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Pablo Simón | Politólogo

"Susana Díaz tiene la brújula desorientada"

Pablo Simón posa antes de la entrevista.

Pablo Simón posa antes de la entrevista. / José Ángel García

Pablo Simón (Arnedo, La Rioja, 1985) jura que no tiene camerino en La Sexta, donde interviene a menudo para desmenuzar con un análisis moderado y templado la actualidad política, y perjura que su título universitario en Ciencias Políticas está en regla tras los polémicos másters y cursos de los servidores públicos. Editor de Politikon, defiende que la evolución de la política obliga a anteponer el diálogo para llegar a consensos. Su madre es de Puerto Real y confiesa que de niño se aficionó al Carnaval con la chirigota Los borrachos. "Me flipa. Tengo que ir al Falla al menos una vez en mi vida", afirma.

–¿Está todo inventado en política?

–Los humanos somos la misma materia prima y eso no cambia. Pero siempre descubrimos maneras de meter la pata. Decía Mark Twain que probablemente la historia no se repite pero sí rima.

–¿Contra el bipartidismo se vivía mejor?

–Para muchos sí, pero el multipartidismo ha venido a quedarse y será más incómodo para quienes echaban la culpa de todo a PP y PSOE. Hoy hay más menú, pero la casa sigue sin barrer. A ver si alguien le mete mano y vamos a una nueva cultura política: pactar para gobernar. Quizás el de enfrente no es malvado ni estúpido; tiene otras ideas.

–Si la socialdemocracia languidece y al centroderecha tradicional le quedan dos telediarios, ¿qué hacemos con PSOE y PP?

–Envejecerán y empequeñecerán. Deben asumir que sus tiempos de gloria han llegado al fin. Aprenderán a pactar porque algunos de sus valores son consenso ya en nuestra sociedad y la gente busca otras cosas.

–Cuatro fuerzas, con Vox, más vascos y catalanes tendrán peso tras las generales. ¿No falta diálogo con tanto gallo?

"La izquierda no debería buscar a la clase obrera en las fábricas sino en los que traen la comida a domicilio”

–Tenemos líderes que han crecido en un mundo que ya no existe y siguen con tics de mayoritarios, aunque las urnas cada vez les dan una nueva bofetada. España ha cambiado mucho en poco tiempo. Dos partidos sumaban el 82% de los votos y hoy igual no llegan a la mitad. Es como un juego de cartas, no sabes si la baraja está bien repartida, entonces pides mus todo el rato. Nuestros líderes creen que los españoles han votado mal y pueden llamarlos más a las urnas, pero su voluntad no cambiará mucho.

–¿No es más viable llegar a consensos sobre una reforma constitucional en una rave que en la Carrera de San Jerónimo?

–Desde luego. La política tiene su escenificación. El problema para afrontar estas reformas es no atrevernos a ponerlas negro sobre blanco. Estamos atrapados por dos narrativas: los de la Transición dicen que la Constitución es maravillosa y los otros opinan que fue el pecado original y hay que destruirlo todo. Los dos extremos nos hacen perder tiempo.

–Sánchez tiene más vidas que un gato. ¿Su plan es desintegrar a sus rivales antes que recuperar el PSOE?

 –Eso suena tanto a Rajoy... Es un núcleo fundamental de la política española: el que resiste gana. Ya decía Andreotti que "el poder desgasta, sobre todo al que no lo tiene". Hay una parte así de Sánchez. Es un empate de debilidades porque al final nadie tiene un proyecto para ir hacia delante, sólo esperan que los demás tropiecen.

–¿Tanta corbata morada es un guiño a Podemos?

–¿O al feminismo? A lo mejor los tiros van por ahí, el ánimo de enrollarse en la bandera del 8-M para demostrar que tiene un Gobierno abierto hacia las mujeres.

–Afirmó: "La izquierda debería saber que la clase obrera tradicional ya no existe". ¿No será que la clase obrera sabe que la izquierda ya no existe?

–Planteo esta duda: si antes ligábamos la clase obrera a las fábricas, ¿están hoy esas personas allí o son los que te traen la comida a domicilio? Quizás la izquierda no las deba buscar en el mismo sitio que hace 40 años y estén en la puerta de su casa. Eso le obliga a repensar el tipo de desigualdad y las políticas.

Pablo Simón. Pablo Simón.

Pablo Simón. / José Ángel García

–Dijo en octubre: "Vox por ahora es una opción muy minoritaria".

