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Cultura

Adaptarse o desaparecer

A lo largo de la Historia se han venido sucediendo momentos de crisis y reajuste. En todos los casos, de manera más o menos traumática, estas crisis desembocaron en un nuevo orden en el que desaparecieron aquellos agentes que no supieron adaptarse a las nuevas condiciones. Los teatros líricos, como todo el sector de la cultura actual, están en el punto de mira de las perspectivas de futuro ante un paradigma de destrucción de empleo, de insostenibilidad del sistema financiero heredado, de dificultades para el mantenimiento de los servicios sociales. Y la cultura viene a ser el chivo expiatorio sobre quien cargar las culpas y las iras de una sociedad a la que se le quiere hacer ver que en tiempos de tribulaciones laborales y financieras es un lujo peligroso mantener orquestas, teatros, programaciones o festivales. Ahí están los ejemplos de la temporada de ópera de Murcia, ya escuálida de por sí y ahora inmolada para poder seguir pagando a una administración hipertrofiada. O el caso de la Orquesta de Extremadura, al borde de su disolución y bochornosamente criticada por su coste por el propio gobierno regional que la creó.

En nuestro entorno más cercano, el Teatro de la Maestranza ha visto reducirse su presupuesto a casi la mitad en los últimos cuatro años. Ante estas nuevas condiciones de posibilidad, al Maestranza sólo le cabe reajustar su actividad si no quiere acabar como se vio tras el cierre de la Expo: vacío, polvoriento, pasto de telarañas y de nostalgias. Debería, pues, a mi entender, reflexionar el órgano competente sobre cuál debe ser el perfil cultural que desde ahora presente el Maestranza, sabedor de que es inviable seguir manteniendo el mismo tipo de programación que hasta ahora ofrecía. En este sentido, cabe recordar que el Maestranza programa una serie de espectáculos que ya tienen o pueden tener cabida en otros espacios de la ciudad, como es el caso de la zarzuela, del flamenco, del jazz, de la danza contemporánea o de solistas pop, presentes también en el Teatro Central, el Teatro Lope de Vega o el Auditorio. Resulta un redundante gasto que el Maestranza bien podría emplear para aquella oferta cultural que no puede desarrollarse en ningún otro espacio escénico de la ciudad: la ópera, el ballet clásico con orquesta en foso, el género sinfónico y los recitales líricos. Puede resultar drástico, pero también necesario para salvar las que son las señas de identidad esenciales del Maestranza.

 

Otra vía de supervivencia sería la de la unión de los débiles para competir con los grandes. Con los presupuestos del Maestranza, por no decir los del Villamarta, el Baluarte, el Arriaga, el Campoamor, Tenerife o demás espacios de esas dimensiones, la única vía de seguir manteniendo viva la llama de la programación es la unión y la coproducción. Un ejemplo bien claro de las posibilidades de repartir los costes de las producciones es la reciente Tosca emprendida por Tenerife, Jerez, Valladolid, Pamplona y Laussane, con unos resultados artísticos que ninguno de ellos podría haber afrontado por separado. El Maestranza debe entrar inexcusablemente en esta vía de salvación mediante el intercambio y la colaboración, haciendo del foro común de la Asociación Ópera XXI la vía mediante la cual los teatros líricos españoles decidan abaratar los alquileres de sus producciones entre sí. Y, por último, no vendría mal rentabilizar, como se ha hecho esta temporada, las producciones propias del teatro reponiéndolas y aprovechándolas para dar oportunidades a jóvenes cantantes en repartos alternativos a precios populares.

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