Un dirigente para la historia

Obama llegó a la Casa Blanca en plena crisis y transferirá a su sucesor una superpotencia económica y militar reconciliada con parte de su pasado.

Un dirigente para la historia
Un dirigente para la historia
Alejandro Martín

10 de julio 2016 - 05:03

Barack H. Obama llegó a la Presidencia en enero de 2009 en un momento crítico para Estados Unidos. El corazón del capitalismo estaba al borde del colapso. La economía estaba sumida en la mayor recesión desde el crack de 1929. 800.000 estadounidenses perdían su empleo cada mes; la simbólica industria automovilística languidecía con General Motors y Chrysler nacionalizadas para evitar su quiebra; el déficit público estaba desbocado y los índices bursátiles estaban por los suelos mientras la banca digería el estallido de la burbuja subprime. En el plano exterior, las cosas no iban mucho mejor. Su antecesor, George W. Bush, había iniciado dos invasiones en Iraq y Afganistán en las que EEUU y sus aliados estaban enfangados sin visos de una victoria clara.

La llegada a la Casa Blanca del primer presidente de raza negra generó unas enormes expectativas, como evidencia la concesión del Premio Nobel de la Paz cuando apenas llevaba menos de un año en la Presidencia. Pero estas ilusiones rápidamente trocaron en decepción, que se plasmó en un duro varapalo en las primeras elecciones legislativas tras las presidenciales. Los comicios dieron el control del Congreso y el Senado a los republicanos, espoleados por el populismo del Tea Party. Obama se vio obligado desde entonces a batallar contra el veto de las cámaras. El presidente vio cercenadas la mayor parte de sus principales apuestas, como la reforma sanitaria, la migratoria, el control de las armas o la apuesta por las energías renovables.

Aun así, Obama tendió la mano al islam en un histórico discurso en la Universidad de El Cairo, donde citó a Córdoba y Al Ándalus como ejemplos de tolerancia. También liquidó al enemigo público número uno, Osama Ben Laden, y recondujo la presencia estadounidense en Iraq y Afganistán, pese a que la situación de ambos países sigue siendo muy inestable. Asimismo, para no repetir el error de Libia tomó una decisión fundamental: no atacar a Al Asad pese a que éste empleó armas químicas contra los rebeldes sirios, línea roja marcada por el propio Obama.

Su legado económico es espectacular. EEUU se ha convertido en exportador de petróleo y ha creado trece millones de empleos durante los últimos seis años, equilibrando sus cuentas públicas e incluso recuperando el dinero invertido en el rescate de la industria automovolística. Y el final de su Presidencia pasará a la historia por el cierre de viejas heridas: desde el restablecimiento de las relaciones con Cuba hasta el acuerdo nuclear con Irán pasando por el abrazo a un superviviente de Hiroshima.

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