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Novedades discográficas | Weinberg por Gražinytė-Tyla

La hora de Weinberg

  • La directora lituana Mirga Gražinytė-Tyla continúa en Deutsche Grammophon su apuesta por el compositor polaco Mieczysław Weinberg

Mirga Gražinytė-Tyla (Vilnius, 1986)

Mirga Gražinytė-Tyla (Vilnius, 1986) / Daniela Schmidt-Langels

En 2016 Mirga Gražinytė-Tyla (Vilnius, 1986) fue nombrada directora titular de la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham y tres años después, la joven maestra debutó en Deutsche Grammophon con un álbum que incluía dos obras del compositor Mieczysław Weinberg (1919-1996), de quien aquel año se cumplía el centenario de su nacimiento. Gražinytė-Tyla ha vuelto sobre el músico, pues DG acaba de publicar el viernes pasado su último registro con otras tres obras de Weinberg. Si en 2019 fueron la Sinfonía nº2, escrita para orquesta de cámara en 1946, y la Sinfonía nº21, una obra completada en 1991 como memorial a las víctimas del Gueto de Varsovia y titulada Kaddish, ahora son las Sinfonías nos. 3 (1949/1960) y 7 (1964) y el Concierto para flauta nº1 (1961) las obras que han visto la luz.

Weinberg - Mirga Gražinytė-Tyla Weinberg - Mirga Gražinytė-Tyla

Weinberg - Mirga Gražinytė-Tyla

En el primer álbum la directora lituana colaboró con su compatriota Gidon Kremer, uno de los grandes defensores y difusores de la música de Weinberg. El violinista lituano hacía entonces los solos de la Sinfonía nº21 y prestaba su propio conjunto, la Kremerata Báltica, para la camerística Sinfonía nº2. En esta nueva entrega es la Deutsche Kammperphilharmonie de Bremen la que se encarga de la Sinfonía nº7, una obra escrita para orquesta de cuerda con la singularidad de incluir en la instrumentación un clave solista, que aquí toca el pianista ruso-americano Kirill Gerstein. Para la Sinfonía nº3 y para el Concierto, Gražinytė-Tyla dirige a su conjunto de Birmingham, con la flautista Marie-Christine Zupancic como solista.

La música de Weinberg ha emergido de las sombras en el último cuarto de siglo y, aunque aún no demasiado popular, se trata ya de un compositor muy bien representado en la discografía internacional, no tanto en los ciclos de conciertos (al menos, en España). Nacido en Varsovia en una familia judía de músicos originaria de Moldavia, Weinberg se mostró desde joven como un talento natural para la música y un gran virtuoso del piano. En 1939, a punto de conseguir una beca para ir a estudiar a Filadelfia, la invasión nazi de Polonia lo obligó a huir al este. Estuvo en Minsk hasta que el estallido de la guerra entre Alemania y la URSS lo llevó hasta Tashkent, en Uzbekistán, de donde Shostakóvich, que había quedado impresionado al conocer sus primeras obras, lo atrajo hasta Moscú, en donde residiría el resto de su vida.

Shostakóvich en el centro de la imagen con Weinberg a su izquierda. Shostakóvich en el centro de la imagen con Weinberg a su izquierda.

Shostakóvich en el centro de la imagen con Weinberg a su izquierda. / International Mieczysław Weinberg Society

La estrecha relación de amistad con Shostakóvich marcó desde entonces, en buena medida, la existencia de Weinberg, que siempre reconoció en su mayor a un auténtico maestro, aunque en realidad jamás tomara una clase de él. La veneración era mutua, pero el hecho de que el polaco fuera trece años menor pudo influir en el juicio de algunos análisis apresurados que veían en su obra una mera imitación de modelos shostakovichianos. Estudios más serios han encontrado que las influencias fluyeron en ambos sentidos. En cualquier caso, el principal problema para la circulación y el reconocimiento temprano de la música de Weinberg tuvo que ver con circunstancias políticas. Un polaco judío que ni siquiera estaba afiliado al Partido mal podía representar el espíritu soviético, así que fue generalmente maltratado por el régimen, a pesar de lo cual el compositor dejó una obra ingente: 154 piezas numeradas y varios cientos más fuera del catálogo oficial en todos los géneros imaginables. También compuso música teatral (7 óperas, una opereta, dos ballets), pero destacó muy especialmente en el terreno sinfónico (22 sinfonías, seis de ellas con coro, 4 sinfonías de cámara, 2 sinfonietas, 10 conciertos) y en el camerístico, en el que sobresalen, además de varias decenas de sonatas, tríos y quintetos, su soberbia colección de 17 cuartetos de cuerda que puede figurar sin deshonra al lado de los 15 de Shostakóvich como una de las máximas expresiones del género en todo el siglo XX.

No fue hasta 1994 (cuando al músico le quedaban aún dos años de vida) que el sello Olympia, otrora gran seña de identidad de la ya extinta URSS, empezara a dedicarle a Weinberg una serie que ocupó 17 cedés y sin duda ayudó a que su música fuera mejor conocida en Occidente. Desde entonces la labor de algunos intérpretes y sellos (Gidon Kremer en ECM; el Cuarteto Daniel en CPO; Gabriel Chmura en Chandos) sirvió para extender el gusto por una música muy particular, de altísima inspiración melódica y en la que abundan los contraluces, con tiempos lentos a menudo sombríos y melancólicos alternando con otros rápidos en los que a veces aparecen giros folclóricos, en muchos casos derivados de la tradición klezmer.

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