"Me encantaría volver a tener 20 años, cuando me creía eterna"
Nativel Preciado | Periodista y escritora
Nativel Preciado (Madrid, 1948) ha cambiado de registro en su último libro, escrito en pleno confinamiento, El santuario de los elefantes (Planeta), que ha recibido el premio Azorín de Novela 2021. La periodista ha dejado volar su imaginación en África y confiesa que se ha "divertido mucho". "Salí airosa del Covid, he sido muy afortunada y el primer acto presencial y cultural al que asistí fue el premio Azorín. Tuve la impresión de que era el primer premio que me daban en la vida. Fue una especie de regresión", explica.
–¿Disfruta más con el periodismo o con la literatura?
–Me gusta alternar ambas cosas. He dedicado mucho más tiempo a lo largo de mi vida al periodismo que a la literatura. El periodismo es más absorbente y necesitas estar todo el día en contacto con la realidad, en la calle y con la gente. Y, concretamente, en la novela es todo lo contrario. Tienes que aislarte de todo para poder escribirla. Me sirve de terapia cambiar de una cosa a otra.
–Se ve que es feliz delante de un teclado.
–Sí. Me gusta mucho más que aparecer en la televisión o hablar en la radio. Lo que más me gusta es escribir. Es como me encuentro más feliz desde que era niña, porque necesito aclarar mi mundo viendo la letra impresa.
–Leía a Espido Freire afirmar que "la novela es un proyecto largo y solitario". ¿Está de acuerdo?
–Sí, sobre todo en lo de solitario. Es una cuestión de infinita paciencia y de mucha soledad. Y también de una gran incertidumbre, porque nunca sabes si has logrado lo que quieres, precisamente por hacerlo tan en solitario y con tan pocos instrumentos: como un folio en blanco y una pluma.
–Sin embargo, el periodismo es más trabajo de equipo. ¿Echa de menos una redacción en ebullición?
–Lo que echo de menos es tener 20 años y estar en la redacción del diario Madrid. No sé si lo echo más de menos por los 20 años, pero fue una experiencia inolvidable, en la que viví apasionadamente el periodismo. Me encantaría volver a tener 20 años, cuando me creía eterna. Ahora sé que no lo soy.
–¿Dónde empezaría de cero?
–Para retirarme, lo tengo muy claro: en algún lugar que pueda controlar, que sepa que me he sentido a gusto. Desde luego, sería en mi país, en un lugar pequeñito y perdido. Pero para empezar de cero, empezaría otra vez en Madrid en el tiempo en que nací, a la Universidad a la que fui, con la gente a la que he conocido. Estoy bastante acorde con mi vida. Me gustaría volver a tener 20 años y volver a vivir la Transición otra vez, como ya le he dicho.
–¿Echa de menos un Congreso con más nivel?
–No con más nivel, sino con menos bronca, con menos violencia verbal. Y con más eficacia, con más pragmatismo, con más sentido de la realidad. Que los diputados sepan cuál es su función. Parece que se les ha olvidado.
–¿Están más preocupados por el aplauso?
–Cuando era cronista parlamentaria, los aplausos pasaban ocasionalmente. Y claro, los aplausos tenían valor, porque cuando alguien era capaz de despertar el entusiasmo, se le aplaudía con sentido. Ahora es como un tic y los aplausos y los pateos molestan muchísimo. A los ciudadanos les molesta ver ese espectáculo cotidiano que no conduce a nada.
–Estrena novela, El santuario de los elefantes, "un cuento para adultos". ¿Es el triunfo de la imaginación?
–En cierto modo, sí. Me he desbordado más que nunca. Siempre he sido más contenida y he apelado a historias muy vividas y cercanas. En todas mis novelas se pueden identificar rasgos de mí, pero el confinamiento me llevó a la necesidad de fabular más, a viajar a lugares donde nunca he estado, aunque conozco varios países de África.
–¿Y por qué sitúa su novela en África?
–Quería mostrar a estos personajes tal como eran. El mayor contraste con la manera de vivir de personas codiciosas, que lo tienen todo y quieran más, que son insaciables y tienen cierta frivolidad, sin mirar al resto de lo que sucede en el mundo, era llevarlos a África, con la grandiosidad de su naturaleza. África es la explosión de la naturaleza, de la que forman parte los animales y los seres humanos. Ponerlos frente a eso los iba a conmocionar. Era lo que quería.
–¿En Occidente la vemos como un lugar para ir de luna de miel? ¿Nos interesa una África pobre?
–Quizá a las grandes potencias y a las grandes multinacionales para sacar beneficio de toda la riqueza que tiene el continente africano, sí. Al resto de las personas que son capaces de meditar lo que nos está pasando y cómo va a ser nuestro futuro inmediato, no. Pero los codiciosos e insaciables quieren esquilmar el continente
–Nos describe la figura de los nuevos ricos. ¿La avaricia rompe el saco?
–Ojalá se cumpliera siempre. En esta novela me he tomado la licencia literaria de que se cumpla la justicia poética y la avaricia rompa el saco. He conseguido darles su merecido y además con historias a veces rocambolescas. Pero en la vida real no siempre sucede eso. Hay muchos que se escapan de la Justicia y, por más tropelías que hayan cometido, salen indemnes.
–¿Cuál es la mayor horterada que ha visto en este mundo de los nuevos ricos?
–Me tendría que parar a pensarlo... Una vez tuve que volver de un viaje en un jet privado de un personaje conocido y me dijo que él lo tenía simplemente para fumar puros. Pero el personaje no era hortera, se lo aseguro.
–¿Para amasar fortuna hay que tener sapiencia?
–Para tener fortuna no lo sé, pero el conocimiento y la inteligencia son buenos para cumplir con nuestro papel en la vida. Sin embargo, cuanto más poder y dinero tienes, más te alejas de esa realidad y más te confundes.
–Tras la pandemia, ¿nos viene un tiempo de luz?
–Es un deseo que tenemos los que hemos aprendido algo de esta pandemia. Ojalá el mal que hemos pasado haya servido para aprender a ser más conscientes de que la situación es insostenible. Para hacer la vida sostenible todos nosotros tenemos que cambiar. Ojalá empiecen por arriba; pero si los que toman decisiones no son capaces de cambiar, al menos que cada uno de nosotros sepamos que tenemos que vivir de otra manera: con más austeridad, con más compromiso y con más sentido común. Ojalá, son plegarias.
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