Manuel Ibáñez Neri

Un icono de la calle Asunción

  • Este maestro sastre fue de los primeros comerciantes en valorar el potencial comercial de Los Remedios. Es fiel al bigote tanto como a las prendas atrevidas. Pionero en la promoción de un aparcamiento subterráneo

Manuel Ibáñez

Manuel Ibáñez / Rosell (Sevilla)

UN sastre debe ser modélico en el vestir. Como los toreros de antes. A un sastre de toda la vida se le ve venir de lejos por el corte perfecto del terno, como a un torero se le reconoce por los andares. “Ahí viene un torero”, se comentaba en una tertulia con gran ventanal hacia la calle. “Ahí viene un maestro sastre”, al pasar un señor con traje cruzado y pañuelo en la chaqueta. Ahora se ven unas estéticas que generan otros comentarios en la sociedad desvestida de hoy. “Ahí viene un turista”. O mucho peor: “Ahí viene un futbolista”.

El sastre es una figura de lujo. En los años cincuenta o sesenta de la pasada centuria era de uso común. La gente acudía a las sastrerías, habitualmente ubicadas en las primeras plantas de los inmuebles, de forma recurrente. Pasaron muchos años hasta que comenzaron a abrir en las plantas bajas para estar de cara al público por la necesidad de vender prendas ya confeccionadas. Hoy no se valora un traje hecho a medida porque la inmensa mayoría del público no sabe distinguirlo de un terno de confección. En la sociedad de consumo prima lo funcional y lo cómodo, que suele ser el estilo deportivo con un barniz de estética de pirata patibulario que lo mismo da para ir de viaje a Malta que a acudir a la oficina en Nervión, lo mismo para dar el pésame en el tanatorio de la SE-30 que para asistir a la grada norte del Sánchez Pizjuán.

A Manuel Ibañez Neri (Sevilla, 1935 ) difícilmente lo verán con una camiseta de tirantas, pantalones cortos y una gorra. Se le reconoce de lejos por su fachada señorial camino del centro cuando cruza el puente de San Telmo, con una figura marcada siempre por el bigote en perfecto estado de revista y por los pañuelos y corbatas de diseños más que atrevidos. Muy elegante siempre y sin vulnerar los cánones de la ortodoxia. Siempre ha sido un señor muy aficionado al color, mucho años antes de que Ághata Ruiz de la Prada basara su carrera en los amarillos, naranjas y morados. En una ocasión fue invitado por el entonces presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla, a un acto de etiqueta y relumbrón en el Hotel Alfonso XIII. Pepote cogió del brazo al maestro Ibáñez para presentarle a Felipe González. El presidente del Gobierno exclamó al ver la chaqueta blanca de brillo del sastre sevillano: “¡Menudo esmoquin raro!”.

La vida es...

La vida son recuerdos de una infancia vivida en Triana. Hijo de un trabajador del Puerto de Sevilla y de una ama de casa. Fue criado en el arrabal. Aprendió el oficio en un taller de la calle Pagés del Corro que estaba junto al corral del Agua. Aquellos años se hacía todo verdaderamente a mano, no había máquinas en los talleres. Había superpoblación de oficiales al ser muy elevada la demanda. Hasta que el maestro no apreciaba ciertas habilidades en un muchacho no le permitía asumir sus primeras tareas: pasar el hilo, cerrar los filos de una chaqueta, planchar los avíos o entregar las prendas a domicilio. El niño Ibáñez se disputaba los portes con los demás jóvenes para llevarse la propina de los clientes. Algunos comercios con solera mantienen hoy la costumbre de entregar las prendas ya terminadas en casa de los señores. La vida es viajar dos veces al año a Florencia (Italia) para participar en la principal feria de la moda de caballero, hacer contactos y traer a Sevilla las prendas de las nuevas colecciones.

La vida es ser fiel a su condición de hermano del Silencio. Siempre se ha identificado más con los Cursillos de Cristiandad que con otros movimientos de la Iglesia, pero nunca ha renegado de su condición de cofrade ni de la de ex consejero de Glorias. Su grado de vinculación con la Iglesia es muy alto, es de los que se remangan para trabajar por las causas. Católico comprometido se llama. Por supuesto, ha sido hermano mayor de la Hermandad de los Sastres, donde impulsó la salida en procesión anual de la imagen titular, la Virgen de los Reyes.

