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Cultura

Una de tantas / una de las nuestras

Contrastó la desnudez de la escena con la frivolidad de la puerta. Ya conocen la relación tan falsa de esta ciudad (¿este país?) con el flamenco. Pero Rocío, para bien sin duda, se ha convertido en un acto social sevillano. Nos miramos en la verdad de la ficción para curarnos de la falsedad de eso que llamamos realidad. Por eso Rocío se ha desnudado, ha desnudado este arte. Los huesos del cante. En mi infancia se decía así, el cante. Lorca dijo con razón que la guitarra occidentalizó el flamenco aunque hay que añadir que oriente está en los orígenes de occidente, Grecia. La búsqueda de las escalas modales, de la liturgia bizantina. Esa, entre otras, es la búsqueda de esta obra. De las emociones básicas, si nos fiamos de la teoría de los afectos que soporta la musicología griega. En la voz metálica, de piedra, de íntima frialdad que nos acojerá, del Falo. En el desolado paisaje final del Romance de la monja a la fuerza. Detrás de todo el cante a palo seco están los nombres del Niño Gloria, Mairena y Agujetas. Y Sernita de Jerez. El Negro del Puerto: esta obra es también un homenaje a nuetros viejos, nuestros huesos. Lo que seremos. El Negro canta al final de esta obra para demostrarnos que en el principio fue el verbo, el grito. Para demostrarnos que somos gatos y elefantes, escarcha, piedra. En sus melismas modales está la variedad infinita de los sonidos de la materia, como señaló Louis Lucas. El arte desbrozado, desnudo, se encuentra con lo que hay debajo de los ropajes: el cuerpo puro, infinito de recursos, de Molina. Cada palabra, cada expiración nuestra, encuentra en sus músculos, en su mirada estáticamente burlona, su réplica. La épica del corrido se transforma en lírica de la piel y lo que la soporta. Cada golpe sobre la niña que no quiere entrar en el convento es una magulladura en el hígado, en el húmero. El canto solitario de El Falo, pura desolación, melancolía pura.

El exceso técnico de la bailaora subraya el vacío. De quedarse cruzada de brazos sobre la escena. Es una bailaora en continua metamorfosis. No de un espectáculo a otro sino de un movimiento y otro: una milésima de segundo. En los dedos de Rocío las posibilidades están intactas y plenas. Exactas, cumplidas. Es la medida de nuestros mejores sueños, esos que al despertar nos siguen persiguiendo. Yo los alejo de un manotazo aunque sé muy bien que esa es la existencia y lo demás, cuando abro-cierro los ojos, una quimera. El arte de Rocío es de ensueño porque nos habla de nosotros. Es un mensajero del tiempo. Enfrentarse al vacío, no hay otra fórmula. Tarde o temprano todo artista, quiero decir todo hombre y toda mujer, sabe que eso le espera. Es la prueba suprema y también la más primitiva.

Esta obra fue también una reunión de esnobs para los que Rocío es una de tantas. Y les clavamos unas tijeras en sus peros para dejarles claro que Molina es una de los nuestros.

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