Martos & Sotelo | Crítica

Un violín con voz de violonchelo

Myriam Sotelo y Alberto Martos en los Jardines del Alcázar

Myriam Sotelo y Alberto Martos en los Jardines del Alcázar / Actidea

La Sonata de Cesar Franck es un auténtico inmortal de la música de cámara, casi tanto en su versión original (para violín) como en el arreglo que hizo Delsart para el violonchelo. Hace tres años, Alberto Martos y Myriam Sotelo ofrecieron ya la obra en este mismo espacio, y su visión no ha cambiado en esencia, por más que pareciera que el arco del violonchelista granadino hubiera ascendido un grado su intensidad. Su sonido sigue siendo redondo, carnoso, ancho, pleno, rico en armónicos, homogéneo, y se equilibra admirablemente con el piano transparente y nítido de la nicaragüense, que se hace más pasional en ese famoso rondeau final, escrito en forma de canon, en el que la expresión, sin crisparse nunca, alcanzó un impulso romántico.

Brahms escribió su 2ª Sonata para violín el mismo año (1886) y en la misma tonalidad (la mayor) que Franck la suya. Ha sido el propio Martos quien ha hecho la adaptación para su instrumento, mostrando en la interpretación el lirismo esencial de la obra. Posiblemente el momento culminante estuvo en el segundo movimiento, en el que el dúo combinó la excitación del Scherzo con la quietud cantable del Andante, que pareció no sólo imponerse, sino incluso extenderse hacia un final dulce, de pausada serenidad. Dos obras geniales contrastadas en carácter y tocadas con impecable maestría técnica y sentido musical. Como propina, Martos y Sotelo recurrieron a un clásico de los encores violonchelísticos: los Requiebros de Gaspar Cassadó, un vendaval de racial aire español en la noche tibia.

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