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Ann Hallenberg & OBS | Crítica

Una exhibición de buen gusto

La mezzo sueca Ann Hallenberg volvió a deslumbrar en el Maestranza.

La mezzo sueca Ann Hallenberg volvió a deslumbrar en el Maestranza. / Juan Carlos Muñoz

Dos años después de su presentación en el teatro, Ann Hallenberg volvió a deslumbrar en el Maestranza. Y lo hizo como sólo lo hacen los grandes artistas: sin alharacas, sin vacuas exhibiciones virtuosísticas, sin apenas darse importancia. Lo hizo apoyándose en la música, sirviéndola, con un virtuosismo del decir, colocando la expresión por encima de todo, ajustándose a sus medios. Fue una exhibición apabullante, sí, pero no de escalas ni de saltos, sino de buen gusto.

El viernes, Hallenberg había terminado el ensayo de la tarde con un catarro en ciernes. Tras la cancelación de Bonitatibus, en la OBS se temían lo peor. Pero la mezzo sueca cantó, y lo hizo como acostumbra. Si lo pasó mal, lo sentiría sólo ella.

Había escogido un programa perfecto para sus posibilidades, que ordenó además con inteligencia, empezando por un aria de Torri casi silábica, ideal para calentar la voz. Ahí la calidez del timbre y la homogeneidad de los registros se impusieron ya absolutamente. Dominaron las arias patéticas, donde la cantante nórdica puede mostrar la elegancia y tersura de su fraseo, que se apoya en un legato de la mejor ley y en unos graves imponentes. Su exquisita sensibilidad hizo del Sposa son disprezzata de Vivaldi un prodigio de lirismo, a partir también (justo es decirlo) de un acompañamiento de seda. Expresivo hasta casi lo elegíaco el accompagnato de Torri antes de un aria que fue pura dulzura. La constante sobriedad en las ornamentaciones de los da capo no se vio comprometida ni en el Alma oppresa de Vivaldi, donde, enfrentada al canto de agilidad, Hallenberg jugó de forma maravillosa con la articulación y los acentos.

Tras otra demostración con Orlandini de que se pueden hacer coloraturas de forma elegante y sin extravagancias culminó con un Haendel soberbio, tanto en el furore controlado de Medea, como en el patetismo doliente de Gismonda o en la locura de Dejanira, que dibujó con una magistral variedad de matices puramente dramáticos.

La OBS prestó a la cantante un soporte de una plasticidad y una profundidad (¡qué bajo continuo!) excepcionales. En las obras instrumentales, resultó mejor el melódico Haendel (soberbio Mercero) que el polifónico y algo desigual Vivaldi.

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