El silencioso duelo de Alfonso Díez
La actitud del viudo de la duquesa de Alba durante su primer año de luto está siendo discreta y respetuosa El viernes, día del aniversario del adiós de la aristócrata, tendrá lugar en Sevilla un funeral en su memoria
El próximo viernes se cumple el primer aniversario de la muerte de la duquesa de Alba. Se ha hecho largo, especialmente para él, su viudo Alfonso Díez, que se enfrenta al día a día sin su compañera, cabizbajo y con las heridas sanadas pero todavía abiertas. El palentino alcanzó (porque celebrar celebró poco), el pasado domingo los 65, fecha importante, más bien clave, en la vida de cualquier persona, pero no estaba ella, su duquesa, y para colmo era su primer cumpleaños tras su fallecimiento, con lo que la jornada pasó con más pena que gloria para él. Discreto y sobre todo respetuoso durante todos y cada uno de los doce meses que ha tenido que ver pasar en el calendario más amargo de su vida, Díez se está enfrentando al luto como puede, siguiendo la misma senda que decidió tomar desde el primer día en el que se convirtiera en un personaje público y aún más cuando tras su soleada boda sevillana en octubre del 2011 pasara a ser oficialmente el duque consorte de Alba, con lo que eso conllevaba personal y mediáticamente.
Las lágrimas de dolor que derramó en la capilla ardiente de su difunta esposa, a la que acompañó hasta el último segundo, ya se secaron pero han dado paso a la pena y la dureza de la soledad, un sentimiento del que da buena cuenta el semblante serio e incluso confuso y desorientado que le ha acompañado durante el último año. "No le dejéis solo", exclamó la duquesa a su grupo de incondicionales poco antes de despedirse. Y sus voluntades se han respetado, otra cosa es que Alfonso se haya dejado ayudar todo lo que su mujer hubiera deseado. En su vida de señor jubilado y viudo, Alfonso Díez dedica la mayor parte de su tiempo a cultivar sus aficiones, como la lectura o el cine. Mucho se ha escrito sobre sus inexistentes ganas de socializar y del perfil bajo que mantiene ante la prensa y la nobleza, ante la que pintó una línea imaginaria en el suelo que no ha rebasado y de la que cada vez está más distanciado. Al otro lado se encuentran también los hijos de su llorada esposa, Carlos, Alfonso, Fernando, Jacobo, Cayetano y Eugenia, con los que mantiene una cordialidad tan frágil que parece que en cualquier momento se puede romper. No, no se va a librar la familia Alba de las discrepancias y desavenencias que caracterizan a todo reparto de herencia que se precie, y las últimas voluntades de la aristócrata tienen aún que liquidarse. En este asunto Díez, con su futuro económico aún por aclararse, es parte interesada y por ello sigue dentro del combate mediático, ése que tan poco le gusta pero en el que sabía que se metía una vez decidió acompañar en los últimos años de vida a la indomable y querida Cayetana de Alba.
Faltan tres días para el funeral que el viernes por la tarde se celebrará en honor a la noble en la iglesia de la Hermandad del Cristo de los Gitanos de Sevilla, de la que doña Cayetana era gran benefactora y donde descansan parte de sus cenizas. Allí estará Díez, aunque las malas lenguas aseguran que ha tardado en ser invitado, y se reencontrará con los vástagos de la duquesa, los que acudan claro, ya que la presencia de Jacobo, Cayetano y la benjamina Eugenia está en el aire por distintos motivos personales y profesionales. Sí estarán los más fieles de la noble, con Carmen Tello a la cabeza y será en ellos donde Alfonso Díez encuentre consuelo ante tan desalentadora situación. Se sumará ésta a las escasas visitas que Díez ha realizado a la ciudad en la que fue tan feliz y en la que cambió de estado civil entre vítores y aplausos, y se espera que su paso por allí sea igual de discreto e igual de silencioso que en este primer año de duelo.
Así es el caballeroso Alfonso Díez, siempre tan respetuoso con los demás, especialmente con los seres más queridos de su recordada esposa y por supuesto y ante todo con la memoria de ésta.
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