–Era octubre... La campaña fue esencial y casi el 25% de los andaluces decidieron su voto en las últimas dos semanas. Vox logró una organización a nivel local, se movió en redes con una campaña eficaz, canalizó la fragmentación de la derecha... Halló la ventana de oportunidad. Lo lógico es que siga un parámetro de crecimiento parecido al de Podemos en 2015, sin llegar a tanto, que lo sitúe en una tasa del 12%-15%.

–¿Susana Díaz está amortizada políticamente?

–Ya no me atrevería a decirlo de ningún político. Puede hacer como Fernández Vara y resistir en la oposición o directamente ser desalojada por los críticos. Dependerá de la hoja de ruta del PSOE, porque ahora necesita un plan Renove. Tiene que irse a la oposición y repensarse porque si no supo leer qué iba a pasar en las elecciones, es que tiene claramente la brújula desorientada.

–Quizás no tenga muchos amigos en el PSOE...

–Es posible, arriba le tienen ganas y alguno abajo también. Pero si es que resiste gana, a ver cuánto aguanta.

–¿Es el PNV el partido más sagaz del Congreso?

"La política es un partido de once contra once en el que siempre gana el PNV"

–Desde luego, la política es un partido de once contra once en el que siempre gana el PNV. Es muy hábil, tiene más poder institucional que nunca y está en un contexto que, lejos de seguir la vía catalana, ha inventado una propia. La antigua CiU está en lo que sería el PNV de Ibarretxe y el PNV de Urkullu es una balsa de aceite en el oasis de Euskadi. Sagaces son, sí.

–¿Cómo retratará la historia a Rajoy?

–Como el primer presidente conservador puro de la democracia. Tiene aversión al cambio porque cree que puede ser a peor. Es un sentimiento legítimo. Y tiene ventajas e inconvenientes. Dejó muchas reformas sin hacer, pero en un tiempo de tanta tribulación, permitía un anclaje de previsibilidad que es justo lo que falta hoy. Aznar no era así, sino un liberal-conservador, con una agenda neocon muy clara.

–Ha escrito El príncipe moderno. ¿Es posible que ni el 3% de los diputados hayan leído a Maquiavelo?

–Demasiado optimista. Pero igual tampoco lo necesitan. Tener mucha cultura o ser muy docto puede ser un hándicap en política sin otras habilidades como fajar consensos, tener olfato... Preferiría que los diputados hubieran cuadrado alguna vez un balance o presidido una asociación de vecinos a que hubieran leído El Príncipe; lo primero es más urgente.

–Hay españoles que piensan que la palabra politólogo la inventó Pablo Iglesias.

–(Risas) Será porque Podemos surgió de una facultad de Políticas, pero no la inventó él. Muchos creen que analizamos encuestas y siempre fallamos. Sí, somos nosotros.

–¿Rosa Díez se estará tirando aún de los pelos al ver la progresión de Cs?

–Es un buen ejemplo de cómo en política dar la hora bien a destiempo te penaliza. Y fue la primera que tuvo capacidad para entrar en el Congreso con UPyD contra un bipartidismo muy fuerte y no leyó el momento para buscar una alianza con Cs.

–Cataluña. ¿Cómo se resuelve un entuerto en el que uno quiere algo que el otro no se lo puede dar?

–Cataluña no tiene solución, tendrá una evolución. Hay principios incompatibles entre dos bloques y el problema es cómo gestionan el mientras tanto. Eso aboca a un equilibrio permanente. Ha pasado ya un 1-O, un 155 y sigue igual. Hay una crisis constitucional y todos saben que están en un callejón sin salida, pero nadie quiere asumir los costes de dar marcha atrás. Pero, la política es rebelarse contra lo que parece racional; un buen político no va tres jugadas por delante en el ajedrez, sino es el que te dice: "Era broma, estábamos jugando a las damas". Y te cambia las reglas, crea la oportunidad. Es lo que falta allí, liderazgos con capacidad para plantear: "Esto que hemos hecho está mal, vamos a transitar esta otra vía".

–Muchos españoles se han enganchado a la política por la tele. ¿Dónde nos conduce esta salvamización o futbolización de los programas políticos?

–Muchos no se acercarían a la política sin este formato, pero hay un efecto contraproducente al polarizarse todo más. A veces acelera los tiempos y puede ser negativo, ya que a los políticos les vendría muy bien pensar antes de hablar. La política que funciona bien es aburrida; no la ves, es como el oxígeno.

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