Dos balas al corazón de ETA
El atroz asesinato del concejal del PP de Ermua, en una inhumana cuenta atrás de dos días, movilizó a toda la sociedad vasca y española, y dejó herida de muerte a la banda terrorista
"Mamá, pero a mí quién me conoce; no me conoce nadie", respondió Miguel Ángel Blanco (Ermua, 13-05-1968; hospital Nuestra Señora de Aranzazu, San Sebastián, 13-07-1997) ante los temores de su madre por el asesinato dos años antes de Gregorio Ordóñez. El joven concejal popular se consideraba invisible, irrelevante, pero se convirtió en la figura que lo cambió todo, que zarandeó las conciencias para iniciar el camino hacia la destrucción de la banda terrorista que ensangrentó el país durante décadas. Su asesinato a manos de ETA en una inhumana cuenta atrás de 48 horas, del 10 al 12 de julio de 1997, lo izó a icono nacional contra el terrorismo. Su crimen levantó una nación que "los españoles llevan siglos intentando destruirla y no lo han conseguido", en palabras de Otto von Bismarck.
Vaya si este chaval de Ermua (Vizcaya) con cara de chico bueno se hizo conocido. Su rostro se expandió al mundo y España, siempre cainita y fratricida, dijo basta, todos a una, sin partidismos, sin violencia, con cientos de miles de manos blancas en señal de protesta y de unidad. A Blanco lo ajusticiaron los pistoleros de ETA (Txapote apretó el gatillo dos veces ese 12 de julio con la víctima maniatada, postrada de rodillas y sujetada por Oker) y, paradójicamente, la banda se pegó un tiro a sí misma, empezó a desarmarse en aquella secuencia de dos días, a morir lentamente, confirmada con el anuncio del cese definitivo de la actividad armada el 20 de octubre de 2011, con más de 60 víctimas mortales más a sus espaldas, todo sea dicho, tras el crimen de Blanco.
ETA quiso poner entre la espada y la pared al Gobierno de José María Aznar, pero logró un efecto bumerán, despreciando la indignación y las marchas populares. La ciudadanía vasca le perdió el miedo a los asesinos, "deslegitimados", en opinión de quienes vivieron aquello de cerca, con el cruel asesinato de un chico de y del pueblo. Los políticos, excepto la izquierda abertzale de Herri Batasuna, al fin se dieron la mano al abrigo de la rebelión cívica que tomó la calle. La gente normal empujó a los dirigentes a clamar contra la barbarie.
Mari Mar Blanco, hermana del edil, regresó de Londres y sacó fuerzas de flaqueza para arropar a sus padres, Miguel y Consuelo, y rogar a las fuerzas policiales que removieran cada palmo de Euskadi para encontrar a su hermano con vida. Sabía entonces, y certifica hoy, que el Estado no se iba a plegar ante el ultimátum de los terroristas, que exigían el acercamiento de los presos etarras a las cárceles vascas.
En la misma tarde del 10 de julio, cuatro horas y media después del secuestro, germinó el denominado espíritu de Ermua, con su alcalde, el socialista Carlos Totorika, que hoy sigue al mando de la corporación, al frente de miles y miles de personas portando carteles en la pequeña localidad vizcaína para implorar a ETA que dejara libre a Blanco: "Miguel, te esperamos". Proliferaron desde esa noche las concentraciones en todo el país, multiplicadas durante el viernes 11 de julio antes de que en las plazas parpadeasen millones de velas con un silencio sobrecogedor al borde de la medianoche.
La multitudinaria manifestación en Bilbao el 12 de julio a mediodía no ablandó a los etarras, que descerrajaron dos tiros al edil sin prever que las balas iban directas al corazón de la serpiente y el hacha del anagrama de ETA. Agonizó en coma Blanco en el hospital durante varias horas hasta que en la madrugada del sábado al domingo los médicos certificaron su fallecimiento. El cadáver llegó esa tarde a Ermua y al día siguiente fue enterrado. Estalló de rabia España con cientos de marchas por toda la geografía: "¡Vascos sí, ETA no!".
El tiro le salió por la culata a la banda, que pretendía dar un golpe de efecto tras la liberación del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara ese 1 de julio y obtuvo la reprobación masiva del pueblo al que decía defender.
Sin embargo, todo ese movimiento pacificador de la calle no se canalizó adecuadamente por las fuerzas políticas después de un intento infructuoso con la Mesa de Ajuria Enea. En septiembre de 1998, los partidos nacionalistas vascos, con el PNV y Herri Batasuna a la cabeza, y Ezker Batua firmaron el Pacto de Estella, sin la participación del PP y del PSOE, al objeto de buscar "un proceso de diálogo y negociación" para el cese definitivo de ETA.
El fin de la tregua de los terroristas llegó en noviembre de 1999, dando pie a la muerte de la alianza nacionalista. Tomaron un año después la iniciativa socialistas y populares para poner en marcha el Acuerdo para las Libertades y contra el Terrorismo, que desembocó en la aprobación posterior de la Ley de Partidos y la ilegalización de Batasuna, sellada por el Tribunal Supremo en 2003 y ratificada por el Constitucional en 2006.
Languidecía ETA con sus últimos coletazos sangrientos. Los atentados, cada vez con menos periodicidad, continuaron tiñendo de sangre las calles del país, aunque los arrestos cada vez más frecuentes de los integrantes de la cúpula mostraban que ETA se iba debilitando, diluyendo, difuminándose. Dos balas a Blanco significaron un cambio total en la conciencia de los vascos. Esos dos tiros, en realidad, fueron directos al corazón de ETA.
"Sabíamos que era como buscar una aguja en un pajar"
"Había que encontrarlo, era una lotería, pero era que lo que teníamos que hacer, era la misión y había que forzar la máquina". Son las palabras de un policía nacional que buscó sin descanso, igual que decenas de compañeros, a Miguel Ángel Blanco en unas horas "esquizofrénicas" en las que no perdió la esperanza. Este agente recuerda con nitidez cómo la tarde del 10 de julio lo informaron de que sus superiores ultimaban un gran despliegue de búsqueda en el que participarán, entre otros, todos los operativos de las brigadas de información de Vizcaya y Guipúzcoa. Peinó junto a otros efectivos del Grupo de Operaciones Especiales (GEO) "la zona de Oñate y luego más hacia la costa, hacia Deva". "Nos dijeron que fuéramos por carreteras secundarias, comarcales, sendas, que miráramos cualquier lugar. El tiempo iba en contra y sabíamos que era buscar una aguja en un pajar". La búsqueda, pese a la movilización policial, resultó vana.
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