A principios de los años sesenta inauguró su primer taller propio. Se casó con una oficiala de un taller de la calle Antillano Campos que estaba regentado por una sastra de nombre Manola. Siempre en Triana. De Alfarería a San Jorge, de un taller modesto a uno ya con probadores suntuosos. En su primera etapa no se movió del arrabal ni para vivir ni para trabajar. En el probador había un agujerito por donde su esposa podía ver cómo le quedaba el traje al cliente y posteriormente darle su opinión sobre posibles ajustes. En el inicio de la década de los setenta comenzó el gran período de expansión de un barrio con unos residentes muy jóvenes: Los Remedios. Si el constructor Gabriel Rojas supo ver el filón urbanístico de aquellas hectáreas al otro lado del río, Ibáñez olió la demanda que se habría de generar y se instaló en la calle Asunción. Fue de los primeros comerciantes en asentarse en la principal arteria comercial del barrio. Una apuesta arriesgada que le salió la mar de bien.

Su concepto de la sastrería ha consistido siempre en la búsqueda de la perfección. Si hay fallos en el corte se debe volver a empezar. Rehacer lo hecho. Un traje mal cortado es sufrir la pena de un cliente largando del sastre o, peor aún, avergonzado porque los amigos le refieran los defectos del terno. Ibáñez aprendió que el cuerpo del cliente se dibuja ya en la mesa con la tiza sobre el paño: la caída de los hombros, el vientre, el pecho...

Este Ibáñez siempre ha sido muy presumido y ha cuidado mucho su aspecto. Se siente joven y se le nota hasta en la playa de Rota, donde usa bañadores juveniles y prendas atrevidas. Nunca lo verán tampoco con un traje negro ni gris, sino con ternos Príncipe de Gales o con rayas, con chaquetas de cuadritos, etcétera. Siempre a la búsqueda de la originalidad, al igual que con las camisas.

Ha tenido una gran cantidad de clientes famosos: desde políticos a toreros, pasando por empresarios. Dicen que hubo años que hasta la Torre Norte de la Plaza de España, sede de la Delegación del Gobierno en Andalucía, llegaban portes de Ibáñez con mucha frecuencia...

Este veterano del gremio ha cuidado la asistencia a congresos nacionales e internacionales para no quedarse anclado en un oficio que es pura artesanía en evolución. Y lo ha hecho sin necesidad de estar asociado a ninguna entidad gremial, quizás por ese punto rebelde que le lleva a mantener un marcado carácter individual que lo mantiene joven. Como presidente de los comerciantes de Asunción asumió un reto más que complejo: la construcción del primer aparcamiento subterráneo de la ciudad promovido por la iniciativa privada. Se trata del estacionamiento de la Plaza de Cuba. Los empresarios pagaron el 51% del coste de la obra, la empresa Martín Casillas un 47% y una empresa de servicios el 2% restante. Este maestro sastre vio pronto los problemas de acceso que tenía el barrio de Los Remedios y por eso se aventuró con el proyecto, sufriendo no pocos momentos de preocupación y polémica, algo habitual cada vez que se afronta una iniciativa de importancia en esta ciudad.

Las personas delgadas pueden lucir trajes cruzados. Los gruesos mejor que no hagan apuestas. El cliente más curioso que ha tenido fue un jorobado que, además, presentaba un bulto prominente en el pecho. Era un trianero conocido como El Bucarito. Ibáñez se atrevió a afrontar el reto hasta que se dio por vencido y le devolvió el dinero a aquel señor de extrañas hechuras y habla afeminada, que se fue clamando: “¡Para una vez que un sastre se atreve a cortarme un traje y se me raja!”.

Los trajes a medida son ya infrecuentes. Los abrigos o gabanes de sastrería casi ni se encargan. La sociedad se ha americanizado en el vestir, además de en otros hábitos sociales. Pero siempre se reconocerá de lejos la figura de un señor elegante, sobre todo si se trata de un maestro sastre.

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