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Crítica de Cine

Asesinado por el cielo

Enrique Morente, junto a Leonard Cohen.

Enrique Morente, junto a Leonard Cohen.

Este documental llega 20 años después del lanzamiento en 1996 de Omega, el disco de Enrique Morente y Lagartija Nick que el tiempo y la crítica ha situado como una de las cumbres de nuestra música reciente, potente y desprejuiciado cruce entre el rock y el flamenco que bebía de las fuentes líricas de Lorca y Leonard Cohen en una hibridación memorable con billete de ida y vuelta entre Granada y Nueva York. La reciente muerte del canadiense le hace un favor promocional inesperado a una película que indaga en la gestación de aquel producto independiente y heterodoxo, un disco que, como otros muchos grandes discos, debe más al impulso visionario y suicida de sus artífices, a su proceso de experimentación y tanteo, que a un cálculo o a un control preciso de los elementos.

Omega juntaba (o hacía colisionar) dos mundos hasta entonces separados, los trallazos, ritmos y atmósferas eléctricas del grupo de Antonio Arias y el afán por seguir abriendo nuevos caminos para el flamenco de un inquieto y rejuvenecido Morente.

Iglesias y Sánchez-Montes (Underground, Tiempo de leyenda) articulan e ilustran aquí ese proceso creativo recuperando materiales de archivo inéditos de las sesiones de grabación, entrevistas y filmaciones de la época, junto a testimonios autorizados de protagonistas y expertos que, desde el presente, rememoran el nacimiento, el impacto, el recorrido y las consecuencias de aquel disco.

El formato es convencional, didáctico, asimilable al discurso televisivo, y de él emerge con potencia la presencia esquiva de un Morente que filosofa lúcido desde el sillón sin necesidad de gestos grandilocuentes. Arias y sus cómplices rockeros ponen en orden los recuerdos, las espantás y las notas manuscritas de unas jornadas que debieron de ser memorables, y la familia recuerda al padre con el lógico afecto de la ausencia y un pelín de afectación (Estrella). Lo anecdótico se alterna con la perspectiva histórica (ahí está Diego Manrique para sancionar) y todos los trazados parecen incidir en una misma idea de elaboración escultórica del mito.

Pero nos hubiera gustado ver más los ensayos, las sesiones, sentir el tiempo real del proceso creativo en el local y el estudio, palpar y observar cómo se hace la música (Godard o Costa lo entendieron bien). Esta cinta parece demasiado respetuosa con el consenso, demasiado correcta en su operación de prestigio cultural. Justo lo que no fue aquel disco y de lo que huyó (casi) siempre Morente. Aquel disco levantó ampollas, ganó nuevos públicos, apareció en los estertores de la industria discográfica tal y como la conocíamos, sacudió ortodoxias y dogmas estéticos. Las formas de este documental, de indudable interés histórico-nostálgico y oportunismo conmemorativo, no terminan de hacerle justicia.

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