La caja negra

El riesgo del público apelotonado

  • Seremos ejemplares y modélicos, pero las escenas que se ven en los paseos a la caída de la tarde es para temer a los resultados de la próxima semana. La Policía tuvo que dispersar al público en el entorno del Puente de Triana. 

Público en una calle del centro

Público en una calle del centro / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

La sociedad del bienestar no soporta las restricciones. Menos mal que nos han concedido la fase uno a la primera. Necesitamos apoyo moral continuo, psicólogos, psiquiatras, un coach para volver los lunes al trabajo, un decálogo de consejos para regresar en septiembre un trabajo donde haremos, por supuesto, una incorporación progresiva. Nos han vendido que tenemos derecho a todo y, claro, ahora no hay quien nos meta en cintura. La disciplina debe ser cosa exclusiva de militares, esa gente. No hay mejor retrato de la sociedad actual que el que se contempla en un paseo a las nueve de la noche.

Lo siento, no puedo asumir el mensaje buenista de la España ejemplar, la ciudadanía modélica y el pueblo adulto que cumple las normas. ¡Con lo bien que quedan esos comentarios! Pero el virus no entiende de frases hechas de los tertulianos ortodoxos. Nos estamos jugado mucho todavía. Pero eso no se puede decir. Ayer mismo subió de nuevo el número de muertos y los avisos sobre los riesgos de rebrotes son serios, dada la experiencia de otras naciones. En los paseos vespertinos se aprecia cómo la Policía se tiene que emplear a fondo con los viandantes. Un coche de la secreta saca de pronto la sirena y comienza a levantar al público de los pretiles, como la Gendarmería vaticana hace con los visitantes desarrapados que se sientan en el firme de la Plaza de San Pedro. La gente aprovecha la única tienda (casi bar) de la Plaza del Salvador para efectuar consumiciones.

Público por la calle Asunción. Público por la calle Asunción.

Público por la calle Asunción. / José Ángel García (Sevilla)

El Parque de María Luisa es una bulla en muchos puntos, perros de cuatro patas incluidos. Lo de Los Remedios es punto y aparte. Hay un grupo de vecinos que tienen una cuenta en una red social donde relatan todo tipo de escenas, la mayoría protagonizadas por adolescentes que hacen caso omiso de la distancias. Tal vez seamos ejemplares, pero en la calle se aprecian muchos ejemplos de lo contrario. Demasiados. Nos puede la inercia, nos mueve la relajación permanente en la que vivimos en cuanto a normas sociales, nos falta fuerza de voluntad y reaccionamos como un gato de cola pisada en cuanto se nos prohíbe algo, aunque sea por nuestro bien.

Suenan de nuevo los barriles de cerveza transportados hasta los bares. Ese golpe metálico que es el heraldo de la reapertura. Hay varios repartidores por la mañana. Y muchos paseantes de perro con mallas deportivas por la tarde. La de kilómetros que están haciendo muchos canes. Los humanos ganan el peso que pierden los perros. Los niños se citan con las niñas. Dos ciclistas pasa junto a un grupos de hormonados y oye hablar a los quinceañeros. “Vamos hacia el río que hay mucho ambiente. ¡Y cómo está Triana!”.

Hay puntos específicos que son de alto el riesgo, como el cruce del Puente de Los Remedios con el Paseo de las Delicias, o el que está a la entrada del Puente de Triana. Las distancias se acortan una barbaridad. Da igual, vamos bien. ¡Moral de victoria! Somos los mejores. Esto no es Madrid, nosotros somos ejemplares. Pero la verdad es que no sabremos cómo nos ha ido hasta que tengamos datos correspondientes a los primeros días en que pudimos salir con los niños, o las primeras jornadas en que nos dejaron hacer deporte. El COVID-19 es como la tarjeta Visa. Gastas y ya te pasaremos el recibo.

Mientras juguemos al buenismo, que es la forma de ejercer la responsabilidad social de escaparate. “Salgo a correr por la noche y hay personajes de todo tipo que tengo que esquivar por el camino”, afirma un conocido abogado. En la calle Baños ha aparecido otra bandera que conmina a Sánchez a dejar la Moncloa. En la Alameda hay bares que despiden un olor a lejía que anuncia reapertura. El gran bulevar de Sevilla con todas las terrazas abiertas, aunque sea a la mitad, puede ser una de las grandes fotos de la fase primera en Sevilla. En los bancos de la Plaza Nueva casi no hay espacio para sentarse a las nueve de la noche.

El bar La Candelaria, que no tiene terraza, anuncia que elaborará desayunos para ser consumidos en casa. La alegría es tal que un cliente afirma que se le caen dos lagrimones “como fundas de guitarra”. La gente camina. El pueblo se ha vuelto itinerante. Nunca tanta gente salió a caminar tanto tiempo. Hay quienes deambulan vestidos de calle, pero con zapatillas de deporte. Otros van deportivos pero con cara de cabreo. Muchos de los que corren parece que van a colapsar por el color de la cara. Están enrojecidos. Y no hay cerca ninguna ambulancia de la Cruz Roja. Otros llevan la misma velocidad del que cruza del salón a la cocina con una bandeja de catavinos.

La actividad cardiosaludable está muy bien, el problema es que nos apelotonamos en muchos lugares sin darnos cuenta. Y no se nos puede decir nada. Nada negativo, claro. Porque saltamos como un fusible. Esta sociedad tiene la piel fina, finísima. Y abusamos de la emisión de mensajes positivos no vayan a dañarnos la autoestima como pueblo, o nos dejen traumatizados como niños ante un suspenso. De pronto asoma la sirena del coche camuflado de la Policía y casi todos los sedentes hacen como Lázaro. Se levantan y andan. Casi todos, porque algunos se hacen el sueco y hay que insistirles por la megafonía. El gran paseo de Sevilla, del Puerto al Huevo Colón, es estos días el mejor retrato de la ciudad a falta de bares. Si nos apelotonamos en el espacio abierto en cuanto el guardia se despista, mejor no pensar en las tabernas.

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