La muerte generadora del arte

Réquiem por L. | Crítica de Danza

La escena simula el emblemático Memorial del Holocausto de Berlín.
La escena simula el emblemático Memorial del Holocausto de Berlín. / Chris Van Der Burght

La ficha

****'Réquiem por L.' Alain Platel/Fabrizio Cassol/Los Ballets C de la B. Música: Fabrizio Cassol a partir del 'Réquiem' de Mozart. Dirección y escenografía: Alain Platel. Director musical: Rodriguez Vangama. Interpretación y creación: R. Vangama y trece músicos y cantantes de la compañía. Sonido: Carlo Thompson. Iluminación: Carlo Bourguignon. Vestuario: Dorine Demuynck. Lugar: Teatro Central. Fecha: Viernes, 25 de enero. Aforo: Lleno.

Un réquiem es una misa de difuntos cantada, una celebración de la muerte que nos aguarda a todos, sea cual sea nuestra condición o nuestro color. Frente a ella, o por ella, se han unido tres talentos fuera de lo común. El de Mozart, casi un símbolo de la cultura occidental, el del compositor belga Fabrizio Cassol, quien partiendo de Mozart (de su Réquiem en re y su Misa en do menor) y mezclándolo con otras fuentes musicales, principalmente africanas, ha logrado una partitura realmente impresionante, y el de Alain Platel, ecléctico coreógrafo y director de escena, cabeza visible de los Ballets C de la B.

En Réquien por L., Platel, decidido a mostrar el rostro de la muerte, ha organizado la escena con cinco filas de tumbas de distintas alturas. Como el Memorial del Holocausto de Berlín. Al fondo, sobre una enorme pantalla, vemos en blanco y negro y sin sonido los últimos momentos de L., una mujer con una enfermedad en fase terminal que consintió en ser filmada, quizá en defensa de una muerte digna y asistida.

Los micromovimientos de L. invaden el escenario y el patio de butacas. Su agonía queda suspendida entre las tumbas y los vivos: los espectadores y catorce magníficos músicos que pululan entre ellas y sobre ellas. Cassol, que ya dejó muestras de su arte desprejuiciado al versionar músicas barrocas en Coup fatal y a Verdi en el Macbeth del sudafricano Brett Bailey, ha elegido, junto a ocho estupendos instrumentistas, un trío de voces negras procedentes de la tradición oral y, en lugar del típico cuarteto, un trío de voces líricas (dejando fuera al bajo) para expresar, en distintos formatos, el duelo por la muerte de L. El grupo, atentamente dirigido en escena por Rodríguez Vandama (guitarra y bajo eléctrico) aúna la batería, el acordeón, el bombardino y el piano de pulgar o likembe, y canta tanto en latín –con enormes pañuelos blancos en la Lacrimosa, o haciendo una piña frente a la muerte inminente de L. en el miserere nobis…- como en swahili y otras lenguas.

Sin danza en sentido estricto, todos están magistralmente movidos por Platel, que los hace relacionarse entre sí en lugar de con el público y contiene su natural exuberancia para mantener el tono menor de la pieza. Lo cierto es que nos regalaron un concierto verdaderamente inolvidable.

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