Feria de Abril

Caras nuevas, viejos hábitos

  • El público que predomina el fin de semana es distinto al del resto de las primeras jornadas, aunque mantiene las costumbres implantadas este año: llegar al real tarde, cuando el estómago está saciado

Con las botas de invierno, el paraguas en el bolso y lo justo de dinero en el bolsillo. Así sale de su casa una familia de cinco miembros (dos padres y tres hijos) para pasar un sábado de Feria en el real. La carga familiar requiere de todo tipo de avituallamiento antes de adentrarse en esta selva de albero, lonas y farolillos. La pregunta más inmediata tras pasar el portal del piso donde viven Salvadora, Antonio, Antonio (junior), Salvadora (junior) y Miguel es totalmente previsible: "¿Lloverá mucho hoy"? La respuesta de Antonio a su mujer -tras mirar al cielo- no despeja ninguna duda: "Puede".

Y con esta incertidumbre meteorológica, cual cofradía en días pasados, esta familia de un pueblo cercano a la capital se dispone a peregrinar al barrio de Los Remedios, llegando con el coche hasta lo más lejos que puedan o le permitan, no importándole tener que dar cuantos rodeos hagan falta para aparcar, porque "hoy sábado [por ayer] la cosa estará más aliviaíta de tráfico". Reflexión de Antonio, el padre de familia, que se desploma cuando es obligado a dejar su vehículo familiar en el Charco de la Pava. Ahora empieza lo bueno. Coger la lanzadera (ellos le llaman el "autobús de la Feria") y evitar la tentación de apearse en la Calle del Infierno tras los requerimientos de sus tres vástagos. Los cacharritos tendrán que esperar, contestación de Salvadora, que se vuelve firme y rotunda tras la cuarta petición de los niños (con algún llanto incluido) que no apartan sus ojos de la noria, auténtica vigía de la Feria. Y allá que se adentran, una vez pasada la portada, en unas calles de farolillos destrozados por el agua que se abrían para acoger a familias como ésta. De pueblo.

La llegada del fin de semana viste de manera distinta al real. Caras nuevas y viejos hábitos. Son muchos los de fuera que vienen, pero se sigue llegando a la misma hora: tras la comida, para gastar lo mínimo posible. Al mediodía de ayer se podían contar con los dedos de una mano la gente que había en ciertas casetas. Los peroles estaban a medio hervir. El mejor divertimento a la hora de la sobremesa fue la llegada de una comitiva que recorrió buena parte del recinto con un amplio número de guardaespaldas. Desde la portada a la caseta municipal el presidente del Sevilla y su homólogo en el Real Madrid se convirtieron en los protagonistas de una jornada anodina donde el paseo de caballos se vio ya mermado en número de participantes. Copita con Alfredo Sánchez Monteseirín, que apura sus últimas horas como alcalde sobre el albero. En el mismo sitio y a la misma hora Enrique Lobato, delegado de Bienestar Social, ofrecía una comida a más de 200 personas mayores que jalonaban los metros cuadrados de la amplia caseta. El ágape había concluido ya, pero sus efectos se tenían aún que dejar notar. Y tanto. Cuando Florentino Pérez y José María del Nido, con sus respectivos equipos directivos, disfrutaban de la recepción, un jubilado de baja estatura y alegre espíritu empezó a vitorear al otro equipo de la ciudad: "¡Viva er Betis, er Betis!" Allá que fueron Lobato y Rosamar Prieto-Castro a recriminarle la actitud al citado anciano que, ante la imposibilidad de expresar sus sentimientos futbolísticos en dicho momento, optó por seguir bebiendo. Gratis, por supuesto.

La comitiva salió de la municipal y se fue para la del Agua, ganadora de un trofeo del Ayuntamiento por su original exorno, donde se recrea la Plaza de España. Allí estaba Julio Domínguez Arjona con Manuel Serrano, inseparables en esto de fotografiar cualquier detalle de las fiestas mayores y menores de Sevilla. El cielo, mientras, titubeaba. A ratos salía el sol y a otros eran nubes negras las que lo atravesaban descargando, aunque en poca cantidad, algo de agua, la suficiente para ver otra estampa. Mantoncillos como paraguas y paraguas compartidos hasta por cuatro personas, cual plato de ansiado (y escaso) jamón. El mercurio bajó lo bastante para abandonar el calor de otros días. Claroscuro de tarde sobre el que se recortaron los perfiles más clásicos, esos que pese a ser fin de semana, nunca dejan de verse por esta ciudad efímera a la que ya le quedan horas.

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