La caja negra

El taxi mejora

  • La competencia ha derivado en un servicio más atento en la inmensa mayoría de los casos. El reto del taxi frente a las nuevas alternativas de transporte era y es el esmero. 

Una manifestación de taxistas

Una manifestación de taxistas / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

El taxi ha mejorado. Es justo decirlo alto y claro. No hay estudio de campo más infalible que coger cuatro o cinco taxis a la semana en diferentes horas. La tensión en el ambiente se ha reducido de forma considerable. Los que evitamos el coche particular y consideramos que el gran lujo de hoy es prescindir de automóvil propio, incluso no tenerlo, no hemos apreciado más que un mayor esmero en el trato. Y la cosa va ya para más de un año, el tiempo que hace que no usamos la aplicación de los VTC. La competencia rebaja el precio de la cerveza entre bares próximos, genera mejores periódicos y obliga a la prestación de servicios más competitivos en todos los órdenes. Solo un mediocre tiene miedo a los rivales.

El taxista siempre tuvo el plus de conocer mejor el callejero, pero las condiciones de algunos vehículos, el trato poco atento dispensado al cliente en no pocas ocasiones, la picaresca sufrida por todos en alguna ocasión, especialmente los clientes extranjeros, y la falta de servicios en horarios de elevada demanda (ay, esas noches de Feria o de algunos fines de semana), generaron una oferta alternativa que rompió el monopolio en las grandes capitales.

Las manzanas podridas mancharon todas las del cesto. Sin olvidar la mala fama que proyectaban algunos miembros de la famosa parada del aeropuerto, ahora desactivada porque el aeródromo está en horas de baja actividad.

Da gusto ahora coger un taxi. No solo por la rapidez del desplazamiento por efecto de la bajada del tráfico rodado, sino porque el trato es otro muy distinto en todos los casos. El cliente ya no es para algunos el incauto que viaja en diligencia y que está a punto de ser asaltado en un cruce de caminos. No hay que pedir que al aire acondicionado esté puesto, porque ya lo está. Tienen detalles de amabilidad con los menores y algunos hasta ofrecen agua. Conocemos personalmente a varios taxistas, hacemos siempre las mismas rutas. Nos cuentan sus preocupaciones, reconocen que hubo demasiados malos ejemplos que hundieron la imagen del sector, nos confiesan incluso cómo han tenido que acudir al aeropuerto sin ser vistos por los cabecillas de la parada. No revelaremos aquí el truco.

La parada del aeropuerto en una jornada de huelga La parada del aeropuerto en una jornada de huelga

La parada del aeropuerto en una jornada de huelga / M. G. (Sevilla)

La pandemia ha roto no sólo los presupuestos públicos, que tendrán que ser remodelados, sino las previsiones de todos los sectores. Hace tiempo que defendimos que el reto del taxi era el del esmero. Eso lo detectaron bien los promotores de Cabify, Uber y compañía. Si el taxi mantiene el conocimiento preciso del callejero y la preferencia en los carriles de las grandes avenidas, solo tiene que poner esa corrección, que no es otra cosa que la buena voluntad para asegurarse cierta permanencia. Ya lo hacen los grandes almacenes, los comercios, los restaurantes, los bares, las consultas médicas, los templos, etcétera. Hasta el Consejo de Cofradías se ha enfrentado a una situación inédita en su historia como la de tener que devolver la recaudación de la carrera oficial.

Claro que hay caídos. Esto es una crisis. Y no salimos todos de ella por mucho que los políticos nos prometan una parcela en el cielo. Sobreviven, como siempre, los más preparados, los que mejor se adaptan. Hay ayudas, rentas mínimas vitales y una lista de asideros. La recuperación de la actividad será la mejor señal. La necesidad de transporte se recuperará poco a poco. Para entonces quedan días duros, quizás los peores con un verano por delante que recordará a los de décadas pasadas, cuando el mejor remedio contra el calor era la persiana echada, con un ladrillo o una maceta colocados como tope para dejar espacio a la entrada del aire.

Dicen que Sevilla hoy parece la de los años 40. De hecho hemos vuelto a los índices de natalidad de hace décadas. Hemos vivido hasta el año pasado una serie de meses de agosto con alta ocupación hotelera y los principales restaurantes abiertos. Se consiguió hacer rentables meses que se consideraban tradicionalmente perdidos. Jesús Becerra, uno de los hosteleros con mayor visión comercial, ya anuncia que no reabrirá el negocio hasta septiembre. Y ha efectuado una encuesta para adaptarse a la nueva situación. El taxi, como tantos sectores, tiene que vivir a la fuerza su reconversión.

La pandemia no va a hacer más que acelerarla. Y jamás pasará por reactivar el enfrentamiento contra otras alternativas de transporte. Mientras el conductor del Cabify no sepa manejarse por Águilas, le obliguen a desviarse por Caballerizas y desconozca los atajos en la mayoría de los itinerarios, el taxi podrá hacer valer de forma legítima su utilidad y justificar su precio. Un taxista siempre sabrá más que una maquinita y podrá tratar al cliente con la calidez de la que sólo es capaz una persona.

Además, la población es cada vez de mayor edad. Se viven más años y mejor. Y, por lo tanto, las necesidades de transporte irán en aumento. Habrá nicho de negocio a poco que pase el estado de alarma, la gente vuelva a salir y se recupere el turismo. Es difícil que haya de nuevo una situación de monopolio, pero el consumidor siempre sabrá quién se la da con queso y quién no se la puede dar con nada porque sencillamente depende una máquina que repite el "gire a la derecha" cuando se debe seguir de frente. Nadie entra en un bar o toma un taxi para enojarse. Nunca lo olviden. Lo hacen para pasar un rato distendido y viajar mas rápido y más cómodos. No se olvide esta obviedad. La mayoría de los usuarios se calla cuando recibe un maltrato, porque el personal suele evitar los problemas. No hay peor hoja de reclamaciones que la de no volver e ir largando por detrás. Por eso muchísima gente celebró la llegada de los VTC. Hoy podemos decir que el taxi ha mejorado, se ha puesto las pilas, todos llevan por fin el sistema de pago con tarjeta (¡ha costado!) y, de momento, da gusto viajar en este medio de transporte.