La caja negra

La gran depresión de la Sevilla de las ocho de la tarde

  • La ciudad es más alemana que nunca. No hay actos sociales. Para unos, una delicia. Para otros, un motivo de angustia. 

Un bebedor de cerveza

Un bebedor de cerveza / M. G. (Sevilla)

La verdad que es un gustazo. Sevilla sin actos a las ocho de la tarde es una delicia. Uno puede trabajar tranquilamente todo el día. Y apurar la noche para caminar, cuando el centro parece un pueblo, la Puerta de Jerez y la Plaza Nueva tienen el ambiente de las noches frescas serranas con esos vecinos en los bancos con sus mascarillas y guardando las distancias. El centro es un barrio más de la ciudad a la caída del sol en las horas nocturnas de este estado de alarma. Tiene un encanto especial, desconocido, insólito. Así debió ser la ciudad cuando tenía la mitad de población que la actual.

Es una tragedia que no haya turistas. Vivimos de ellos en gran medida. Los sevillanos no tenemos capacidad para llenar tantos bares, ni un aeropuerto tan grande, ni el palacio de congresos. ¡Si nosotros no llenamos ni la plaza de toros! Y la Feria hay que retranquearla a una fecha en la puedan llegar los madrileños en masa a bordo de esos Aves cargados de azafatas de Tío Pepe.

No tenemos visitantes ni se les espera. Dicen que tardaremos dos años en recuperar el turismo. ¿No dicen los psicólogos que hay que ser positivos? Pues adelante. Las reuniones de trabajo son ahora más activas. Dinámicas diría el cursi. Las videoconferencias son más cortas y productivas porque van al grano, salvo el engorro del sonido con retardo o los auriculares que se estropean más que una expendedora de billetes de Renfe. Puede almorzar uno en casa, que es donde recomienda el doctor Escribano, y tomar después un café de trabajo en un velador, pero en ningún caso se alarga mucho la reunión. Puedes ir vestido más cómodo.

No está en la agenda el latazo (Rajoy diría coñazo) de asistir al premio de las ocho, de la conferencia de las ocho, del concierto de las ocho, de la tertulia de las ocho, del encuentro de analistas de los mosquitos tigres de las ocho, del enésimo quinario de las ocho, de la presentación del libro de las ocho en la Casa del Ídem, de la inauguración de la tienda de perfumes que está en esa calle trasera por donde sabe Dios quién pasará a las ocho… Pero volvamos a lo positivo. Qué belleza, por cierto, las misas íntimas y silenciosas en la Catedral. Todos los fieles tan separados. Sin tener que olerse unos a otros. Dejar perder la vista en las bóvedas o en el retablo mayor, mientras te acuerdas del paisanaje de pelotas y profesionales del canapé y el abrazo gordo de los actos de las ocho que ya no hay.

Ay, qué pena más desnuda viene cruzando la calle, que decía Rodríguez Buzón. Y esa pena son ahora los Cajasoles que perdimos, los actos en la Fundación Cruzcampo que añoramos del gran Julio Cuesta, quien se metió en la piscina del pregón, sonó el pistoletazo de salida en falso y se tiene que subir de nuevo el próximo año para zambullirse en tan dulces aguas (ojú). Antes del estado de alarma esperábamos recuperar los salones de esa Fundación Cruzcampo con derecho a cerveza y diócesis de tortilla de balde, presenciábamos en su máximo apogeo esa nueva dualidad que rima con rivalidad. ¿Quién iba al acto de Pulido (Cajasol) y quién al de la Caja Rural (García Palacios)?. Dos cajas en liza por el abono social del sevillano. O eras de García Palacios o de Pulido. Pero esa Sevilla de las ocho de la tarde sigue hoy muerta. Y no quiero verla, no quiero verla…

Dos formas de devolver el dinero

Hablando de abonos, no me dirán que no hay dos Sevillas personificadas en Ramón Valencia, de la empresa Pagés, y Paco Vélez, del Consejo de Cofradías. Uno devolvió el dinero de los abonos íntegramente y sin polémicas, y el otro se metió en un charco del que todavía nos quedan por ver salpicaduras. Dice el Consejo de Cofradías que los dineros sostienen la labor social de las hermandades. ¿Y el alto porcentaje que le paga Pagés a la Real Maestranza a qué se dedica?. ¿Acaso la institución nobiliaria no mantiene comedores sociales, costea proyectos de las cofradías, promueve el mecenazgo cultural, apoya la conservación del patrimonio, empezando por la propia plaza de toros, o premia los mejores expedientes académicos?. Volvamos a la esencia. Hay sevillanos, no se olvide, que sufren desde el 13 de marzo una gran depresión porque no tienen donde picotear de gorra a partir de las ocho, ni excusa para llegar tarde a casa.

Estas noches de pandemia Sevilla es más alemana que nunca. Santa María la Blanca sigue huérfana de veladores cuando es uno de los grandes focos de atracción de una clientela nacional y extranjera que suele tener copado el estacionamiento de Cano y Cueto. Los bares que abren siguen siendo pocos y están expuestos al riesgo de una denuncia, porque cada teléfono móvil es un arma con gatillo para evidenciar cualquier exceso en las redes sociales. No hace falta siquiera que intervenga la Policía. Un vecino o mero transeúnte ve clientes de pie en la puerta o comprueba que hay veladores de más y arrojan al tabernero a la hoguera de las redes sociales, donde nadie conoce a nadie y se dispara con metralleta. ¡A escupir que es gratis. 

El caso es que no sabemos en qué fase se recupera la Sevilla de las ocho de la tarde, indicativo infalible de la recuperación de la Sevilla oficial. ¿Recuerdan cuántos años se tardó en recuperar la copa de Navidad de la Junta de Andalucía o la de cualquier empresa? Pues guíense por la Sevilla de las ocho. Cuando vuelvan los pájaros los nidos de las fotos a poblar, habremos salido de la depresión. Y empezará otra, pero esa ya es personal e intransferible.