Crítica de Cine

Agnès Jaoui tiene vida

Agnès Jaoui, en una escena de '50 primaveras'.

Agnès Jaoui, en una escena de '50 primaveras'. / d. s.

Una generosa Agnès Jaoui sostiene prácticamente ella solita esta comedia dramática sobre la llegada de los cincuenta, los efectos de la menopausia, el síndrome del nido vacío y otros avatares sentimentales y laborales de una mujer madura y separada de clase media en una pequeña localidad francesa.

La actriz se entrega con contención y gracejo clásico a una película de formas planas que aspira al realismo cotidiano desde la observación de los detalles de comportamiento y las relaciones entre un puñado de mujeres en crisis: la madre insatisfecha con su empleo de camarera y consciente de los cambios hormonales, las hijas en pleno vuelo de emancipación e inminente maternidad, las amigas siempre cómplices y animadoras en los malos momentos…

Para que el retrato funcione como es debido en su amable reivindicación feminista, es indispensable dejar a los hombres a un lado, o que estos estén levemente caricaturizados: del ex-marido desastre al viejo y noble amor reaparecido, del nuevo dueño del bar donde trabaja Aurora a los novios de las hijas, los personajes masculinos están ahí siempre para elevar aún más a las mujeres y su fortaleza ante las circunstancias de la vida.

Dentro del tono televisivo y romo de la puesta en escena, Blandine Lenoir (Zouzou) nos ofrece al menos un par de secuencias destacables en su relación músico-dramática: la primera en el restaurante donde los viejos amantes vuelven a reunirse, al son del famoso dúo de Lakmé de Delibes, y una segunda en la que la Jaoui baila en casa la que posiblemente sea una de las mejores canciones de liberación (femenina) de todos los tiempos, el Ain't got no, I got life de Nina Simone.

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