófono -inseparable de ella- y, haciendo gala de su elegancia, con una chaqueta de cuadros que más bien pareciera que fuera a darse una vuelta por la Quinta Avenida que por la orilla del Guadiamar (lo del Jordán rociero lo dejamos para cuando nos entre el arrebato místico). 

Un jinete, con su hija vestida de flamenca, acompaña a la Hermandad de La Algaba. Un jinete, con su hija vestida de flamenca, acompaña a la Hermandad de La Algaba.

Un jinete, con su hija vestida de flamenca, acompaña a la Hermandad de La Algaba. / José Ángel García

En un pueblo tan vinculado a la doma de bueyes, el hecho de que Hacienda haya requerido a las hermandades la documentación de los carreteros que trabajan con ellas no ha pasado desapercibido. El propio presidente de la hermandad manriqueña, Roque Espinar, comenta el asunto: "El Gobierno ha tenido dos años de pandemia para pedirnos la documentación de lo que se hizo en 2019, pero lo ha hecho en vísperas de este Rocío, algo que no tiene explicación". Vaticina un gran perjuicio con este asunto. "A las grandes empresas que se encargan todo el año de esta labor apenas les afecta, pero sí al que lo hace sólo en unas fechas concretas por afición y tradición", sostiene.

Las palabras del presidente manriqueño las corrobora Manuel Villegas, carretero que acompaña al simpecado de Morón, que acaba de hacer su entrada en la plaza. Ha trabajado 41 Rocíos. Muchos de ellos con Triana. Sus augurios también son malos. "Hacienda va a acabar con una tradición", advierte sobre la intención del ministerio que dirige la sevillana María Jesús Montero de controlar una actividad que sobrevive gracias a estas celebraciones. Villegas cuenta con seis piezas de ganado en sus terrenos de Camas. El dinero que gana estos días lo emplea en mantener los bueyes de la hermandad todo el año. "Es una inversión para ellos", añade. 

La Hermandad de La Algaba en la Plaza de España de Villamanrique. La Hermandad de La Algaba en la Plaza de España de Villamanrique.

La Hermandad de La Algaba en la Plaza de España de Villamanrique. / José Ángel García

La figura del carretero merece el máximo respeto en Villamanrique, donde se considera un honor mandar "los bueyes de la Virgen". Así se les llama a los nobles animales que tiran de la carreta del simpecado que emprenderá este viernes, antes del alba, el camino a la marisma. De ello se encarga el carretero de promesa, un puesto para el que hay lista de espera con candidatos garantizados, al menos, hasta 2058. Aquí el oficio está lejos de perderse. Un dique de contención contra la mecanización.

Los siete escalones son un continuo ir y venir de gente. De saludos y abrazos. Allí están los tres hermanos mayores que tiene Villamanrique para la romería de este año: Ruperto, Rosalía y Mari Ángeles García, que llevan desde 2020 esperando a desempeñar tal cometido, con el que se hace frente a buena parte de los gastos de la peregrinación. 

Brazos de peregrinos sostienen la carreta de Coria tras subir al porche de la parroquia manriqueña. Brazos de peregrinos sostienen la carreta de Coria tras subir al porche de la parroquia manriqueña.

Brazos de peregrinos sostienen la carreta de Coria tras subir al porche de la parroquia manriqueña. / José Ángel García

Para poner la guinda a esta mañana de subida y bajada de escaleras, aparece por estos peldaños Pepe Angulo, componente de Los Romeros de la Puebla, que cantarán a su hermandad en pocos minutos. A Pepe le preguntan por si sueña con que algún día le concedan la medalla de Andalucía. Su respuesta pide mármol: "Los que mandan no nos la han dado, pero el pueblo hace tiempo que nos la entregó". 

Se acaba la charla y mandan despejar los escalones. Lo que viene ahora requiere de destreza y maestría. Se presiente algo importante y, aunque se haya visto muchos años, siempre estremece el momento en que los bueyes de Coria alzan el simpecado hasta la puerta de la parroquia. Piloto y Canastero se encargan de ello. Son los nombres de las bestias que manda Francisco Álvarez, el carretero que logra la hazaña. Su padre, de quien aprendió el oficio, lo mira con orgullo. Lo ayudan el centenar de manos que empujan el templete macizo hasta el dintel. Brazos como puntales para sostener toda la plata en este cancel de la marisma. El mismo afán cuando se sube que al bajar. Tensión y atención van a una. Ya en tierra plana, se canta en mitad del silencio. Porque hasta eso logra Coria, callar a la multitud. Luego se retoma la senda para buscar las arenas. Se deja atrás Villamanrique, ese fortín del arte campestre.