Feria de Abril

Feria electoral

  • La Feria no es lugar para una campaña electoral, pero durante esta semana los políticos y candidatos a la Alcaldía de Sevilla han estado merodeando de recepción en recepción para camelarse al personal

SABE el candidato que la Feria no es lugar del todo a propósito para una campaña con todos sus perejiles porque, además de imponerse el universal rasero de la bondad, "tor-mundo-es-güeno", también prima una declarada apelación a los mejores propósitos, "vamos a tener la fiesta en paz", y, no se olvide, la resuelta confianza en los designios de lo alto, "que Dios reparta suerte". Así que la propaganda bien está en la caseta del partido, pero no es cuestión de exhibirla mucho porque el personal, hasta en la neblina del puntito, se percata de lo que procede y no en materia de esta fiesta. Por eso, ante el declarado celo electoral, la bruja se ha propuesto dar un garbeo, entre recepciones y conciliábulos, para tomarle el pulso a la intríngulis política. Y, a tal efecto, decide aplicarse un hechizo -total, si le funciona con otros, mejor todavía con ella- y es ahora una mujer de rompe y rasga que pasea sus faralaes por el real. Dice que lo hace con intenciones a mitad de camino entre la antropología y la sociología, toma ya bruja erudita, porque no pretende otra cosa que ver cómo los políticos, merodeando por la Feria, camelan al personal. Y cómo, además, son las maneras del medro para que quienes figuran poco acaben alcanzando mucho en el organigrama del aparato: no del tren, sino del partido. Es más, dispuesta como está al aprendizaje permanente, hasta podría iniciarse en las ciencias políticas por ver si cabe fundamento o mérito en lo que, en muchos casos, no parece sino una carrera hecha en la gramática parda de la oportunidad. No tiene difícil colarse en las casetas a propósito, de los partidos y agrupaciones, porque su carácter público lo permite, y en las que no es así, pero son afines por diversas alianzas, pues asimismo se cuela porque lo de la diferencia de género también tiene su aquél ante los seguratas aguerridos. De modo que la bruja ya saca sencillas conclusiones de su periplo indagatorio y argumenta que no hay líder político que se precie sin una cohorte de solícitos acompañantes, porque eso de estar arropados denota unanimidad y lealtades firmes. Afirma que no hay candidato que se dé al desaliño, porque entre el serlo y el parecerlo no es mal concurso el de la imagen, incluso administrada por asesores. Y sostiene que en el rostro de los que están en baza electoral destaca el rictus de la sonrisa colgado en sus labios. Claro que, ya de vuelta al tren, si algo tiene claro la bruja es que esas maneras que se aplicó a observar son políticas precisamente por humanas, y se lamenta, vaya, de no haberse comido una rosca con su hechizo, por aquello del celo electoral.

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